La Carolina, de Sobremonte a Borges

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Mina de oro y cuna de poesía, La Carolina es un pueblo chico de cielo grande. Pase y concozca la peculiar historia de esta perla puntana.

Rusticidad a la orden del día, casas de piedra, una población que no supera las tres centenas de habitantes y un dejo de ayer en el aire. Como detenido en el tiempo, en la natural geografía que lo contiene, así luce La Carolina: un pueblo de alma calma, como antaño; más no como siempre. Sí, a esta apacible villa puntana también le llegaron las luces de la fama, el candoroso resplandor del vil metal más preciado: la fiebre del oro. Y con ella, la más ecléctica de las historias que fue capaz de protagonizar.

 

La gallina de los granos de oro

Enclavada en la provincia de San Luis, a poco menos de 15 leguas de la capital provincial, La Carolina fue un remanso de propios y extraños. Hasta que a fines del siglo XVIII los primeros granos dorados cambiaron su historia para siempre: dos buscadores de oro dieron con ellos en 1784, y comenzó entonces la desmesura. ¿Estaba el pueblo preparado para recibir oportunistas a mansalva? Desde luego que no, pues ni siquiera se trataba de un pueblo como tal; sino de un paraje sin estructura fundacional. Hasta que un viejo conocido de la historia nacional decide tomar cartas en el asunto. ¡Nada menos que el fugitivo virrey Sobremonte! Uno al que le gustaba el oro como a pocos, y como tal bien supo organizar su explotación. Es que en La Carolina había tantas riñas como bocaminas, por lo que el libre albedrío debía acabar tan pronto como fuera posible. De allí que Sobremonte no solo se encargó de organizar la extracción del oro y su envío a Potosí; sino que dio al pueblo la típica traza de damero de los pueblos coloniales, además de su nombre: La Carolina, en homenaje al homónimo pueblo  fundado por el rey Carlos III en la andaluza Jaén.

 

Hijo pródigo

Con techo de chapa y muros de piedra, la iglesia de Nuestra Señora del Carmen es uno de los mojones de aquellos tiempos fundacionales; así como el monumento al minero el homenaje a su razón de ser. Hemos dicho, La Carolina nació como pueblo base para la explotación de sus cercanas minas de oro. Solo que no habría de ser aquella su única riqueza… Cuando Sobremonte designa al oficial español Luis Lafinur como administrador de La Carolina, una nueva página comenzaba a escribirse en el pueblo puntano. Arribado en 1795, Lafinur se asienta junto a su esposa, Viviana Pinedo y Montenegro, doña que daría a luz dos años después. Así la historia, el 27 de noviembre de 1979, La Carolina vio nacer a su hijo pródigo. En la antítesis del oro y su codicia, Juan Lafinur regaría el suelo de arte e intelecto. Poeta, compositor musical, filósofo, periodista y hasta profesor de francés, lo suyo fueron las letras. Instalado en Buenos Aires a los 21 años, donde comenzó una brillante carrera intelectual, Lafinur pareció dejar un halo de su bohemia y alma literata en sus pagos natales. Porque la sangre tira, menudo descendiente habría de pisar su mismo suelo más de medio siglo después.

 

Lazos de tinta

Sobrino nieto de Juan Lafinur fue uno de las más célebres personalidades de la literatura argentina. Lo que se dice, un maestro… Sí, señores. Jorge Luis Borges, sangre de la sangre, quien hasta dedicó un soneto a la memoria de don Juan y que, dada su enorme admiración, ni la vejez ni la ceguera fueron motivo suficiente para frenar sus pasos. Con 74 años, Borges arribó a La Carolina en el invierno de 1973. Y reincidiría tres años después, dejando un legado de difícil olvido. En La Carolina las musas no se pesaban en granos ni se fundían en lingotes. En La Carolina nada valía más que la palabra: desde 2007, año en que los restos de Lafinur fueron repatriados desde Santiago de Chile (ciudad en la que muere al caer fatalmente de su caballo), el Museo de la Poesía recuerda que no solo lo que es oro brilla. Manuscritos de grandes poetas y escritores, incluidos Borges y Lafinur, reformulan todo preconcepto.

 

A pueblo chico, cielo grande. Tal ha sido, y aún es, la historia de La Carolina.

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