Mar del Plata palaciega: como castillo de arena

FOTOTECA

Palacios de lujo y villas opulentas hicieron de Mar del Plata un destino de elite. Sin embrago, el tiempo acabó desmoronándolos a su paso.

Que nuestra Buenos Aires querida supo arder de fiebre parisina, se lo hemos contado ya. Que, con no menos ínfulas que ella, la bonaerense Mar del Plata se ganó el alias de la “Biarritz argentina”, también. Pero… ¿si le decimos que mucho antes de que don Bustillo metiera pico y pala al Hotel Provincial, el lujo y la opulencia ya habían echado cimientos en los pagos marplatenses? Del polvo venimos y al polvo vamos, como se dice. Sólo que para las doce residencias marplatenses que a fines de siglo XIX marcaron la belle époque costera, tal destino fue literal. Demolidas en la segunda mitad del siglo XX, no son hoy más que recuerdo.

Pum para arriba

Había pasado ya la fatal epidemia de fiebre amarilla de 1871, el sur porteño era cosa de inmigrantes, y el acaudalado norte, con sus casonas de fin de semana y veranero, el nuevo nido de la aristocracia. Por lo que, reconfigurado el escenario de la ciudad, el de la vida permanente en ella, el refrescante descanso al que invitaban las altas temperaturas de diciembre, enero y febrero precisaban de nuevos rumbos. O uno solito nomás. Mar del Plata: la flamante perla vacacional. A orillas del mar, como la costumbre veraneante europea mandaba, y dueña de una destacada rambla de madera (inaugurada en 1888 junto al Hotel Bristol) Mar del Plata tenía con qué. Pero sus exclusivos visitantes quisieron más, por lo que recurrieron a arquitectos del continente musa para la construcción de villas y residencias a todo trapo, con material que también provenía del otro lado del Atlántico. Sí, sí, nada de andarse con chiquitas. Sólo que ya en la primera mitad del siglo XX, entre la crisis de los años ’30 y la consolidación de la clase media a partir de una masa migratoria que ya había ingresado en el mercado laboral, teniendo incluso hijos en el país, aquel escenario palaciego comenzó a no cuajar, pues el más amplio abanico de visitantes de “La feliz” hizo que tanta opulencia arquitectónica se viera de pronto salpicada por construcciones menores, erigidas en base ya no a materiales importados, sino a piedras de la localidad. ¿Entonces? ¿Seguiría la elite porteña apostando por un destino vacacional que ya no era sinónimo de exclusividad?

Metamorfosis

A buen entendedor, pocas palabras, ¿no es cierto? Si le decimos entonces que la mayoría de estos palacetes vio modificada su funcionalidad, ya sabemos entonces que la aristocracia preferiría otros rumbos. Aunque, claro está, de forma progresiva. Tal como también se dio la  decadencia y posterior demolición de cada uno de estas joyas. A fin de cuentas, Mar del Plata tampoco era ya la misma Mar del Plata. Acortada la brecha social, con una realidad socioeconómica diferente, ¿cómo hacer para sostener tales “fortalezas” en pie, un lujo que se había tornado artificial? Mojones de un tiempo que ya no era el que corría, resistieron a duras penas mientras los nuevos visitantes rediseñaban el  rostro de la ciudad sin mediación alguna. No hubo planeamiento en cuanto al diseño y la estética que Mar del Plata necesitaba para satisfacer las demandas de su actual público, ni protección de lo ya existente. Por lo que, como suele suceder en estos casos, el patrimonio salió perdiendo. Sin embargo, la memoria siempre está ahí, a tiro para que toda historia pueda ser reconstruida. Y a ser parte de esta obra es que aquí l@ invitamos.

Desde La Bristol hasta Playa Varese, y con una última perlita en las inmediaciones del Golf Club, aquí están, éstas son. Las doce residencias de una Mar del Plata que sólo queda en el corazón.

