Al pan, pan, y al vino…queso; acompañamiento

FOTOTECA

Detrás de todo gran hombre hay una gran mujer ¿Y detrás de todo vino? Un queso para la ocasión. Aquí, las mejores combinaciones entre ambos.

Cuerpo, aroma, sabor… Sin dudas, un buen vino debe tomarse con todos los sentidos bien abiertos. Aunque el arte de su degustación y disfrute no sólo se reduce a sí mismo; sino al momento y las circunstancias en que se lo bebe. ¿Da igual el bocadillo que nos llevemos a la boca entre copa y copa? Definitivamente no. El acompañamiento de los vinos no es un asunto menor. Por lo que, desde estas líneas, le damos una manito para que pueda combinar de forma precisa a esta noble bebida nacional con su más fiel partenaire: el queso.

Separando las aguas

Ahora bien… ¿Qué tenemos que tener en cuenta a la hora de decidir que vino puede tomarse con tal o cual queso? Podría decirse que el sabor es un aspecto fundamental. Si el queso elegido sabe muy fuerte, el vino debe estar a su altura. De lo contrario, pasará desapercibido al paladar. Mientras que si el queso es demasiado suave en comparación con el vino, lo más probable es que termine resaltando la acidez de este último. En este sentido, los vinos blancos suelen ser más gauchitos que los tintos a la hora de acompañar un queso, y viceversa. Aunque los segundos también tienen sus más que buenos acompañantes: los quesos duros y ahumados. Le digo más, cuanto mayor cuerpo tenga el vino, más fuerte deberá ser el queso. Lo que se dice, un duelo de titanes. ¿Y los vinos rosados? Son ideales para los quesos de pasta blanda. Mientras que a los espumantes y champanes les calzan como anillo al dedo los quesos de corteza enmohecida. Tendencia que se acentúa con los vinos dulces, ideales para acompañar un queso azul; equilibrando así la dulzura del vino con el tinte ácido del queso en cuestión.

Cada cual atiende su juego

Ahondando en el asunto, vale decir que el mundo quesero ofrece un amplio espectro de variedades. Y a todas y cada una de ellas, les cabe un buen vinito por el que empinar el codo con gusto. Así las cosas, tintos, blancos o rosados; jóvenes o añejos; dulces o secos; frutados o espumantes, los vinos tienen un verdadero banquete a merced de su clase. Los vinos blancos o rosados, por ejemplo, requieren la compañía de quesos suaves, con textura más bien blanda, como la ricota, el queso de cabra, el danbo, el cremoso y la mozzarella. El queso de cabra es ideal para los blancos y rosados secos; mientras que para los frutados nada mejor que un camembert.
Llegada la hora de los tintos, el asunto ya se pone más picante: el queso cheddar, manchego, gruyére y parmesano encabezan la lista de los fortachones acompañantes. El manchego se recomienda para los tintos jóvenes frutados, por cierto, algo menos recios que los tintos añejos. Incluso, hasta algún que otro semi-duro podría aplicarse a la ocasión.
Lo dicho para los vinos dulces, ya sea blancos o tintos: quesos azules tales como el roquefort, quesos de oveja añejos y quesos de cáscara enmohecida -como ser el brie- son los perfectos aliados. Y si de espumantes va el asunto, los quesos de pasta blanda, ya sea de vaca o cabra, al igual que los quesos de oveja jóvenes, son grandes compañeros.

¿Nos estamos olvidando de algo? Claro que sí: una buena combinación entre vinos y quesos también requiere la armonía con un tercer protagonista. ¡El pan! Los quesos frescos o blandos son amigos de los panes integrales o con finas hierbas. Los semi-blandos hacen buenas migas con las baguettes y focaccias, Por su parte, quesos azules y duros copan el protagonismo de la situación, por lo que un pancito blanco es ideal para disfrutarlos. Ahora bien, con toda esta data… ¿qué está esperando para armarse el banquete? Su paladar se lo va agradecer. ¡Y sus invitados también!

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