Hilario Ascasubi, a papá

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Padre de la poesía gaucha nacional, Hilario Ascasubi hizo de su pluma un arma política. Vida y obra de un hombre de puño caliente.

Periodista, político y hasta militar. Sin embargo, como si estas pilchas no fueran suficientes, Hilario Ascasubi se metió en las yerbas del que fuera su más recordado oficio: poeta. Discípulo de Bartolomé Hidalgo -un viejo conocido de la casa, ¿lo recuerda?-, Ascasubi se hizo eco de la literatura gauchesca iniciada por el charrúa para cultivar la propia. A aquella pluma filosa, parlante en nombre de voces gauchas, punzante en materia de política, el bueno de Hilario habría de imprimirle su propio sello, y con acento nacional. Potente y nutritivo caldo de cultivo para el crecimiento de este género literario en suelo argentino. ¿Gusta de repasar su receta?

A pluma y espada

Su ir y venir por el mundo condimentó su infancia a más no poder. Y pronto entendió que en la defensa de sus pensamientos e ideales estaba la sal de la vida. Ya fuera mediante la pluma y la palabra (fue tipógrafo y periodista en Salta), o la mismísima espada. Con 18 años, Hilario se alisto en el ejército que combatiera en la Guerra del Brasil, y su periplo militar continuaría con las guerras civiles y la lucha contra el régimen de Juan Manuel De Rosas, bajo el ala del general Lavalle. Hecho que, allá por 1829, le costó la libertad. Sin embargo, tras permanecer dos años en prisión, logró escapar con destino a Montevideo. Sí, los pagos del gran Bartolomé. ¿Y qué hizo allí? Verá usted, a don Hilario no se le caían los anillos por supervivir a como diera lugar. Por lo que comenzó a trabajar como panadero, y dicen que dicen, amasó sus buenos morlacos.

Munición gruesa

Eso sí, en sus manos hubo sitio tanto para restos de harina como para manchas de tinta: bajo el velo de seudónimos diversos, especialmente el de Paulino Lucero, Hilario Ascasubi publicó poemas con una fuerte carga antirosista. Imagine, entonces, con quien supo simpatizar nuestro protagonista. Nada menos que con el enemigo mayor de Rosas, Justo José de Urquiza, con quien llegó a ser coronel. Sin embargo, la batalla de Caseros fue el punto de inflexión que precipitó su cambio de bando. Y Ascasubi no tardó en hacer conocer su nueva posición: desde las páginas “Aniceto el Gallo”, periódico unipersonal editado en 1853, Hilario disparó munición gruesa contra Urquiza y la Confederación. Le digo más, en términos literales de combate, luchó contra su antiguo líder de la mano de Mitre. La paz le llegaría recién en 1870, año en que se radica en París tras ser enviado en misión oficial. Sí, lejos ya lejos de las armas, pero con la pluma caliente.

A tintero limpio

Agitada vida si las hubo, esa fue la de Hilario Ascasubi. Y sus creaciones literarias no estuvieron exentas de tal agitación; sino que la acompañaron firme, cual reflejo y catarsis de lo que cada acontecimiento desataba en la mente y el corazón de nuestro protagonista. Su poesía gaucha y popular resultaba hiriente como un arma de guerra, tal como la de su musa, Bartolomé Hidalgo. Y fue precisamente bajo la influencia que le propiciara una de sus obras, “Diálogo patriótico interesante”, que don Hilario hilvanara su propio diálogo: “Paulino Lucero o Los gauchos del Río de la Plata cantando y combatiendo contra los tiranos de las República Argentina y Oriental del Uruguay”. Entre 1833 y 1851, durante su exilio, Ascasubi concibe una pieza literaria basada en la conversación de dos gauchos uruguayos, Jacinto Amores y Simón Peñalva. Obra que fue recopilada en dos volúmenes bajo el título “Trobas de Paulino Lucero” (uno de los seudónimos de Hilario), en 1855. Sin embargo, aún habría tiempo para más; aunque no el suficiente: en Montevideo, Hilario Ascasubi comenzó a gestar el poema “Los mellizos o Rasgos dramáticos de la vida del gaucho en las campañas y praderas de la República Argentina”. ¿Qué sucedió con él? Allá por 1850, quedó inconcluso. Por mucho tiempo, sí, pero no para siempre.

Manos a la obra

Alrededor de 20 años debieron transcurrir para que Hilario volviera sobre su viejo proyecto. Eso sí, ya instalado en París, el poeta se tomó el asunto muy en serio: en ocho meses concluyó un extensísimo poema de más de 12 mil versos, aquel que habría de convertirse en su obra cumbre. Retitulada “Santos Vega o Los mellizos de La Flor”, esta pieza maestra de la literatura gauchesca nacional bien supo ganarse tal consagración. Su contenido costumbrista y su fiel evocación del mundo rural pre independentista, así lo han permitido. De voz de su narrador Santos Vega, cantor del Río de La Plata, los crímenes del bandido Luis Salvador -criado con su hermano Jacinto en la estancia bonaerense La Flor– llegaron o oídos del mundo. Así como lo oye: en 1872, la imprenta Paul Dupont publica las obras completas de Hilario Ascasubi en París.

Para entonces, poco hilo quedaba en el carretel de vida del gran poeta. El padre de la poesía gauchesca falleció en Buenos Aires, en 1875. Su puño hallaba su merecido descanso; más su letra aún encerraba menudo legado por perpetuar.

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