Chalet Guerrero: Buenos Aires 1817 y Rivadavia.

¿Recuerda usted a una tal Felicitas Guerrero? Pues resulta que su Padre, don Carlos Guerrero, fue dueño de este Chalet al que dio por nombre su apellido. Construido alrededor de 1888, no es casualidad que haya sido proyectado por un arquitecto inglés, ya que el ferrocarril había arribado a la ciudad en 1886, también procedente de Inglaterra. Sin embargo, su destino marcaría otros rumbos geográficos: Viña del Mar fue el nombre del hotel que allí funcionó con posterioridad. Y, tras su demolición, La Havanna se hizo presente. Sí, la esquina del chalet Guerrero fue solar de la primera confitería Havanna, para el año 1943. Luego, se construyó allí un edificio de renta llamado Manuel Guerrero (hermano de Felicitas, quien se hizo del original chalet familiar), en cuya planta baja un nuevo local de Havanna rinde honores a aquella primera confitería.

Villa Bagatelle: Corrientes 2400 y Falucho

Alejándonos un poco del mar, la Villa Bagatelle emulaba en su estilo al de las monumentales casas de campo francesas que se construyeron en el valle de Loira desde finales del siglo XV hasta principios del XVII ¿A pedido de quién, allá por 1910? Del irlandés Michael Hum, quien también fue hacedor –y recurriendo al mismo arquitecto, el belga Alberto Bourdón– del colegio que hoy lleva su nombre, situado en Vicente López.  Pero la cosa no terminó allí, porque fueron doña Felisa Dorrego y Alberto del Solar –cuyo residencial palacete porteño se ubicaba en Paraguay y Cerrito– quienes le sumaron la construcción de una explanada para luego, ya en los años ’30, un pabellón francés que funcionó como garaje, a manos de Alejandro Bustillo. Tras el remate de la villa en los años ’50, llegó el turno de la demolición.

Chalet de Ezequiel P. Paz: Tucumán 2301 y Almirante Brow

Hablar de la familia Paz es hablar del diario La Prensa. Y el caso es que fue precisamente  Ezequiel Paz, el mandamás de este histórico diario, quien mandó carta a París junto a su esposa para que le fuera diseñada su opulenta villa marplatense (basta con pispear el mausoleo que la familia tiene casi en el portal  del Cementerio de la Recoleta para ver que los Paz no pichuleaban ni un poco) ¿Y adivine a quién fue dirigida la correspondencia? Al mismo arquitecto que le diseñara al presi Marcelo T. de Alvear su mansión en las afueras de París: Jean de Saint Maurice ¿Qué tal? Claro que, para infortunio de tamaña joyita construida entre 1925 y 1927, la banda presidencial volvería a meter la cola en su historia, aunque con diferente destino. Expropiada durante el gobierno de Perón, fue sede del Palacio de Tribunales. Sin embargo, el turno de la demolición también le llegaría casi 20 años después, en 1972.

Chalet Tornquist: Boulevard Marítimo y Arenales

Volviendo a la línea costera… ¿Quién no se ha dado una vuelta por el famoso Torreón del Monje marplatense? Pues bien, sepa usted que esta construcción fue impulsada por Ernesto Tornquist, a fines de que su adorada Mar del Plata –ciudad de la que era asiduo veraneante y declarado fanático– tuviera un mirador. Eso sí, su elegante residencia no sería menos, por lo que su vista al mar era más que envidiable vista. Construida entre 1905 y 1907, contaba además con un jardín diseñado por el mismísimo Carlos Thays, con patio de rosas incluido para su esposa, de nombre homónimo a esta flor. Claro que lo bueno dura poco, dicen. Y Tornquist falleció un año después de que la casa fuera culminada, en 1908. Su demolición se estima en la segunda mitad del siglo XIX, previas intenciones de hacer del Chalet un casino, entonces a manos del empresario Luis Falcone, quien la compró en los años ’30.

