Carlos Morel, cuando el arte tiene nombre propio

FOTOTECA

Pionero en el arte nacional, Carlos Morel hizo camino al andar. Y bien vale ir tras sus huellas. Aquí, vida y obra de un hijo pródigo.

Cuando los talentos locales escaseaban, apareció él. Y no en cualquier fecha, claro está… Para hacerla completa, Carlos Morel asomó al mundo allá por el año 1813, cuando, en el más oportuno de los paralelismos, la Asamblea General Constituyente ponía blanco sobre negro. Sus profundos cambios políticos y sociales confeccionaban el bosquejo del un nuevo Estado Nacional, al tiempo que el bueno de Carlos Morel traía bajo el brazo, aunque sin saberlo aún, el Abc del arte argentino.

 

Plantando bandera

El hecho fue que como, hasta su aparición, la veta artística del Río de la Plata estuvo dominada por extranjeros –viajeros deseosos de encontrar por estos pagos su exótica musa– Carlos Morel se educó bajo el ala de forasteros. Sus estudios en dibujo los cursó, desde temprana edad, en la aún flamante Universidad de Buenos Aires, inaugurada en 1821 por Bernardino Rivadavia. Y lo cierto es que aquello fue un camino de ida… Emancipándose de toda doctrina, como el propio territorio nacional de las ataduras coloniales, Carlos Morel plantó bandera con el mayor de los ímpetus, cortando lazos con todo academicismo y bien dispuesto a cimentar un arte tan propio como local. ¡Vaya si había con qué! La vida cotidiana, semblantes y circunstancias de quienes la protagonizaban, quehaceres y demás pequeñeces, siempre envueltas en el interminable verde de las pampas, fueron musa de su inspiración.

 

Todo un romántico

Paisajes, sí. Pinturas costumbristas, cómo no. Más también retratos y momentos históricos, sin desdeñar los motivos religiosos. Solo que Morel iba al hueso. Nada de capturar de forma vacía la impronta de su mundo circundante. Lo suyo pasaba por captar la esencia de los ambientes, fuese un campo inmenso o un minúsculo reducto. Calles porteñas, pulperías, postas y respectivos actores en aquellos primeros años de patria libre fueron la carta de presentación de este romántico. ¡El primero de estos pagos! Y auténtico como pocos. La gestualidad de sus personajes y el drama impreso en sus movimientos, así como el contraste de los colores y los efectos lumínicos presentes en cada obra, le han abierto las puertas al club del Romanticismo. Sin embargo, Carlos Morel no se casaba con el pincel…. La litografía fue otro de sus fuertes, técnica que comenzó a desarrollar a fines del los años ’30 y en la que también alcanzó un gran reconocimiento.

 

Pionero

De hecho, no conforme con primerear en el Romanticismo, Carlos Morel es admitido por muchos como el primer litógrafo argentino (menuda huella había dejado el franchute Jules Daufresne). Eso sí, nada de andar creyéndosela por ahí. Si hasta, dicen que dicen, era un hombre bastante solitario, poco afecto a los “flashes” de la fama. Aunque su obra no le permitía menos que la mirada del mundo. Tras una estancia de dos años en Río de Janeiro, Carlos Morel regresa a Buenos Aires en 1944 y se catapulta al inoxidable recuerdo con la publicación, apenas un año más tarde, del álbum “Usos y costumbres del Río de la Plata”. Una colección litográfica compuesta por dos cuadernos de doce láminas cada uno. El primero, basado en temas costumbristas y escenas urbanas; el segundo, enfocado en el mundo gaucho y asuntos militares.

 

¿Simplemente algo ermitaño y hosco? Ni tanto. Carlos Morel se acerca al medio siglo de vida con acentuados problemas psíquicos, los cuales, con el correr de los años, lo llevan a abandonar la pintura y a sí mismo, cayendo en un estado de hostilidad y apartamiento; aunque bajo el afectuoso calor de una de sus hermanas, junto a quien pasa los últimos años de su vida en la localidad de Quilmes, allí donde fallece en 1894. Para entonces, nada quedaba por decir: el camino trazado al andar había sido suficiente, demasiado, quizás, para un contexto en el que, en materia de arte nacional, todo faltaba por hacer. Y vaya si Morel hizo lo suyo…

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