Jules Daufresne, el litógrafo perdido

FOTOTECA

De incierto principio y final, el transcurso del francés Juales Daufresne sí que dejó su certera huella en la litografía nacional.

Se cree que, proveniente de su Francia natal, pudo haber desembarcado en estos pagos allá por el año 1835. ¿Fue Jules Daufresne un inmigrante precoz, un adelantado a la oleada europea que habría de afincarse en suelo porteño a fines del siglo XIX? Nada de eso, lo suyo fue simple deserción: Jules abandonó un buque de su bandera y por suelo argento se echó andar. Sólo que, preso de la misma inconsistencia que su arribo, acabó por sentenciarse su final: ¿qué fue los últimos días de Daufresne? No se sabe cómo ni cuándo murió. Si certezas se buscan, nada mejor que su obra, aquella que, litografía mediante, lo consagró.

 

Del dibujo a la plancha

Soplaban vientos de cambio, en el revolucionario 1810, pero no sólo de política iba la ventisca; sino de arte, ese capaz de inmortalizar los acontecimientos y circunstancias de  aquel entonces. Llegaban entonces los llamados “artistas viajeros”, todos quienes se ocuparon de documentar las costumbres y paisajes de la región. Del dibujo a una piedra o  plancha metálica, y de la plancha metálica a la perpetuidad. He aquí el quid de la litografía y sus imprentas, como la que, en la década del ’20, salió a la luz de la mano del naturalista francés Juan Bautista Douville. Instalada en la calle Piedad, tan breve como la permanencia de su dueño en suelo nacional fue la existencia de aquella. Sí, el padre de la criatura volvió a sus pagos; más no sin encender la mecha de la actividad en cuestión. Y quien tomó la posta de la iniciativa fue el suizo César Hipólito Bacle, a quien se adjudica, por trascendencia, la instalación del primer establecimiento litográfico del país. Claro que, como todo hacedor, como todo gran maestro, el bueno de Bacle habría de tener sus discípulos. ¿Adivina quien se alistó en sus filas?

 

Toco y me voy

Jules Daufresne, presente. Aunque ni la menor idea tenía del asunto. Caído como peludo en suelo nacional, tuvo la gracia de aprender el arte de la litografía de la mano de Bacle. Aunque todo lo bueno que tuvo como alumno, también lo tuvo de ingrato. Una de las condiciones de Bacle (litógrafo, cartógrafo, impresor, naturalista y botánico, completito, completito) era ofrecer instrucción a cambio de lealtad: Jules sólo podría trabajar en ninguna otra litografía de la ciudad que no fuera la propia. Sin embargo, tras aprender el oficio, ese que sólo le demandó unos meses, Jules Daufresne se negó a cumplir con la promesa asentada, verba y firma mediante, y se mandó a mudar. Portando algo de dinero y algunos modelos litográficos, el francés que ya había desertado de su buque, volvió a escoger la huida.

 

Sí, mi brigadier

Ya lejos del taller de Bacle, Jules Daufresne se  desempeño como oficial en las litografías de Bernard y Sánchez. Pero sería junto al gran Gregorio Ibarra, comprador de las prensas de Bernard, con quien adquiriría mayor renombre. El porteño Ibarra fundó entonces la llamada “Litografía Argentina”, y el franchute Daufresne no tardó en convertirse en su buen ladero. Junto a Gregorio, Jules ejecutó pequeñas láminas referentes a la ciudad: “Buenos Aires”, “Cabildo”, “El Fuerte” y “Recova Vieja”. Aunque también demostró su valía en el dibujo: su obra “Media Caña” hasta fue litografiada por otro grande en la materia, el también porteño Carlos Morel. Bajo el ala de los federales Ibarra y Morel, Jules Daufresne dibujó y litografió nada menos que la invitación a los funerales de Encarnación Ezcurra. Sí, la esposa del brigadier Juan Manuel de Rosas.

 

De colección

El correr de los años llevó a Jules Daufresne a anclar en nuevos puertos. No contento con lo hecho hasta entonces, el francés fue por más: se convirtió en colaborador de la “Litografía de las Artes”, fundada por Luis Aldao y Carlos Herni Pellegrini. Y vaya si la incursión resultó provechosa, pues allí se despachó con once de las doce láminas que conformaban el primer cuaderno de “Usos y costumbres de Buenos Aires”, un álbum que inmortalizó a una ciudad irreconocible, desaparecida en el tiempo y sus progresos. ¡Bienvenidas sean las memoriosas litografías! Esas que no sólo nos regalan un paisaje de antaño, sino también sus rostros. Porque Jules Daufresne no se limitó a la geografía circundante, también se dio el gusto de realizar los relatos litográficos del gran almirante Brown, el brigadier Juan Manuel de Rosas –cómo no–  y su acérrimo enemigo, Justo José de Urquiza, y hasta del propio Aldao, entre otros.

 

Así la historia, el camino de Jules Daufresne sí que conoció la variedad. ¿Qué si sólo la de los escenarios de turno? También la de las circunstancias y sus gentes, con todas sus dificultades y miserias a cuestas, esas de las que tampoco escapan las suyas. Perdido su principio y su final, bien vale dar con Jules y su transcurso, con Jules y su destacada actuación en el arte litográfico argentino. Todo cuanto nos revela que, sin dudas, lo suyo no fue estar de paso.

 

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