Julián De Ajuria, la patria (in)sonora

FOTOTECA

El cineasta vasco fue el alma máter de “Una gloriosa nación”, film patriótico como pocos y olvidado como muchos. Aquí, su genial rescate.

Dicen que una imagen vale más que mil palabras; aunque para el bueno de Julián De Ajuria hayan sido mucho más que una. Corría el año 1906 cuando este joven vasco arribó a nuestro país con sólo 20 años y las ansias de sacarle lustre al cine mudo nacional. ¿Cómo? A pura crítica, y de la buena. Aunque el vertiginoso periplo artístico vivido en suelo nacional lejos haría quedar aquellos inicios de comentarista. Tras amarrocar sus buenos pesos como distribuidor de películas internacionales en el ámbito local, una Argentina agitada por el fervor del bicentenario de Mayo y las grandilocuencias del espejo europeo fue el contexto ideal para que este Don diera a luz a sus propias criaturas cinematográficas. Aquellas que, alzando la bandera del patriotismo, resultaron ser la antesala de su hija pródiga: Una nueva y gloriosa nación. Así llamó este productor estrella a su niña mimada del cine silente. Joyita de la historia argentina que, tras esfumarse en el olvido, sin rastro alguno de su paradero, supo aguardar el turno de su merecido rescate.

Haciendo patria

Una nueva y gloriosa nación, la que habían gestado Belgrano y compañía en aquel primer cuarto del siglo XIX, la que por vericuetos de la política se refundaba en aquellos primeros años del siglo XX: inmigrantes y más inmigrantes eran la semilla de una renovada Buenos Aires, esa que florecía grandiosa y solemne, cual metrópoli del viejo continente. Sólo que aquella germinación precisaba de ADN auténtico, aquel que fuera capaz de impregnar algo de identidad a los recién llegados de alta mar. ¿Y qué mejor intermediario que la pantalla grande? A su juego lo llamaron al gran Julián, quien no tuvo mejor “gancho” para su nacionalista film que la imaginaria historia de amor entre el General Manuel Belgrano y la hija de un realista. Gran apuesta gran para la que, como era de esperarse, este admirador del rimbombante cine hollywoodense no se anduvo con chiquitas. Se dice que hasta invirtió nada menos que U$S 300.000 de su propio bolsillo. ¡Imagínese lo que ese dinero valía en aquella época! Dorados años ’20 de los que nuestro cineasta protagonista supo reclutar lo mejor de lo mejor.

Toda la pompa

La troupe de grandes figuras estuvo encabezada por el director estadounidense Albert Kelly, a quien se sumaron los actores Ben Hur, representando a Belgrano, y Jacqueline Logan, en el papel de su amada. Con acento local, el argentino Benjamín Italo José Ingénito O’Higgins -alias Paul Elis en el mundillo artístico de Hollywood- se puso en la piel del Gaucho Juan Balcarce: colaborador de Liniers durante las Invasiones Inglesas y líder militar en las Guerras de Independencia. Pero ojo que la historia no terminaba allí. La fotografía y la cámara también fueron encomendadas a profesionales de la industria norteamericana, al tiempo que el rodaje se realizó en los estudios Columbia, Los Ángeles. ¿Cómo fue posible trasladar la escena nacional hasta allí? De Ajuria no dejó nada librado al azar: contó con asesores históricos para la reconstrucción de sitios y vestuarios (¡Si hasta desembolsó U$S 15.000 para la réplica del Cabildo!) y contrató más de 2.000 extras para las escenas de concentraciones de masas y batallas. Porque no sólo de amor iba el asunto: este film histórico nacional procuraba “relatar” los sucesos que llevaron a la Revolución de Mayo; así como también las posteriores luchas libradas por el gran Manuel. Completito, completito.

Alfombra roja

Y el día del estreno llegó. El 10 de mayo de 1928, para ser más precisos. En el españolísimo Teatro Nacional Cervantes, este filme catalogado como eficaz medio de instrucción patriótica al fin se topaba con la gran pantalla. De la mano de su creador, confeso promotor del cine como herramienta didáctica, Una nueva y gloriosa nación procuraba rescatar valores históricos, resurgir el espíritu estoico y nacionalista de los próceres a los que daba vida mediante sus personajes. Todo bajo el anzuelo de la mencionada historia de amor entre Belgrano y, quien fuera llamada, Mónica Salazar: muchacha de sangre realista que hacía las veces de espía para los patriotas; hecho por el que era descubierta y condenada a la horca. Drama y valentía en un cóctel por demás exitoso. Tanto así que la película duró dos años en cartelera. Si, si. Dos años. ¡Pavada de concurrencia! Sin embargo, la joya nacional no corrió la misma suerte al cruzar el charco. Una versión recortada, despojada de las escenas con mayor tinte local, reproducía los históricos acontecimientos a modo de simple contexto, como mera cortina del mentado romance. Lo que generó una aceptación tibiecita, por no decir fría, del exigente mercado internacional. Una de cal y una de arena para De Ajuria, a cuya criaturita se le vino la noche con el amanecer del cine sonoro. Y el olvido se convirtió en un camino de ida. O, al menos, así pareció serlo.

Operación rescate

Nada por aquí. Nada por allá. El tiempo y su voraz transcurrir parecían haber acabado con toda huella de Una nueva y gloriosa nación. ¿Podía ser posible? Por suerte, no lo fue. Dos copias del film se encontraban inmiscuidas en el nutrido material de dos cinematecas internacionales: la Cinemateca Alemana, en Berlín, y la Cinemateca del Friuli, en Gemona, Italia (país donde la película fue titulada La carica dei gauchos, traducción del nombre con el que fue distribuida en Estados Unidos: The charge of the gauchos). ¿Las causas que motivaron el feliz hallazgo? El estudio a cerca de las gestas independentistas abordadas por el cine silente que Andrea Cuarterolo, investigadora del Instituto de Historia del Arte Argentino y Latinoamericano de la Universidad de Buenos Aires, decidió emprender con esmero. Así fue como una copia del film, restaurada sin alteración alguna de las imágenes originales, resultó ser, a 85 años de su estreno, partícipe de la 32ª edición de Le Giornate del Cinema Muto, festival de cine dedicado al estudio, preservación y difusión de los primeros 30 años de cine. ¿Quién iba a de decirlo? ¡Ni el propio Jualían De Ajuria se lo habría imaginado! Es que, aunque pasen los años, y aún sin palabras, siempre quedan historias por contar…y volver a contar.

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