Pulpería: anclaje de tradiciones

FOTOTECA

Un espacio tan simple como extravagante, testigo de historias, refugio de almas, cultura y tradiciones.

“Fue refugio de la paisanada, encuentro obligado para el ocio y el esparcimiento, alto en la huella, punto de referencia social, reducto de los excluidos y provisión de vidas no reclamadas para la ‘defensa’ de la frontera. Pero también fue el modo de vida elegido por el sencillo comerciante español primero, el criollo después y finalmente recurso del gringo”.

En el nombre del pulpero

Según el autor Jorge A. Bossio, existen dos explicaciones para el término “pulpería”; los americanistas que hacen derivar el nombre de la voz mejicana “pulque” o de la mapuche “pulcu” y la de los hispanistas que se apoyan en el latinismo “pulpa”. En el primer caso, es considerado poco probable, dado que el contacto con el indio que permitiera la incorporación de vocablos fue muy posterior al 1600, cuando ya existían las pulperías. En cuanto a la denominación española, “pulpear” significaba “comer bien”, o comer carne. En México, en cambio, “pulquear” era tomar aguardiente de maíz, que se elaboraba por la fermentación de la pasta machacada del maíz, que llamaban “pulpa”. Así que probablemente, de lo conjunción de estas dos voces derive el término “pulpería”. 

Deme dos

Generalmente ubicada en un lugar estratégico del pueblo que habita, la pulpería guarda un significado muy arraigado en nuestras raíces. Además de ser un núcleo abastecedor de embutidos varios y bebidas alcohólicas, también podían obtenerse en ella objetos típicos, muchos de ellos olvidados: utensilios antiguos, adornos, remedios caseros, telas, tabaco, envases, cueros, vajilla, accesorios de vestir, entre tantos otros. La “vidriera” de la pulpería estuvo siempre constituida por estantes con productos depositados libremente. En este caso, la mezcla y el contraste es motivo de deleite visual, de originalidad e identidad. Uno raramente intuye lo que va a descubrir al ingresar a esta extraordinaria “tienda” ecosociocultural, de aspecto abandonado y pintoresco a la vez.

Casi un templo

Ladrillo a la vista; cielorraso de madera, paredes potentes con evidentes marcas del tiempo y rincones polvorientos son rasgos que conforman el perfil arquitectónico de toda pulpería. Un lugar que huele a viejo sin que eso moleste; donde conviven muebles de distintos estilos, todos ellos rústicos y derruidos. León Bouché en su obra La Pulpería, mojón civilizador, sintetiza: “frente a su estaño confraternizó la gente. Fue el primer techo cobijador que encontró el hombre en su difícil soledad pampeana. Allí también sació su ardiente sed. Allí los hombres se sintieron hermanados cada vez que la libertad del país peligraba. Sarmiento las llamó ‘Club de gauchos’ y debió agregar ‘Escuela de machos'”.

Un modo de vida

La pulpería es fabrica de costumbres, sabores, relaciones sociales e historias de vida de toda índole. Es un mojón civilizador, un comercio donde personajes curiosos, alegres, aburridos y errantes, sin distinciones, “se dan una vuelta” para matar el tiempo, quitarse el antojo de algún vermú, jugar alguna partida de truco o buscar algún oído donde ahogar penas; para disfrutar de una payada, escuchar noticias lugareñas o saciar sus vicios. Carteles con viejas publicidades y leyendas tales como “Prohibido entrar armado y sin sombrero puesto al despacho de bebidas” son muestra del espíritu jocoso y descontracturado de este espacio sin igual.

Un reducto que no conoce reformas, aunque sí una dedicada atención a las costumbres argentinas, en pos de conservar las reliquias que allí, intactas, descansan.

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