Colangüil, el exilio de Saavedra

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El sanjuanino pueblo de Colangüil fue refugio de Cornelio Saavedra durante su persecución política. Memorias de un exilio que dejó huella.

Provincia de San Juan, departamento de Iglesia. Al norte, sí, bien al norte. En los confines de la región cuyana, en el límite con el sur riojano. Allí, donde pocos detienen su mirada, descansa Colangüil. Casas de adobe y caña, un bar en el que enardecer gargantas y el  aroma a lana propio de la esquila -actividad madre de un pueblo cuyos habitantes apenas ronda el medio centenar- es todo cuanto define a Colangüil. La presencia de restos arqueológicos impregna aún más de ayer a este paraje que luce, casi, casi, detenido en el tiempo; aunque uno de los mojones históricos que más enorgullece a los locales lejos está de ser una ruina. Declarado Patrimonio Histórico, aún vive y florece el manzano cuya sombra supo dar reparo a los descansos de un particular huésped de Colangüil: Cornelio Saavedra. Flamante presidente de la Primera Junta de Gobierno que acabara por estos pagos luego de su proscripción y consiguiente huida a Chile.

En la mira

La historia poco conocida del exilio de Saavedra comenzó allá por 1811, cuando Don Cornelio parte al Alto Perú para hacerse cargo del Ejército del Norte. Mientras tanto, en Buenos Aires se cocinaba la creación de un nuevo gobierno que reemplazara a la Junta Grande, presidida por nuestro protagonista: el Primer Triunvirato. Y allí no terminaría todo, porque Saavedra también sería sustituido del mando del mencionado Ejército del Norte: Juan Martín de Pueyrredón había sido designado en su lugar. ¿Entonces? El Primer Triunvirato ordenó su traslado a la ciudad de San Juan; aunque las persecuciones no cesaron. El mote de traidor recaía sobre las espaldas de Saavedra, a quien se le adjudicaba ideas monárquicas, además de otras acusaciones “anti patria”. Así las cosas, en 1814, Gervasio Antonio de Posadas, primer Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata (poder ejecutivo creado por la llamada Asamblea del año XVIII) ordena el arresto de Saavedra. De allí que Don Cornelio huyera a Chile, aunque no por mucho tiempo. La victoria de las fuerzas españolas sobre las de Bernardo O’Higgings en territorio chileno desató la “caza” de todo cuanto criollo con ínfulas americanistas anduviera por allí. Que tan “patriota” resultó la participación de Saavedra en la Primera Junta de Gobierno de 1810 siempre ha sido motivo de discusión y de eterna rivalidad con Mariano Moreno; punto de partida de todos los posteriores y ya mencionados señalamientos. Pero lo cierto es que, en los papeles, Saavedra había presidido dicha Junta, y, por tal, estaba en la mira del ejército español. Así fue como, en compañía de su hijo Agustín, de 10 años, cruzó nuevamente los Andes hacia tierras sanjuaninas. ¿Y donde acabó? Sí, en Colangüil.

Destino Colangüil

Pero… ¿que aguardaba de este lado de la cordillera? Un rancherío de casas bajas, situado en la inhospitalidad de la altura cordillerana. La única amabilidad fue la de los locales…o “el local”. Es que, según se dice, Saavedra y su hijo (a quien luego enviaría al reencuentro del resto de la familia, en la ciudad de San Juan) apenas contaron con la compañía de un peón. Aquel con quien Don Cornelio compartió la amargura del exilio y de la propia estadía allí. Si hasta el simple hecho de comprar carne era todo un periplo: ¡tres días entre ida y vuelta! Así lo afirman las Memorias de Saavedra. Y ni le cuento de la soledad que azotaba el camino… En fin, lo cierto es que Don Cornelio permaneció en Colangüil por poco más de un mes, habitando una estancia que perteneciera a una familia de apellido Montaño. “Mi estadía en San Juan y Chile me hizo comprender el silencio de las montañas, ese enorme y pavoroso silencio de Dios que tantas cosas dice al que bien lo escucha”. ¿Será que esta reflexión de hombre echado a la huida se dio bajo la sombra del histórico y preciado manzano? Quien sabe…Por lo pronto, el verdor del preciado árbol sigue intacto, casi, casi como para otorgar vivo recuerdo a una historia que, durante mucho tiempo, resultó ser una verdadera incógnita.

Finalmente, las buenas le llegaron a Don Cornelio, y de la mano del gran José de San Martín (para entonces, gobernador de Cuyo). Pues fue el propio Don José quien le dio el visto bueno para instalarse en la ciudad de San Juan, y hasta peticionó por su regreso a Buenos Aires. Eso sí, su paso por Colangüil quedará para siempre en la memoria del pueblo, ese que abrió sus puertas para refugiar al perseguido político de turno. Especie de la que tanto sabe la historia argentina, y de la que no se salvó ni el mismísimo Cornelio Saavedra. Colangüil aún vive para contarlo.

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