Buenos Aires de leyenda

FOTOTECA

Fantasmas, mitos y verdades de una Buenos Aires que esconde mil y una historias en su andar. Misterios de una urbe interminable.

El saber popular dice que las brujas no existen; pero que las hay, las hay. ¿Y los fantasmas? Las calles y rincones de una Buenos Aires de leyenda, no dicen lo contrario. ¿O será pura imaginación? Desde estas líneas, nos aventuramos a susurrarle algunas de las fantásticas historias que esta urbe guarda en su red de misterios. ¡No se vaya a asustar paisano! Al fin de cuentas, sólo es cuestión de creer o reventar.

Con aroma de mujer, Buenos Aires

A la pobre Rufina la lloraron dos veces: una, el 31 de mayo de 1902 -fecha de su fallecimiento-; otra, el día en que familiares de Rufina Cambaceres abrieron el cajón caído de la joven. Y vaya sorpresa que se llevaron: a puro arañazo había estado la pobre, tras despertar de su ataque de catalepsia. ¿Será por eso que el mausoleo de Rufina luce, en pleno cementerio de Recoleta, la imagen de una muchacha abriendo una puerta? ¿O será que aquella historia de la muerte aparente es sólo un mito? Se dice que Rufina era una chica bien, y que las joyas con las que había sido enterrada fueron toda una tentación para aventurados ladrones. Aquellos que, con toda su torpeza, forzaron y tumbaron el ataúd en busca del preciado tesoro. Claro que los arañazos alimentan la primera versión de los hechos, esa por la que se ha bautizado a Rufina como “la dama de blanco”. Aquella que deambulaba por la cercana esquina de Vicente López y Azcuénaga. ¡Otra que Felicitas Guerrero! Quien, se cuenta, merodea la capilla que la familia construyó en su honor cada 30 de enero; fecha en que fue asesinada por un viejo amor. ¡Eso sí que era despecho! Y sobre él ya hemos contado largo y tendido en esta Pulpería. Pero para que vea, estimado parroquiano, que las tragedias amorosas no se remiten sólo a traiciones, aquí le contamos la historia de dos tortolitos que, habiéndose jurado amor hasta que la muerte los separara, no tuvieron que hacer arduos esfuerzos para cumplir su juramento. El 1 de abril de 1911, Ángel Lemos y Lucía Giordano contrajeron un matrimonio que sólo duraría lo que la festichola que se armó en la residencia familiar: el antiguo castillo de Villa del Parque, ubicado en la calle Campana al 3200. Lo cierto es que, acabada la celebración, los novios se subieron a un carruaje que, a punto de cruzar las vías, fue atropellado por un tren. Desde entonces, los fantasmas de la parejita -¿feliz?- se empecinan en permanecer allí, en el palacio donde la fiesta parece continuar: una misteriosa música que aún resuena y luces que se encienden solas así lo atestiguan.

Chau, chau…adiós

Claro que toda leyenda urbana no siempre tiene, como único protagonista, al ser humano. ¡Sino que lo diga el yerno de Eustaquio Díaz Vélez! Quien fue víctima de las particulares mascotas que poblaban el jardín de la casa de su suegro. Las criaturitas adoptadas por este millonario no eran más que leones de carne y hueso. Precisamente, aquello que los adorables felinos buscaban. ¿Dónde lo encontraron? ¡En el brazo del novio de su hija! Y en plena fiesta de compromiso. Acto seguido, la muchacha se suicida, Díaz Vélez se deshace de los leones y la parejita ausente es homenajeada con un monumento. Pero… ¡Ojo que los leones también tienen los suyos! Presentes entre la arboleda de la hoy Fundación Vitra (institución que promueve la integración de los discapacitados motrices) parecen custodiar las almas de los jóvenes amantes aún presentes en la casona.
Y si de suicidios y partidas va el asunto, ¡qué decir de la llamada “torre fantasma”! Con más de un siglo de antigüedad, la construcción luce sus aires catalanes en la boquense esquina de la calle Villafañe y la avenida Benito Pérez Galdós. Lo cierto es que iría a ser una casa de renta resultó ser una verdadera monada, por lo que su propietaria -la estanciera María Luisa Auvert Arnaud– decide quedarse a vivir en ella. Al menos mientras los duendes se lo permitieron. ¿Cómo? Así es. Se dice que las plantas traídas de España por la ricachona mujer tenían unos hongos alucinógenos, y que en ellos habitaban los traviesos duendes “follet”, responsables que la pobre dama huyera enloquecida del lugar. Pero allí no termina la historia; sino que empieza la de la bella Clementina, artista plástica que, instalada en Buenos Aires para cursar sus estudios, se aloja en la torre de la casona ya convertida en vivienda colectiva. El hecho es que los duendes siguieron haciendo de las suyas; y tal fue su enojo una vez fotografiados que la bohemia señorita acabó suicidándose. Por las dudas, querido amigo, pase por la esquina sin chistar.

Criaturitas de leyenda

¿Incrédulo ante el mito de los duendes? Si así es, el enano Belek lo dejará sin palabras. ¡O sin sangre! Es que -a fines de los 70- esta criatura llega al país con el circo de los Zares, desde la zona de los Cárpatos. ¿Le suena? Sí, territorio del conde Drácula. Vaya reminiscencia que, por cierto, no resulta para nada casual. ¡Más de una vez lo pescaron prendido al cuello de Vera! Una pobre mono tití. Expulsado de la compañía, el enano vampiro quedó suelto en las calles porteñas. Más precisamente, en una casa abandonada del Bajo Flores. Y, dicen que dicen, los gatos de la zona comenzaron a desaparecer. ¡Cruz diablo! Los vecinos no tardaron en colocar ristras de ajo y crucifijos en sus casas, y hasta unos buenos muchachos casi lo atrapan con la red de un arco de fútbol, mientras jugaban un picadito. Pero Belek escapó a la embestida y, cuenta la leyenda, todavía hace las suyas en baires. ¿Dónde? En el cementerio de Flores. Aunque el enano vampiro no es la única extraña criatura que azota a la ciudad. El mito del Reservito corre que te corre en los senderos de la Reserva Ecológica. Mitad perro, mitad rata. Así se ha descrito a este horrendo monstruo de la Costanera Sur. ¿O será que se trata de una simple comadreja colorada?

Todo puede ser en esta legendaria Buenos Aires, hasta la mismísima fantasía. Esa que, hecha mito o verdad, le pone pimienta a una ciudad que es puro condimento. Claro que, en vista de la cantidad de espíritus a ahuyentar, no vendría mal un poco de sal.

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