Chalet Atlántida: Boulevard Marítimo, Lamadrid y avenida Colón

Bien cerquita del Chalet Tornquist, el Chalet Atlántida perteneció al banquero Carlos Dose Amstrong, destacándose por su fisonomía normanda. Es decir, una fachada abarrotada de detalles decorativos y un techo con buhardillas como principales rasgos distintivos. Además de un peculiar mirador exterior tipo púlpito presente en el pido de los dormitorios principales. Pura extravagancia nacida allá por 1918 del buen genio del arquitecto francés Gastón Mallet, quién se caracterizaba por el uso de almohadillado, balaustradas, guirnaldas, y cornisas entre otros elementos que no escatimó en el Chalet Atlántida, así como tampoco en el bellísimo edificio del Centro Naval que diseñó en la esquina porteña de Florida y Córdoba.

Villa Margarita: Entre Ríos 3500, Primera Junta, Buenos Aires y Saavedra

Sonará extraño si le decimos que la historia de Villa Margarita está ligada, más que a flores, a palmares. Y es que su dueño fue nada menos que el irlandés Charles Hardy, fundador del ingenio “Las Palmas del Chaco Austral”, el primer poblado cien por ciento comercial del país en 1882, a alrededor de 80km de la ciudad de Resistencia. Sí, en una zona habitada por palmas a troche y moche. De allí su denominación. ¿Y a qué debemos la de “Margarita” para su residencia marplatense? Al nombre de su hija y su madre. Honores por dos, pues don Charles tuvo también  dos residencias en “La Feliz”. La primera, de comienzos de 1900, posteriormente vendida, y la segunda, de 1908, que aquí nos convoca. ¿Particularidades? El estilo Tudor que le imprimió su arquitecto de nacionalidad vecina: inglesa. Dicho en español, una estética propia los edificios de estatus durante las primeras siete décadas del siglo XVI –corazón de la dinastía de los Tudor–. A saber: techo a dos aguas, ventanas agrupadas, vigas de roble expuestas y diseños asimétricos tanto en la fachada como en la distribución. Claro que la opulencia también se extendió casa afuera. A los jardines, senderos y flores, se sumó una manzana anexa destinada a árboles frutales. Todo no estuvo listo sino hasta 1910, y así como le pasó al pobre de Tornquist, Charles Hardy vivió para disfrutarlo nomás que hasta 1913, falleciendo in situ. Heredada y luego vendida, la villa fue demolida en 1970, con posterior loteo de su terreno.

Chalet Anchorena: Primera Junta 1796, Lamadrid, Saavedra y Las Heras

Algo apartado de la línea costera y bien cerquita de Villa Margarita (su construcción comenzó, de hecho, en 1910, cuando la anterior había sido finalizada), el Chalet Anchorena vaya si no se quedó atrás. De distribución también desigual y planta en L, contaba con una torre tipo fortaleza en uno de sus vértices que constituyó su signo distintivo. Aunque contó con otra curiosidad: sus dueños, Enrique Anchorena y esposa, Ercilia Cabral Hunter, no tuvieron mejor idea que duplicar algunas comodidades dado que era padres de mellizas. Así ocurrió con los sanitarios y los pianos presentes en la sala de música. Sn embargo, en 1965 el fuego acabó con la mayor parte de esta mansión de tono inglés, reduciéndola a simple ceniza.

Chalet de Casimiro Polledo: Boulevard Marítimo y Polledo

Volvemos a las vistas marinas y los aires franceses de la mano del Chalet de Casimiro Polledo, asturiano de acaudalados bolsillos que hasta presidió el Banco Español y contrató al arquitecto Pierre Guichot para hacer su palacete realidad allá por 1907. Sin embargo, tras ser demolido en los años ’40, buena parte de su terreno se convirtió en el jardín de su vecina vivienda, construida a muy poco de la demolición: en 1937. El caso es que tanto la casa como el jardín acabarían teniendo, finalmente, un destino nuevamente célebre: a manos de los dueños del Hermitage Hotel, dichos terrenos son hoy ocupados por parte de sus instalaciones.

