Anímame acordeón, el corazón

FOTOTECA

Hermano del bandoneón, el acordeón ingresó al país junto con los inmigrantes europeos, echando fecundas raíces en los pagos nacionales.

Su fuelle parece hincharse, colmarse de aire puro y campestre al ejecutar sus notas, esas que componen melodías tan risueñas como populares. Pícaro el acordeón, poco y nada acusa saber de suspiros nostálgicos, viciados de smog y olor a urbe, tan propios de su pariente cercano, el bandoneón. Tal vez porque su historia hable de cielo abierto, de verde por sobre hormigón, y de una riqueza cultural tan prolífera como sus sonidos, más afectos a la fiesta y la animación pueblerina que a los refinados escenarios de eléctricas ciudades. ¡Anímame acordeón, el corazón! Que, con permiso del polaco Goyeneche y don Aníbal Troilo, hoy nos embriagamos de alegría a pura canción.

 

Verdulereando

Las extensas tierras argentinas eran su destino, no sin antes surcar la no menos generosa superficie del océano. Sí, pues, el acordeón vino de altamar, bajo el brazo de los inmigrantes europeos. Ocho bajos y 21 teclas le eran suficientes para que, despliegue mediante, las melodías brotaran de sí como el dichoso revivir de los buenos viejos tiempos en suelo natal. Sin embargo, aquella fiesta musical también hallaría su significante eco aquí: el acordeón sonaba luego de un día de trabajo en las quintas rurales, del mismo modo en que lo hacía para anunciar el arribo de los colonos a las ciudades en las que vendían las verduras, atrayendo así a sus potenciales compradores. ¡He aquí el por qué se lo apodó “verdulera”!  Siempre pronta para dar vida a los valses de los polacos o las canzonettas de la tanada. Eso sí, no solo de ejecutantes fue la cosa, sino que del viejo continente también arribaron los primeros fabricantes artesanales, indispensables para el acordeón se transformara en un instrumento de fuerte arraigo nacional.

 

Milenario

La pregunta es, ¿hacia dónde nos remonta el acordeón y su historia? Se cree que, en sus orígenes, procuraba imitar el sonido del órgano de iglesia, aunque con el beneficio de su condición portátil. Y aquí comienza entonces el debate mayor: que si los chinos miles de años antes de la era cristiana o los europeos del Medioevo. Precisiones sobre su gesta y respectivos pioneros se buscan, aunque también alguna que otra certeza se encuentra. En los albores de los años ’30, allá por el 1800 apareció el organetto, una especie de caja compuesta por lengüetas metálicas –las que permiten el paso del aire–, cinco botones y un fuelle de tres pliegues. Mientras que, ya promediando el siglo, el francés Boutón sacó de la galera el primer acordeón de piano, con 16 teclas blancas y 15 negras.

 

Conquistando América

El hecho es que, un siglo más tarde, quienes se disputaban mayoritariamente el mercado comprador de acordeones no eran precisamente los franceses; sino los italianos y alemanes. Y vaya si  tenían motivos para alimentar la contienda: el acordeón ya había ganado en popularidad, generando nuevos ritmos musicales y, por ende, nuevos bailes. América acabó por adoptarlo en su folklore, por lo que también resultó común que su sonido se inmiscuyera en repertorios clásicos. De allí que no tardaran en aparecer los estudiosos, dedicados a su estudio técnico y a explorar las posibilidad que el acordeón podía ofrecer. Solistas, dúos, tríos y hasta orquestas numerosas se presentaban en confiterías y hoteles a fines de presentar en sociedad de las bondades del gauchito acordeón. Y vaya si cumplieron con la tarea: el tango y milonga –hasta el desbanque propiciado por el bandoneón–, el carnavalito, la cumbia y, por sobre todo, el chamamé han hecho más que buenas migas con el acordeón, al punto mismo de hacerlo parte de su propia esencia.

 

¿Acaso alguien puede negarse a la conquista de su música? A puro flechazo va la historia, esa que, para alegría de los ánimos, lejos está de concluir. ¡Que siga la función! Abriéndole, acordeón, un telón al corazón.

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