Cerella, la reina de la selva

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Ama de la selva misonera, la cerella sueña alto: sabor y sustentabilidad a pedir y goce del paladar. Pase, conozca y pruebe.

Destella su fulgor rojizo entre el verdor de la selva, pues la cerella es en la provincia de Misiones, más que una princesa, toda una reina. También nativa de Uruguay, Paraguay y Brasil, esta fruta despista a más de uno con su apariencia: similar a una cereza por fuera, y con cierto dejo de uva y ciruela por dentro, la cerella tiene mucho que ofrecer. Todo cuanto aquí, con el mayor de los gustos, pasamos a contar.

 

Mucho gusto

Gustosa de la primavera, la planta de cerella ve caer sus hojas de mermado verde con el inicio del otoño; al tiempo que en el epílogo del invierno asoman ya sus blancas y melíferas flores. ¡Puro néctar y polen para los alados polinizadores! Es que la cerella crece sin pretensiones: su presencia es silvestre, así como sus homónimos frutos. Entre anaranjados y purpuras, su sabor rememora, hemos dicho, a la uva, a la ciruela y a la propia cereza, con quien también comparten un aspecto similar. ¿Estamos hablando de una suerte de frutos rojos? Aunque no tan conocidos, bien podrían integrar tan selecto grupo.

 

Multifacética

Y si la cerella es un berrie litoraleño, ¿acaso resulta tan dúctil como los de su especie a la hora del consumo? Definitivamente, sí. Dulces, mermeladas, chutneys, salsas, yogurt y hasta helado, entre otros etcéteras, bien pueden ser de la partida. Y ojo que el asunto no se reduce al sabor, ya que, a nivel nutricional, la cerella es toda una pinturita. Rica en fenoles, resulta ser un buen antioxidante, además de una contundente fuente de fósforo y potasio. Sin olvidar las propiedades digestivas de sus hojas, aptas para consumir en infusiones. ¿Qué si la cerella es aprovechada como se debe por los pagos misioneros? Pues en eso anda. En tanto su anonimato se vincula, en gran medida, a la falta de aprovechamiento. Sin embargo, un grupo de soñadoras ya ha puesto manos a la obra.

 

Al rescate

Reunidas en asociación civil, las “Mujeres Soñadoras”  creen en la cerella y demás frutos autóctonos de la selva misionera como la más sustentable realidad. La preocupación por la tala de árboles fue el punto de partida, en tanto la necesidad de ampliar los terrenos de producción se convirtió entonces en una suerte de ironía. Si las especies deforestadas son las mismas que proveyeron de frutos a los primeros colonos de la región, ¿por qué acabar con ellos? Su aprovechamiento fue la más inmediata tabla de salvación: la elaboración y venta de mermeladas a base de los mentados frutos acreditó que los árboles no solo valen por su madera; sino que pueden ser redituables sin ocasionarles daño alguno y, al mismo tiempo, contribuir así con la protección de la fauna del lugar. A fin de cuentas, es ella quien saca alimentario provecho del 80% de lo producido por las especies, ya que la recolección se limita solamente al 20%.

 

Así la historia, la cerella gana terreno al tiempo que bondades, porque de crear sin dejar de salvaguardar va el asunto por los pagos misioneros. Allí donde, ávida de paladares, esta reina de la selva se ufana de su digno cetro.

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