A rodar la vida en las calles porteñas

FOTOTECA

El transporte urbano protagonizó grandes cambios y duelos de rodados. Tranvías, colectivos y taxis coparon la parada de las calles porteñas.

Autos, motos, camiones, combis y modernos colectivos de piso semi bajo desfilan por el inagotable entramado urbano. Capas de espeso asfalto y sobrevivientes adoquines son testigos diarios de su trajinar. Ese que, hace largo rato, marcha sobre ruedas. Más precisamente, desde que abandonó los rieles. ¿Se acuerda, paisano, de aquellas épocas en que las callecitas porteñas eran atravesadas por destellantes vías? Sin ir más lejos, todavía es posible descubrir alguna. Al fin de cuentas, el viejo y querido tranvía nos llevaba acá nomás. ¿Se anima a darse una vuelta? No se preocupe por el boleto, la casa invita.

A la corta y a la larga

Remontándonos a fines del siglo XIX, el tranvía eléctrico era, sin dudas, la vedette del transporte urbano. Y supo florearse por las calles, con todo su brillo, durante 30 años. Menudo reinado para este medio de transporte altamente seguro y no contaminante. Aunque las largas distancias no eran su fuerte: a fines de la década del ’50, ya en pleno siglo XX, medio centenar de líneas sumaban tan sólo 845 kilómetros. Algo así como 15km -o 150 cuadras- cada una. Para cubrir largas distancias, el año 1922 dio luz verde al llamado ómnibus; aquel que alcanzaría una suma de 16 empresas habilitadas (más otras 16 en espera) apenas dos años después. Sin embargo, el eficaz tramway -así llamado por los porteños de la época- seguía siendo amo y señor de la escena urbana.

Subí que te llevo

Así hecha la repartija de poderes, y cubiertos todos los rincones de mapa porteño y sus afueras, no faltó quien se quedara, casi, casi, con las manos vacías. El taxi: gauchito por naturaleza, este medio de transporte debió ingeniárselas para atraer clientes. Y en los servicios especiales estuvo la clave. Viajes al hipódromo, espectáculos, canchas de fútbol y demás sitios específicos a tarifa fija. ¿Una antesala de los actuales remises? ¡Que no se diga! Los tacheros son una especie única e irrepetible. Cual ases al volante, hacen las veces de economistas, directores técnicos, políticos, psicólogos y hasta meteorólogos sin ningún tipo de recargo. Sin embargo, muchos de ellos irían a cambiar de rubro. Es que, como dicen, la necesidad tiene cara de hereje. Y el colectivo, invento de 1928, sería gran responsable de la traición. Para los más fieles, el café la Montaña (Rivadavia y Lacarra) se convirtió en un centro de tertulia y deliberación. Subsistir era esa misión para la que los taxistas encontraron una novedosa solución: el “auto-colectivo”. Aquel que entraría en acción en septiembre de ese mismo año. Porque, ya se sabe, cocodrilo que duerme, es cartera.

Cada cual atiende su juego

En un comienzo, los auto-colectivos se nuclearon en la primera línea que alcanzó las 40 unidades. Su capacidad era de hasta 5 pasajeros, quienes pagaban el boleto una vez finalizado el viaje. Ideal para compartir gastos sin recaer en los multitudinarios colectivos. Aunque el paso del tiempo, el incremento de la población y las diferentes necesidades pondrían las cosas en su lugar. Allá por los años ‘60, habría pasajeros tanto para los taxistas y sus emblemáticos Siam Di Tella (destronados en los ‘80 por los clásicos Peugeot 504); así como para los colectivos. Por lo que los auto-colectivos comenzaron a desparecer. ¿Quién fue el otro perdedor? Aquel que no sólo no resistió la competencia; sino los avances de la tecnología. El 26 de diciembre de 1962 circuló el último tranvía. De esta manera, Buenos Aires decía adiós a un grande.

La metamorfosis

¿Qué fue de la evolución del gran colectivo? Como ya hemos dicho, desembarcó en la ciudad a fines de los años 20. Con una cantidad inicial de 11 asientos, supo convivir con el micro-ómnibus, de mayor capacidad. Allá por los años ‘40, el clásico de los clásicos fue el Chevrolet Sapo. Los años ’50 fueron para los Leyland. Y en los ’60 fue el turno de los Bedford -el primero fabricado en el país- y los Mercedes Benz. Todos ellos con su simpática trompa redondeada. Aunque a partir de los ’80, los bondi se pondrían serios y lucirían un modelo de chasis frontal que perdura hasta nuestros días. Claro que la renovación no sería sólo por fuera. En 1995, las maquinas expendedoras de boletos -monedas mediante- desplazaron a las viejas boleteras manuales. ¡Qué inimaginable resultaba, entonces, el uso de una tarjeta magnética para abonar el viaje! Sin dudas, todo un atentado para los coleccionistas de boletos capicúas.

¿Cansado de dar vueltas paisano? Tranquilo, aquí termina nuestro viaje. Al menos por ahora. Es que esta mágica Buenos Aires siempre invita a salir de ronda por sus recuerdos. Esos que, ahora ya sabe, tienen largo rodaje.

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