Victrola hay una sola

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Porque gramófono se dice Victrola, la original creación de Emilio Berliner mantiene vivo su recuerdo. Pase y oiga lo mejor de su historia.

Victrola viene de Victor, sí, aunque el lenguaje y sus deformaciones hayan olvidado la “c” en el camino: Vitrola, adorable criatura de antaño, ama y señora de salones y cafés cuando el siglo XX aún se hallaba en pañales. Victrola, aquella que, aguja y manivela mediante, hacía hablar, y de lo lindo, al disco de acetato que en ella se posara. ¿Entonces? Victor Talking Machine Company. Pura literalidad para bautizar a la compañía que, allá por 1901, asomaba al mundo para distribuir esta nueva creación del alemán Emilio Berliner. Un aparato parlante que rompía los esquemas hasta entonces conocidos.

Habemus Gramófono

Una versión superadora al fonógrafo que el estadounidense Tomas A. Edison supo concebir en 1877. En ello habrá pensado don Berliner, ya radicado en Washington y listo para dar rienda a su buen genio. Corría entonces el año 1888, y un nuevo método de grabación y reproducción de música salía a la luz: ¡habemus gramófono! Sí, aquel que, a diferencia del fonógrafo, ya no recurría al cilindro como soporte de grabación; sino a un disco plano. Y fue toda una pegada. Imagine que los músicos ya no debían efectuar tantas grabaciones como ejemplares quisieran producir, pues el gramófono permitía ahora producciones masivas. ¡Una sola grabación ya era suficiente! Luego, podrían realizarse cuantas copias se quisieran. ¿Qué tal? Así pues, la Victor Machine Company, también creada por Berliner, conoció las mieles del éxito. Y el estelar gramófono, adquirió nombre propio: Victrola.

Victrola hay una sola

Una bocina, una tornamesa de cuerda con su respectiva aguja de acero y una manivela. Eso era todo en cuanto consistía el gramófono que ideara Berliner. Luego, cuando la manivela entraba en acción, la aguja recorría las ranuras de los discos a 78 revoluciones por minuto, y cada faz regalaba un nuevo tema. Así, más temprano que tarde, músicos de cuanta estirpe y estilo usted imagine, tanto en América como en Europa, cayeron rendidos a las bondades de la Victrola y compañía. Pues, ante tamaño éxito, no tardaron en aparecer creaciones semejantes: Columbia, Sonora, y hasta la propia Ericson, entre otras compañías, comenzaron a producir gramófonos. Y lo cierto es que hubo sitio para todos. Pero Victrola, la original, sólo hubo una: la de Víctor Machine Company, la que mayor lustre daba a quien la poseyera. Fue hegemonía y chapa absoluta hasta el año 1929, cuando la compañía fue vendida a RCA, constituyéndose la firma RCA Victor.

Para todos los gustos

El correr de los años hizo que los gramófonos se diversificaran, aunque sin perder su distinción. Que una Victrola verdadera no era para cualquiera, y sus posteriores imitaciones tampoco. Imagine usted que, allá por los años ’20, la radio apenas asomaba sus narices, ni hablar de la TV… Por lo que los gramófonos fueron “chiche nuevo” por largo tiempo. Bares, cafés, elegantes reductos de baile. Todos presumían de su presencia. Así pues, comenzaron a producirse gramófonos de mueble, ideales para salones, y hasta de maletín. Sí, una versión portátil para los viajes en carruaje, automóvil… No me diga nada. De tanto darle a la manivela, ya se le gastó la aguja. Hágase un alto en alguna pulpería, que allí se las venden seguro. Y originales eh…Sí, las de la Victrola verdadera. Esa que hasta supo dar origen a uno de los más entrañables personajes porteños. La vitrolera, ¿la recuerda?

Chau, chau, adiós

Sentada en el palco de los cafés, la vitrolera cruzaba sus piernas, colocaba el disco en el plato giratorio de la Victrola, giraba la manivela y comenzaba la función. La musical y la personal. Pues la belleza que profesaba desde las alturas era un espectáculo aparte. Hasta que la señora radio comenzó a copar los oídos, y las nuevas tecnologías en materia de amplificación de sonido “barrieron” de escena  a los gramófonos. Qué decir de los vinilos de 33 y 45 revoluciones por minuto, allá por los años ’50… Adiós Victrola y vitrolera.

Los años ’60 marcaron el epílogo de nuestra protagonista, la vieja y querida Vitrola, esa que, con su enorme bocina a cuestas, sobrevive en bares y almacenes de antaño, en vitrinas y muebles de coleccionistas, en anticuarios y mercados de pulgas, en la memoria  la memoria de nostálgicos y hasta en la letra de algún viejo tango: “Tiemblan viejos tangos / En la victrola gangosa, / Sueña, mientras fumo /Mi corazón, tantas cosas.”

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