Villa Alvear: Boulevard Marítimo, Alsina y avenida Colón 1547 (1908/1910 – 1951)

A una cuadra del Chalet Polledo, la Villa Alvear sí que dio que hablar. Sólo para comenzar, desde su apellido: sí, perteneció a María Unzué de Alvear, cuñada del presi Marcelo Torcuato, y una de las mujeres más adineradas del país. Palacio con todas las letras fue el suyo, diseñado por el francés Louis Faure Dujarric en cuatro niveles y con un jardín que lindaba la avenida Colón, pues doña María era gustosa de visitas. Especialmente, de sus hermanas Concepción y Ángela. Por cierto, esta última, madre de un tal Macoco Álzaga, ¿le suena? ¡Cómo no le iba a salir dandy el chiquilín! Eso sí, tanto pavoneo duró apenas 40 décadas locas. Terminada en 1910, tras la muerte de su propietaria en 1950, fue demolida al año siguiente.

Villa Cantilo: Viamonte 2010 y Moreno (1907/1908 – 1981)

A apenas una cuadra del mar levantó José Luis Cantilo, Gobernador radical de la provincia de Buenos Aires e Intendente de la ciudad en dos ocasiones, el castillo que llevó su apellido allá por 1907. Inspirado en los castillos del Valle de Loire, su perla fue un jardín de invierno vidriado con vistas al mar. Eso sí, en pago chico: lo suyo fue nomás una media manzana, estando la otra media en manos de su primo político, Bernabé Ferrer. Y así como juntos vivieron las mieles del lujo y el mar, también de la desgracia: en 1920 se incendió el palacete de Ferrer, mientras que al año siguiente falleció el hijo de Cantilo. Desgracia compartida.

Chalet Izpatzer: Boulevard Marítimo al 3300 / Bolívar 947

De cara al Atlántico, su nombre acusa origen, cómo no. En vasco, Izpatzer quiere decir “rincón del mar”. ¿Y quién era dueño de tan preciado escondite? Pedro de Achával, quien no olvidó a su madre patria y recurrió a su compatriota Martín Noel (por cierto, nieto del fundador de la fábrica de dulces) para proyectar esta casona entre vasca y colonial en 1919. Para muestra inspiradora, basta el mismísimo palacio Noel de la porteña Calle Suipacha, residencia del arquitecto y su hermano. Pero di personajes célebre hablamos, ¿quién cree que anduvo de visita por este solar? El presi Marcelo T. de Alvear y su esposa Regina Pacini, huéspedes de don Achával durante el verano de 1927,  mientras esperaban la finalización de su Villa Regina, frente al Golf Club.

 Villa Regina: Aristóbulo del Valle 3899 y Formosa (1928 – 1978)

Y como no podía ser de otra manera, llegamos a la residencia en ceustión: Villa Regina, los honores de un presidente enamorado a su cantante lírica favorita. Claro que el corazón de Marcelo T. de Alvear no era solo de Regina Pacini, sino de la mismísima Mar del Plata. Fanático de ella, nadador, con carpa propia en Playa Grande y todo, no podía menos que tener también su propia residencia aquí. Erigida en diagonal el Mar del Plata Golf Club, la Villa Regina, construida en 1928 (último año de su mandato), tuvo como distintivo no tanto su opulencia o lujo, sino su estilo pintoresquista. Nada de simetrías clásicas, sino apuesta por los fuertes contrastes de volúmenes y quiebres en sus cubiertas.    .Arquitectura pintoresca es aquella que abandona la simetría clásica para proponer formas de fuertes contrastes volumétricos y quiebres de cubiertas. Pura personalidad pata un nombre de peso en una Mar del Plata ciertamente olvidada, incluso desconocida, pero inolvidable.