¿Te acordás, hermano…?

FOTOTECA

¡…Que sabores aquellos! Los de las golosinas, gaseosas y demás productos perdidos en el ayer; pero cuyo recuerdo aún paladeamos de lo lindo.

¿Te acordás, hermano, qué tiempos aquellos? Cuántas veces habremos citado las palabras de don Francisco Canaro y su tango Tiempos Viejos… Si a más de uno se le está piantando un lagrimón en nombre del ayer. Y a algún que otro escaparate y/o góndola, también. Ya entenderá lo que le digo, parroquiano amigo. Pues hoy rescatamos del baúl del recuerdo aquellas gaseosas, golosinas y demás sabores de los que sólo queda un dejo en el paladar. Extinguidos en los tiempos de hoy, bien vale reivindicar su incaudicable presencia entre las nostalgias de todo memorioso.

Morocha argentina

A quienes crean que la internacional y famosísima Coca Cola ha sido, por estos pagos, pionera en su clase, bien les vale una buena refrescada de memoria a pura Bidú: ama y señora de las bebidas cola en Argentina, allá por los años ’40. ¡Era la única en su especie! Al menos así lo fue hasta el año 1942, cuando “doña Coca” desembarcó con sus aires norteamericanos a cuestas. Fulera y peluda sería la competencia; sólo que, para entonces, la argenta Bidú ya tenía su buena fama y mercado ganado. Tanto así que, a partir de los años ’50, comenzó a ser fabricada por The Orange Crush Co, una poderosa compañía de Illinois. Y vaya si ha sabido mantener su reinado: hasta los años ’60 no hubo quien pudiera quitarle el cetro. Pues, calando hondo en el corazón de la disconformidad e insumisión juvenil, la Bidú era una morena rebelde”, con un sabor fresco como la juventud y, por sobre todo, personalísimo: que si la Coca Cola era la gaseosa de quienes bebían a la moda, Bidú era la tuya. Y que la popular bebida yanqui se fuera a freír churros. Le digo más, tan personal era esta buena moza que hasta venía con “yapa”, tal como indicaban afiches publicitarios y pegatinas presentes en kioscos y parabrisas: una botella individual de 355 cc, la cual superaba las usuales cantidades de 300 y 320cc que las demás gaseosas ofrecían en su versión mini. ¡La Bidú se nos iba para arriba! Y para el otro lado de la frontera, pues Chile y Perú también disfrutaron su sabor. Aquel que, dicen que dicen, era bastante más dulzón que el de la Coca Cola; aunque no faltó quien le haya otorgado una nota amarga o hasta un dejo de limón. Por lo pronto, a los más benjamines paladares no les resta más que quedarse con la duda. En el año 1963 Orange Crush Argentina dejó de envasarla, y su último registro de fabricación en suelo nacional data de los años ’90, sólo en algunas provincias. En Capital Federal, para entonces, ya brillaba por su ausencia.

A la cola

Otra gaseosa cola que desfiló por la ochentosa Argentina fue la Gini, aunque, esta vez, acusando orígenes europeos, y con una translúcida compañera: su versión lima limón. Concebida por Perrier, famosa marca francesa de agua mineral, la Gini se dio el lujo de ser la primera en ostentar un envase de vidrio de litro y cuarto, porque, a fin de cuentas, “siempre querés más frescura, más sabor”. Y vaya si se ha jactado de su éxito, que hasta ha contado con la estrella y sex symbol nacional de la época en una de sus publicidades: el boxeador Carlos Monzón ¿Y quién no recuerda los rojos labios de la modelo y actriz Chunchuna Villafañe en los afiches de esta refrescante gaseosa? “Apague su sed con Gini”. Aunque la imagen de Chunchuna, bien que habrá encendido los ánimos de unos cuantos… Sensualidad, de ello trataba el alzarse con una Gini; lástima que sus fervientes bebedores sólo han podido saborearla hasta 1999, año en que Coca Cola compra la línea de bebidas que la fabricaba y esfuma su existencia.
Y hablando de desapariciones, hubo una gaseosa que se hizo aire en lo que un suspiro: ¿se acuerda de la Pepsi Twist? Sí, aquella que, dándoles el gusto a muchos bebedores de gaseosas colas, venía con un twist de limón ya incorporado. Cosa de que ni hiciera falta agregar una rodajita del cítrico al vaso de Pepsi. ¡Pura genialidad lanzada en el año 2002! Y en varios países en simultáneo. Sin embargo, no pasó limón. Por lo que, a excepción de Bolivia y Brasil, dejó de ser fabricada dos años más tarde.

