Einstein, un genio suelto en Argentina

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Aunque usted no lo crea, Albert Einstein visitó Argentina e hizo de las suyas. Las andanzas de un loco de la ciencia en suelo nacional.

Genio de los genios, este físico alemán judío -posteriormente nacionalizado suizo y estadounidense- no sólo se dio el lujo de reformular el concepto de gravedad con su Teoría de la Relatividad; sino que desparramó su intelecto por numerosos puntos del globo terráqueo. Y la Argentina no estuvo exenta de aquella excursión. Albert Einstein, el científico más importante del Siglo XX, pasó por nuestro país generando una verdadera revolución. Pase y vea los pormenores de una visita a lo grande.

Destino Argentina

Aires cosmopolitas soplaban en la Argentina de 1925. Con Marcelo T. de Alvear a la cabeza del Gobierno Nacional, las corrientes intelectuales abrían sus puertas al pensamiento político, filosófico, literario, artístico y científico gestado en el viejo continente. Tendencia fuertemente agudizada por visitas de personalidades internacionales. ¡Si hasta el Príncipe de Gales se dio una vuelta por nuestro país! Por fin llegaba el turno de un verdadero maestro de la ciencia, el gran Einstein. ¿Crónica de una visita anunciada? Tal vez. Las teorías y postulados del genio buscaban eco en diferentes rincones del mundo; aunque la sola propagación de tamaño conocimiento no parecía ser motivo suficiente para impulsar tan lejana visita a los confines de Sudamérica. ¿Entonces? El asesinato del judío Walther Rathenau -Ministro del Exterior de Alemania-, ya encendió las alarmas en ese país por 1922. Se temió que la vida de Einstein corriera la misma suerte; por lo que se barajó la posibilidad de que el científico se radicase en Argentina. Así, con 46 años y la compañía de su esposa, el maestro de la ciencia arribó a nuestro país un 24 de marzo de 1925, dando inicio a 30 días de histórica estadía.

Una agenda apretada

Cuando el Capitán Polonio ancló en el Puerto de Buenos Aires, Einstein ya había dejado algunas perlitas en el camino: una conferencia en Río y otra en Montevideo. Casi un entrada en calor para la maratón de compromisos que le esperaban en la París de Latinoamérica. Allí donde encontraría refugio en la residencia de Bruno Wassermann, un rico comerciante judío de origen judío cuya casona se ubicaba en el distinguido barrio de Belgrano. Al genio de traje gris y sandalias, tal como lo describía la dueña de casa, le aguardaban nada menos que 12 conferencias donde sacaría lustre a su Teoría de la Relatividad. La primera de ellas, en el Colegio Nacional de Buenos Aires; aunque el derrotero continuaría con visitas a La Plata y Córdoba, donde se topó con físicos y químicos argentinos. A su juego lo llamaron al gran Einstein; el alemán siempre estuvo abierto a los debates y objeciones de su público. Así como a las interrupciones generadas por alguna duda. A fin de cuentas “la juventud es siempre agradable y se interesa por las cosas”, había confesado. Tanto así, que sus conferencias semejaron ser amenas clases abiertas al público. A propósito de los asistentes, los hubo para todos los gustos: políticos, funcionarios de gobierno, decanos, científicos y estudiantes compusieron un nutrido popurrí de audiencia.

Haciendo de las suyas

Reuniones, banquetes y homenajes salpicaron el agitado itinerario de Einstein. Aunque el científico también se daría algunos gustos más. Escribió algunos artículos en el tradicional diario La Prensa, donde se atrevió a proponer la “PanEuropa”, 80 años antes de que se aprobara la creación de la Unión Europea. ¡Todo un visionario! Aunque, de yapa, aprovechó una entrevista concedida al mismo periódico para confesar que “me consideraría muy satisfecho si no se me abrumara tanto con el sinnúmero de entrevistas que se me solicitan“. Y, de paso, aclaró: “Quiero que en la Argentina, en cuya capital reconozco un gran centro de cultura, se conozcan los fundamentos de mi teoría, tal como la entiendo y no bajo el aspecto en que me la presentan admiradores entusiastas que, en el calor de la polémica, la desfiguran muchas veces”. Pero su paso por la prensa escrita no terminaría allí. Una mañana de marzo visitó la redacción del diario judío Das Volk, donde también plasmó sus agudezas. Es que, donde quiera que fuese, Einstein era una completa revolución. Aquella que traspasó las fronteras de toda ciencia y religión; aquella que llegó a su fin la noche del 23 de abril. La estelar visita partía entonces para ya no volver.

¿Cuál fue su pronóstico para las futuras generaciones argentinas? “Un gran porvenir económico y cultural“. Palabras más, palabras menos, augurios de buena vida para nuestro país. Aunque, tras semejante travesía, el alemán confesó haber llegado a Europa “más muerto que vivo”. Como se dice, una revelación muy Einstein. Un genio loco… o un loco genio.

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