Torta galesa, persevera y endulzarás

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Hija de la dificultad y la supervivencia, la torta galesa es una dulzura bien argentina. Pase, pruebe y viaja a la Patagonia a puro sabor.

¿Galesa viene de Gales? Sí, aunque no en el caso de la dulzura que nos compete. La torta galesa es patagónica, y a mucha honra y sudor. Así como lo oye, pues los primeros colonos que asomaron sus narices al Valle del Río Chubut no se las vieron fáciles. Un viento de la ostia, frío a rabiar y aridez doquier. ¿Entonces? Más valía endulzar los ocasos, y con lo que había. ¡Bienvenida entonces la torta galesa! Aquella que, para tales inicios, era toda una promesa.

 

Subí que te llevo

A bordo del velero Mimosa, allá por el año 1865, 153 galeses se disponían a forjar un nuevo destino en tierras foráneas. El desembarco en Puerto Madryn fue el 28 de julio, y, desde entonces, el inicio de una historia de supervivencia. Claro que atrás no quedaba una vida de lujos…la presencia inglesa asediaba los talones, mientras que, de este lado del océano, el gobierno nacional abría los brazos a quienes quisieran poblar las extensas –aunque para nada desiertas– tierras de la Patagonia. ¡Qué mejor escudo que una comunidad hecha y derecha! Aferrada a sus tradiciones y costumbres, incapaz de desmembrarse ante las amenazas de corsarios. ¡Y qué mejor lugar donde empezar de cero!, sin necesidad de asimilar dictámenes culturales ajenos. Solo que el contexto geográfico jugó su propia partida, y el muy ducho no sería fácil de vencer.

 

Contra viento y marea

Falta de agua dulce y escasez de alimentos fueron los protagonistas de un combo imperfecto, pero no imposible. Allí andaban los hombres, yendo y viniendo en busca de alguna fuente de líquido vital, de algún sitio protegido de los retobados vientos. Allí andaban las mujeres, estirando los pocos alimentos que tenían en su haber con conciencia, pero mucho, mucho ingenio; puesto que a la flaqueza de recursos se sumaba la carrera contra el tiempo. De anda servía guardar aquello que habría de perecer. ¿Entonces? A cocinar, y con provecho.

 

Habemus torta

Nueces, harina, azúcar negra, miel y toda cuanta fruta hubiera sido azucarada para su conservación iba a parar a la fuente de turno. Golpe de horno y misión cumplida. Sí, señores, pues el resultado era una delicia calórica como pocas –ideal para el frio y el desgaste de energías que implicaba cada ardua jornada– e imperecedera como ninguna. Sin fechas de vencimiento a la vista, y un sabor por demás vigente, fue aquel el inicio de una nueva tradición. Una entre las tantas que los colonos habían traído consigo, aunque nacida en una nueva tierra, la de su porvenir. Desde entonces, la llamada “torta negra” fue un legado más del que supieron hacerse eco las posteriores generaciones, y del que hoy se ufana buena parte de nuestra Patagonia.

 

Manos a la torta

¿Qué si hay receta alguna? Quizá, tantas como familias, aquellas que tienen su propio secreto y predilección en torno al plato en cuestión. La torta galesa nació por necesidad e improvisación, de modo que hablar de una receta a rajatabla pecaría de absurdo. Claro que siempre existen modelos o sugerencias. Y he aquí la nuestra:

 

  • 300 gr de harina
  • 200 gr de pasas de uvas
  • 250 cc de agua
  • 250 gr de frutas abrillantadas
  • 75 gr de nueces picadas
  • 200 gr de azúcar negra
  • 2 cucharaditas de bicarbonato
  • 1 cucharada de miel
  • 200 gr de margarina
  • ½ copita de licor.

 

Coloque en una cacerola con agua las pasas de uvas, la miel y el azúcar negra. Hierva por cinco minutos, retire, deje enfriar y mezcle luego con la margarina. Incorpore la harina tamizada, el bicarbonato, las nueces, las frutas abrillantadas y el licor. Finalmente, vuelque la preparación en un molde enmatecado y enharinado. Lleve a horno moderado por una hora y, mientras tanto, vaya preparando el té. Una buena mesa galesa, o, mejor dicho, Patagónica, espera por usted.

 

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