Facón, el arma gaucha

FOTOTECA

De histórica empuñadura gauchesca, el facón supo ser el más fiel aliado del gaucho en sus duelos y quehaceres. Lealtad sin doble filo.

Un verdadero todo terreno, digno hijo de su portador, casi, casi, un estandarte. Pues todo gaucho que se preciara de tal, nunca, jamás, carecería de una de sus más gratas compañías. ¿El caballo? No, señor. Además del pingo, el jinete de las pampas tuvo otro aliado incondicional, aquel a quien convirtiera en la prolongación de su propia mano: el facón.

Polifuncional

Facón, lo que se dice, facón, respondía a determinada tipología de arma blanca. Pero la denominación no tardó en extenderse a más de una variedad. A fin de cuentas, más que los medios, importaba el fin. Y el genérico facón, vaya si supo cumplir con unos cuantos. Veamos. Más allá de toda riña disputada a punta cuchillo, el arma gaucha servía para defensa personal en las salvajes pampas; como instrumento para carneo de animales, desmalezamiento de terrenos, trabajos en madera y hasta para la construcción del propio rancho. Corte va, corte viene, déjeme decirle que el facón también dio sus buenas afeitadas a unas cuantas barbas y hasta, lagrimón mediante, se encargó de remover la tierra en nombre de digna sepultura, cuando a un compañero tocaba el turno de partir a mejor vida. En resumidas cuentas, al cuchillo no había con qué darle. ¡Ma’ que revólver, trabuco ni ocho cuartos! Nadie resultaba tan gaucho -valga la redundancia- ni cumplidor como el cuchillo. Y el gran llanero pampeano, lo sabía muy bien.

De facones y otras yerbas

Si de catalogación decuchillos va el asunto, bien vale comenzar por el arma suprema: el cuchillo caronero. Qué va, un facón con mayúsculas, el de mayores dimensiones, aquel que el gaucho portaba bajo las caronas del recado, de allí su nombre. Luego, el facón propiamente dicho, un cuchillo de hoja larga y aguzada -aproximados 30cm- pronto para el combate y la riña. Y los hubo de todos los escalafones posibles: con hoja de plata e iniciales de su portador grabadas en la empuñadura, en el caso de los paisanos más ricos; y de hojas confeccionadas con trozos de acero, hojas de sables rotos y limas viejas, entre otros materiales, si de pobretones o peones de campo se trataba. Similar al facón, aunque dueña de un poderoso doble filo, aparece la daga. ¡Cómo no recordar el célebre ejemplar de Juan Moreira! Finalmente, para los trabajos menores, el llamado cuchillo verijero, el cual se portaba en las verijas, o sea, en la cintura, listo para que su pequeña hoja de 15cm auxilie al gaucho en pequeños menesteres.

Facones afuera

En resumidas cuentas, más allá de la tipología, trátese de cuchillos, auténticos facones o dagas, el tema pasaba por mantener la hoja en cuestión bien afilada, tanto como aceitada o engrasada, para una óptima conservación. Cosa de que siempre esté a la orden de la acción, vio. Eso sí, quien no quiso saber nada con ningún tipo de ejemplar fue Juan Manuel de Rosas. ¿Simple despotismo o capricho? No, no. El restaurador tenía sus propias razones para mantener a la peonada “desarmada”. Aquellas que, por cierto, compartía con un buen número de estancieros. Con decirle que hasta Justo José de Urquiza, gran enemigo gran, le dio la derecha… Pues se trataba, ni más ni menos, que de calmar el espíritu “fiero” del gaucho y procurar su docilidad, misión de alta necesidad para el trabajo de estancia. Y he aquí el quid de la cuestión… o el principio del fin.

El domador domado

Para entonces, -vale decir, mediados de siglo XIX, y con la Ley de vagos y mal entretenidos consumada- el gaucho ya no era un alma libre, cimarrona como el ganado que había sabido domar en los verdes llanos. Ahora la “domesticación” le llegaba, si se quiere, a su persona; caía sobre sus propias espaldas. Y el tan preciado cuchillo comenzó a perder utilidad. Se volvió pequeño. No sólo en importancia; sino en tamaño. Todo un atentado a su supervivencia. En especial, para las desfachateces a las que supo ser tan presto. Sin embargo, más de una frecuente riña, entre trago y baile, se encargó de dar fugaz vida a un fuego que no lograba extinguirse en los pagos de campaña. Pues cuchillo, caballo y poncho componen esa trilogía de la que el gaucho nunca podrá desprenderse en lo más hondo de su espíritu. Aquel que, desde estas líneas, relato y empuñadura mediante, evocamos una vez más.

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