Éxodo Jujeño, la marcha del orgullo

FOTOTECA

¿Quién dijo que marcharse es huir? El pueblo jujeño dijo presente con su ausencia, sorprendió al enemigo y sembró raíces independentistas.

Los vaivenes de la historia argentina revelan acontecimientos que ilustran la portada de enciclopedias, que señalan fechas en el calendario. Aunque también esconden esos otros que, sin tener una presencia estelar en la memoria colectiva, han preparado el terreno para epopeyas consagratorias. Y así de literal lo ha entendido el general Manuel Belgrano, quien efectivamente hizo del suelo jujeño un verdadero desierto. ¿El anhelo final? Nada menos que la independencia.

Remontando el barrilete

Claro que el panorama no era del todo alentador allá por 1812. Pasado el fervor de la Revolución de Mayo, las batallas cara a cara con el ejército realista arrojaban más sinsabores y dificultades que victorias. Hasta que el gobierno de Buenos Aires decide dar un golpe de timón: Manuel Belgrano se hace cargo del Ejército del Norte y reorganiza las fuerzas. El nada alentador panorama ofrecía soldados exhaustos, sin armamento y enfermos. La deserción asomaba como un enemigo peligroso; pero Belgrano no se daba por vencido. Conformaría el cuerpo de caballería “Patriotas Decididos” con Eustaquio Díaz Vélez a la cabeza. Para ello convocó ciudadanos de entre 16 y 35 años, y un tal Manuel Dorrego apareció en la lista de adeptos.

Síganme los buenos

Mientras Belgrano hacía y deshacía el tiempo apremiaba. Al mando del general Pío Tristán, un ejército realista compuesto por 3.000 hombres se disponía a ingresar en Humahuaca. “Llegó, pues, la época en que manifestéis vuestro heroísmo y de que vengáis a reuniros al Ejército de mi mando, si como aseguráis queréis ser libres…” Belgrano lanza su proclama y se hace oír con fuerza en el norte. ¿De qué heroísmo hablaba Don Manuel? ¿Del valor de tomar armas, de la valentía de lanzarse al combate? No, de arrasar con lo propio para dejar sin nada al enemigo. Y así, arreando ganado y cargando muebles en carretas, la estrategia de la “tierra arrasada” se ponía en marcha. El llamado Éxodo Jujeño, bajo el sol del 23 de agosto de 1812.

Campo raso

Soldados y civiles se unieron con convicción, aunque Belgrano mantenía latente la amenaza: quien no emprendiera la retirada sería fusilado, con la consiguiente destrucción de sus haciendas y pertenencias. Sin embargo, algunas familias acomodadas prefirieron esconderse a la espera de Tristán y negociar con el ejército español. Para ese entonces, una ciudad arrasada daría la bienvenida a las fuerzas realistas. Hasta las cosechas habían sido quemadas, y en las calles reinaba la desolación. Mientras tanto, Belgrano y el pueblo jujeño hacían camino al andar: en cinco días recorrieron 250 kilómetros, hasta hacer pie en Tucumán. Allí sonde se escribiría un capítulo decisivo.

Agazapados

Nada por aquí, nada por allá. Pero los realistas no se quedarían de brazos cruzados: descendieron por la Quebrada del Toro para cortar la retirada de Belgrano y su troupe. Ni lento ni perezoso, Díaz Vélez se anticipó a la jugada y sorprendió al enemigo en suelo tucumano: desplegó su ejército en la margen del río Piedras y ordenó el ataque. Así, el 3 de septiembre fue testigo de la victoria en el llamado Combate de Las Piedras. Éxito determinante para que Belgrano ratificara su idea de detener la marcha. ¿Para qué continuar hacia Córdoba en espera de la ofensiva? Una eventual derrota pondría en jaque a Buenos Aires. Y tomada la decisión, a las pruebas podría remitirse el gran Manuel: apenas 20 días después, las fuerzas rioplatenses salen victorias de la Batalla de Tucumán. Aunque el golpe final tendría lugar en Salta, el 20 de febrero de 1813.

Lo que sigue es historia conocida, aquello que se lleva todos los flashes: la independencia definitiva. Aunque la brillante jugada de Belgrano reluce en la vitrina de las grandes proezas. ¿Hubiera habido tal final feliz en 1816 sin la grandeza del pueblo jujeño? Ante la duda, se agradece un acto tan simple y heroico como el de marchar.

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