Al don, al don, al don Pirulero…

FOTOTECA

Jugamos para crecer y crecemos porque jugamos. Pero los juegos también marcan la identidad de la patria.

Jugar es una actividad indispensable para la vida de todo ser humano, como alimentarse o aprender. Empezamos a jugar desde muy pequeños, en un descubrimiento de risas y emociones que nos llevan a conocer y a contactarnos con el mundo externo. Y seguimos jugando siempre, en mayor o menor medida, o con más o menos despliegue de reglas, equipos y rituales para su disfrute.

Payadores y jinetes

Cada cultura en general y cada generación en particular, atesora su cofre de juegos compartidos que las distingue y caracteriza. En la Argentina del gaucho, el placer de jugar se relaciona a la destreza de la doma y el despliegue de diversas habilidades físicas. En la payada, en cambio, los participantes ponen a prueba sus dotes de argumentación y oratoria en un duelo verbal sobre los temas más diversos. En la maroma, el jinete debe treparse al caballo en marcha y montarlo en pelo. En el juego de cañas, se simulan luchas de valientes llaneros rurales. Mientras que en la carrera de sortija, la habilidad reposa en el cálculo y equilibrio para enganchar el anillo a un palito.

Deporte nacional

Durante muchos años, el pato fue el juego por excelencia en el campo argentino. Jugarlo despertaba tanta pasión que los propietarios de las canchas se unieron en una Federación, declarándolo oficialmente deporte nacional. Cuenta la tradición que todo empezó cuando dos paisanos se disputaban un pato vivo a través de tironeos. Más adelante, y ya alejado de cualquier animal real, el juego adquirió las siguientes reglas: dos equipos de cuatro jinetes cada uno, debían introducir una pelota blanca, envuelta en cuero y con seis manijas, dentro de un arco con red.

Domingo, mate y taba

Otro juego con marca registrada en el campo es la taba. La taba no es otra cosa que hueso seco vacuno que tiene un lado cóncavo y otro plano. Unas líneas zurcadas en la tierra definen la cancha también llamada “queso”. El juego consiste en arrojar el hueso desde atrás de una de esas líneas y si el lado cóncavo queda hacia arriba, la suerte acompaña. Si queda hacia abajo, mejor que no haya apostado antes, porque, como dice la paisanada, lo van a dejar seco.

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