Sixto Palavecino, el violinista de voz quichua

FOTOTECA

De Santiago del Estero para el mundo, Sixto Palvecino hizo de su música una cruzada cultural. Porque el folklore también habla quichua.

Mirada bonachona, esgrimida bajo la sombra de sus cejas anchas y tupidas, tal como el monte que, desde niño, lo vio deambular. Pastorear fue lo suyo; más sin otro anhelo que el hacer de su vida una prosa musical: poesía, canción y violín, al servicio del arte y su legado ancestral, el idioma quichua que tanto supo difundir e interpretar. Domador de lenguas y campos, Sixto Palavecino, santiagueño de pura cepa, hizo obra y honroso camino al andar. ¿Gusta de transitarlo por nosotros?

 

Por motus propio

Asomó al mundo allá por el año 1915, en la santiagueña localidad de Barrancas, allí donde crecería al abrigo de pastizales y costumbres camperas. Todo cuanto se convirtió en su perfecta musa inspiradora. Pues, pastoreo va, pastoreo viene, el arte musical floreció en su ser cual eterna primavera, arremolinándose en su hirsuta y renegrida cabellera (¿será que en pos de dominarla es que también se hizo peluquero?), percudiéndose en su piel curtida, embebida de sol, hasta el final de sus días. ¿Quién iba a creerlo? En sus tiempos de gurrumín, nadie más que él mismo. Pues, ante la negativa de su familia a proveerle un instrumento, Sixto Palavecino se las ingenió para construir el propio: un violín fabricado con maderas de una vieja mesa. ¿Qué tal? Y lo curioso fue que, ni lento ni perezoso, la criatura musical de Sixto comenzó a sonar por los montes santiagueños sin más descanso que el que, de a ratos, encontraba en un hueco de quebracho blanco, el mejor estuche concebido por Peralta.

 

En banda

El hecho fue que, tras presentarse en una reunión familiar, Sixto sorprendió a los presentes por duplicado: como músico y artesano. De esta manera, ya no hubo más resistencia. Si música quería, música tendría. Por lo que Peralta comenzó a decir presente en sucesivas veladas del pueblo, demostrando que, con sus diez años de edad, apenas anunciaba el harto talento que, a lo largo de su vida, habría de destilar, Claro que tal empresa no lo encontraría solo: junto a su familia conformó la agrupación musical “Sixto Palavecino y sus hijos”, con la que se dio el gustazo de recorrer el país y presentarse en escenarios emblemáticos, tales como el del Luna Park; además de grabar su primer disco, en 1966. Se abrían, entonces, las puertas del profesionalismo para Sixto y los suyos.

 

Catapultado

Uno de los mayores hitos musicales en la vida de Palavecino contó con la crucial participación de León Gieco, quien invitó a Sixto a ser parte de un disco legendario: “De Ushuaia a la Quiaca”. Se trató del sexto álbum de estudio de Gieco, en colaboración con Gustavo Santaolalla. La obra comprende un total de cuatro discos en los que participaron artistas de todas las latitudes nacionales, y Sixto Palavecino tuvo el honor de participar del primero, lanzado en el año 1985. Paralelamente, la supervivencia del  conjunto familiar se fue complicando en la medida en que los hijos de Sixto crecieron, asumiendo mayores y nuevas responsabilidades personales. Palavecino comenzó, entonces, a transitar un nuevo camino: el del artista solista.

 

 

 

Lengua madre

Violín y bandoneón se convirtieron en los perfectos aliados de Sixto Palavecino durante su nueva etapa, al igual que su querida lengua ancestral: el quichua, aquel que procuró difundir a diestra y siniestra. Combinándolo con el español, nuestro protagonista hizo de sus canciones un vehículo de intercambio cultural, y hasta de reivindicación de sus orígenes. Su compromiso con sus antepasados, con sus raíces, lo llevó hasta traducir al quichua al mismísimo “Martin Fierro”. Además de grabar  más de 30 LP y cuatro CD en tal idioma, siempre apelando a su mix de folklore nacional, compuesto por chacareras, escondidos y gatos a flor de violín. ¡Cómo no! Con decirle que una de las virtudes más reconocidas de Palavecino ha sido la de cantar y tocar el violín simultáneamente…Sin embargo, la humildad de su persona es quien se lleva todos los aplausos: amén de su inconmensurable talento, Sixto vivió en la modestia de sus queridos pagos santiagueños, y lo hizo despuntando su oficio de peluquero, aquel del que nunca  se sonrojó.

 

Fallecido en 2009, lejos estuvo su adiós de una despedida. La obra de Sixto Palavecino, esa que no halló precedentes, aún brilla con luz propia en la más esencial historia del folklore argentino. Desde estas líneas, nuestro modesto intento de mantenerla viva en el candelero del presente.

Abrir chat
Hola 👋
¿En qué podemos ayudarte?