Empanadillas santiagueñas, las dulces con causa

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Grandes compañeras del mate, las empanadillas santiagueñas son puro sabor y tradición de entrecasa. ¿Gusta de invitarlas a la propia?

Honrosas de su gentilicio hasta el repulgue, las empanadillas santiagueñas son de esas delicias provinciales que bien saben traspasar fronteras. Aunque, como todo lo bueno, viene en frasco chico. Mejor dicho, en espacios reducidos, más bien íntimos. Así es, lejos de copar panaderías o locales de comida, las empanadillas santiagueñas se inclinan por la calidez de los hogares. Su producción es casera, afecta a las manos de quienes las preparen con ansias de saborearlas y compartirlas con los suyos. ¡Y en ese andamos nosotros! Lea, apunte y ponga manos a la obra.

Para la masa

  • 1 kg de harina
  • 200 gr de grasa
  • 400 gr de azúcar
  • 1 ½ taza de agua
  • 1 cucharadita de polvo para hornear
  • Esencia de vainilla

Para el relleno

  • 2 kg de batata
  • 1 ½ taza de azúcar
  • 1 taza de agua

Vuelque la harina en la mesada de su cocina y forme con ella un volcán. Coloque en el centro del mismo la grasa derretida, el azúcar disuelto en agua y unas gotas de esencia de vainilla. Sobe hasta obtener una masa tierna y de consistencia uniforme. Deje reposar en la heladera por una hora.

En cuanto al relleno, hierva las batatas previamente peladas y cortadas. Una vez listas, haga un puré. Reserve. Prepare un caramelo no muy espeso con el agua y el azúcar. Procure no revolver el contenido durante la preparación, a fines de que no se cristalice el azúcar. Una vez obtenido, agregue al caramelo el puré de batatas y mezcle hasta que estén bien integrados.

Retornando a la masa, quítela de la heladera y divídala en varios trozos (calcule entre 18 y 20). Forme bollitos con cada uno de ellos y luego estírelos con un palo de amasar, formando círculos. Cuide que estirarlos demasiado, ya que no deben resultar muy finitos. Rellénelos con la preparación anterior, cierre y cocine a horno medio durante 15 o 20 minutos.

Una vez listos, deje enfriar un poco. Mientras tanto, haga marchar unos buenos verdes con los que hacerles compañías. ¡Y que viva Santiago!

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