Jorge Claraz, el intérprete patagónico

FOTOTECA

Más que mero naturalista, el suizo Jorge Claraz fue explorador del alma patagónica, creando así diccionarios de lenguaje pampa y araucano.

Todo comenzó a mediados del 1800, cuando Christian Heusser, un profesor amigo de la Universidad de Zúrich, lo animó a una empresa que marcaría su vida; así como la historia de la etnografía nacional. Tomando Brasil como punto de partida, el suizo Jorge Claraz se adentró en una aventura que, sin saberlo, lo arrojaría a una misión consagratoria: la de convertirse en intérprete de la Patagonia. ¿De su paisaje, su naturaleza, su impronta toda? Sí, más también del lenguaje de su gente y su simbología.

Operación Patagonia

Tras un par de años en Entre Ríos, allá por 1861 le llegó el turno a la provincia de Buenos Aires, La Pampa y, finalmente, sí, la Patagonia Norte. Más precisamente la ciudad de Carmen de Patagones fue el sitio desde donde Jorge Claraz comenzó su exploración por el río Negro y el Chubut. Apenas el inicio de una travesía de cuatro meses (durante el verano de 1865 y 1866) en la que contó con la compañía de los más certeros baqueanos: los pobladores originarios de la región. Así la historia, sentidos abiertos y pluma en mano, don Claraz gestaba también una obra que alcanzaría los ojos del mundo 120 años después. Publicado en 1988, su diario de viaje fue escrito en alemán y en francés, aunque el valor de su legado desconoce de toda frontera idiomática. Apenas un enriquecedor escollo que, con espíritu de aprendiz, don Jorge supo sortear provechosamente.

A mente abierta

Describió los sitios en los que asentaba cada tribu, las costumbres observadas –y por qué no, asumidas– en aquel tiempo compartido; la flora y la fauna  hallada al paso que gracias a tal convivencia logró interpretar. Pues sí, la valija de conocimientos naturistas que Jorge Claraz portaba consigo, así como el bagaje cultural que todo viajero venido del Viejo Mundo portaba, no hubiera sido suficiente para aportar nuevos conocimientos, materia prima a la ciencia. Desde luego, su formación científica resultó valiosa en cuanto a saber puro de las especies; más no así de su sentido etnográfico. De este modo el cosmos  vegetal de las sociedades indígenas se desplegó ante sí como un abanico: el paisaje en su todo, cada uno de sus componentes botánicos, el modo en que los pobladores convivían e interactuaban con ellos, su carga simbólica… Aristas de una vida en comunidad que no escapó a los sentidos de Jorge Claraz y, por tanto, tampoco a su puño.

De puño y letra

El caso fue que el interés del suizo ante tamaño mundo descubierto tuvo alcances lingüísticos, lo que lo llevó a registrar denominaciones tanto de especies como de formaciones geológicas en lenguas indígenas. Y así asentó dicha experiencia: “en el camino soñaba cuántas plantas, cuántos paisajes, cuántas experiencias iba a poder ver, cuánto me iban a contar mis compañeros baquianos, que les iba a preguntar el nombre de cada paraje, de cada bicho y cosa que íbamos a encontrar en su propio idioma, el uno en el idioma pampa, el otro en tehuelche del sur y alguno en palabras araucanas, además de las posibles traducciones en castellano. Pero para no despertar inquietudes, me llevé una libreta chica, un tintero y pluma junto con un lápiz y una libreta de reserva”. ¿El resultado? Una nómina sin orden alfabético, conceptual ni coherencia en su disposición más que las propias jornadas del viaje. Cerca de mil significaciones (acompañadas con mapas de la región dibujados por el propio Jorge Claraz) que resultaron en dos diccionarios: pampa-castellano y araucano-castellano.

 

Los últimos años de Jorge Claraz transcurrieron en su Suiza natal, allí donde regresó en 1882 y falleció a los 98 años. Larga vida poblada de vastas experiencias. Tanto así que su legado trascendió su propia existencia, así como su ímpetu aventurero y su avidez de conocimiento toda posible diferencia social, étnica e idiomática. En 1932, el gobierno suizo donó a Argentina algunos cuadernos de notas de Claraz, vigentes al punto tal que, en diciembre de 2006, un grupo de profesionales dirigidos por el antropólogo y paleontólogo argentino Roberto Casamiquela logró descubrir una piedra sagrada de la nación Tehuelche siguiendo su pista. ¿Qué si Jorge Claraz logró alguna vez imaginar algo semejante? A su más puro deseo de saber por el mero saber, bien le vale tal recompensa.

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