Vino seco o el gusto de compartir

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Destapar una botella de vino seco es un poco abrir la charla, templar la guitarra, dejar que los encuentros fabriquen su propia calidez.

Su espacio por excelencia es el de la mesa compartida, aunque lo mismo puede adaptarse a brindis bulliciosos como a encuentros intimistas. El vino seco es el que media en las discusiones del almuerzo familiar del domingo, el que anima las cenas ruidosas con amigos o desata charlas que sólo pueden darse de a dos. También es un aliado incondicional en la cocina, cuando detrás de bambalinas aporta un toque único a muchas recetas.

Para dulzura está el postre

Hay vinos secos tintos y blancos, ya que la característica que los distingue no reside en el color sino en la escasa cantidad de azúcar que contienen. Entre los tintos secos se destacan el Malbec, el Pinot Noir, el Cabernet Sauvignon y el Merlot. Mientras que en los blancos se lucen el Sauvignon Blanc, el Chardonnay y el Torrontés. Los vinos secos se obtienen por fermentación natural, sin agregados extra de azúcares o alcohol. La falta de aditivos los vuelve nobles pero a la vez exigentes: requieren disfrutarlos despacio, a temperatura ambiente, e invitan a develar el misterio que los envuelve.

Sean eternos los viñedos

Si el vino en Argentina es bebida nacional, es en buena medida gracias a la cuidada producción de diferentes variedades de vino seco en el país. ¿Pero cómo empezó todo? A mediados del siglo XIX, Domingo Faustino Sarmiento, por entonces gobernador de Cuyo, implementó las primeras acciones de un plan de desarrollo vitivinícola. El agrónomo francés Miguel Aimé Pouget y el alemán Enrique Röveder tuvieron participación clave en ese proceso. Ellos probaron nuevas técnicas de injerto y manejo de las viñas y aportaron ideas para todo el proceso. De aquellas innovaciones surgieron los primeros vinos argentinos premiados en ferias internacionales, incluso con medalla de oro en la Exposición Internacional de París de 1889, y la producción ininterrumpida de muchos varietales que continúan hasta nuestros días.

Destapar una botella de vino seco, cualquiera sea su variedad, es un poco abrir la charla, templar la guitarra, dejar que los encuentros fabriquen su propia calidez.

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