Sale con frenys, como por un Tubby

Entre otras bondades que nos brindaros los años ’80, el gran Pumper Nic no podía faltar a la cita. Fast food argento a quien nadie supo negar asistencia. Pidiera usted un Mobur (sándwich de jamón, queso y huevo) o una Chiknic (hamburguesa de pollo), las frennys -así se dice, nada de papas fritas-, eran la más gloriosa compañía. La empleada de caja, vestida al mejor estilo cowboy, solicitaba su pedido por micrófono, de modo que las frennys no sólo se convirtieron en delicia al paladar; sino en música para los oídos. Aunque si de música hablamos, las obleas más famosas de aquella década se adjudicaron un inigualable y recordado jingle: “yo era un Tubby, que andaba solo…” ¡Si ya se lo ha puesto a cantar! No se me avergüence, don, que quien lo hizo sin sonrojo alguno fue el maestro Pappo. Es que este rudo genio del rock and roll se ha valido de tal pegadiza canción para reconquistar a una novia enojada. ¿Qué tal? Imposible resistirse, como así tampoco a los sabores de esta golosina. Sí, en plural, pues tuvimos dos clases de Tubby: Tubby 3 (oblea bañada en chocolate) y Tubby 4 (con maní y caramelo). Hitazo de Bagley en cuanto kiosco usted frecuentara; sólo que el concierto tendría poca cuerda: el Tubby desaparece en la misma década que lo vio nacer, con un intento de resurgimiento en los venideros años ’90, cuando se lanzaron las efímeras versiones 5 y 6, pues no prosperaron en el tiempo. Sin embargo, su recuerdo sigue dando batalla: cerca de una veintena de grupos de facebook piden por su regreso.

Chocolateados

¿Una cuota más de dulzura? Tierna base de galletita, relleno de merengue con corazón de frutilla y baño de chocolate amargo ¡Vaya si habrán aguado bocas los Kremokoa! Y dejado unos cuantos dedos pegoteados. ¿Cuántos quiere? ¿Cinco, seis, una docena? Estos redonditos de Terrabusi se vendías sueltos, hasta que, allá por 1994, la empresa Nabisco compró a la madre de estas criaturas, y ya no hubo quien pudiera encontrar uno solito, siquiera. Tras ser retirados del mercado, el reclamo de sus golosos adeptos se hizo oír, por lo que una versión similar del producto entró en circulación: los Merenkoa, sí, con nombre parecido y todo, de manos de la marca Urquiza.
Otra delatora dulzura que dejaba nuestros dientes “chocolateados” fueron, precisamente, los chocolates Voley, livianitos, livianitos, tal como su nombre invita a imaginar. Que si en el deporte citado la pelota va por los aires; lo propio hacía uno de sólo masticar esta perlita de Suchard: nada menos que uno de los primeros chocolates aireados en salir al mercado, y bien barato eh…un par de moneditas bastaban para quitarse el antojo.

Con el dulce entre los dientes

Y si el chocolate evidenciaba su paso por nuestra boca, las pastillas Billiken no se quedaban atrás. Acopiadas en las geniales latitas de motivos casi coleccionables (¡un verdadero “chiche” para niños y adultos!), las multicolores pastillas dejaban huella de su azuquítar blanca en uñas y de dedos todo quien las deglutiera. ¿Qué si las Billiken siguieron existiendo pasados los años ‘80? Pues sí, más en paquetes ya más tradicionales. Sin embargo, para los verdaderos fanáticos, no había nada mejor que meter la mano en la lata.
Claro que todo producto, sea del rubro que fuere, tiene tanto amantes como detractores. ¿Acaso ha habido mejor ejemplo de ello que los Puaj? Dueños de un sabor a cereza y limón, aunque preso de una cobertura ácida -ácida en serio, sin grupo-, a estos chicles bien les cabía la onomatopeya de su nombre. Había que pasar por el trance ácido para disfrutar su gusto frutado. Y he allí el motivo de las ausentes medias tintas: se lo amaba o se lo odiaba. Y, en el caso de los amantes, más valiera que fuera valiente: atreverse a morder el Puaj no era moco de pavo. Si hasta más de uno habrá caído en el chascarrillo de creer que se trataba de un chicle cualquiera.

¿Usted todavía lo está paladeando? No me diga nada, seguro que con esta retrospectiva le hemos robado más de una nostalgiosa sonrisa, de esas que sólo nacen con sacudir la memoria. Ese ejercicio que, tan a menudo, nos gusta hacer en su compañía. ¿Te acordás, parroquiano…? ¡Qué sabores aquellos!

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