Baldomero Fernández Moreno, el poeta de la calle

FOTOTECA

Rescatando costumbres rurales y el latir urbano, Baldomero Fernández Moreno, el poeta que le escribió al Obelisco, hizo poesía al andar.

Lo suyo era lo ordinario y vulgar, con todo lo que eso significa. ¿Acaso es tarea fácil descubrir lo sencillo de la vida, de los paisajes que nos rodean cotidianamente? Al servicio de aquella elementalidad perdida pero no por ello menos necesaria es que Baldomero Fernández Moreno entregó su pluma. Con el campo y la ciudad como musas, éste poeta hizo de las suyas al punto tal de regalarle un soneto al mismísimo obelisco.

A ojos abiertos, a ojos despiertos

Nació en los orilleros pagos de San Telmo allá por 1886, aunque murió en el más céntrico barrio de Flores en el año 1950. En el medio del trayecto recorrido, en ese pasaje entre siglos, calles y avenidas, Baldomero Fernández Moreno publicó casi una treintena de libros. Y lo hizo a pluma llana, sin vueltas, volutas ni rimbombancias. Y para muestra un botón: la voz autorizada de Jorge Luis Borges. “Había ejecutado un acto que siempre es asombroso y que en 1915 era insólito. Un acto que con todo rigor etimológico podemos calificar de revolucionario. Lo diré sin más dilaciones: Fernández Moreno había mirado a su alrededor”. Y aunque el maestro no lo haya dicho, lo cierto es que don Baldomero también miraba para arriba: Setenta balcones hay en esta casa, / setenta balcones y ninguna flor. / ¿A sus habitantes, Señor, qué les pasa?/ ¿Odian el perfume, odian el color? Con estas palabras comienza Setenta balcones y ninguna flor, el más famoso de los sonetos salidos de su pluma. Aquella que Fernández Moreno cimentó embebiéndose de lecturas, y de las buenas…

Entre el campo y la ciudad

Ya habiendo culminado sus estudios secundarios en el Colegio Nacional Buenos Aires, Baldomero Fernández Moreno descubrió gratas voces locales y americanas: Rafael Obligado, Ramón de Campoamor, el mismísimo José Esteban Echeverría… La lectura se convirtió entonces en una suerte de agradecida rutina, en una costumbre voraz. Sin embargo, a la hora del profesionalismo, Baldomero Fernández Moreno se inclinó por la medicina; más sin abandonar, incluso durante sus prácticas hospitalarias, su vocación literaria. En 1915 llegó su primera publicación de poemas: Las iniciales del misal, en donde ya mostró su sello, el de la lírica que supo imprimirle al paisaje porteño y que habría de continuarse en publicaciones posteriores, tales como el poema La Calle, presente en la obra Ciudad: La calle, amigo mío, es vestida sirena/ que tiene luz, perfume, ondulación y canto. / Vagando por las calles uno olvida su pena, / yo te lo digo que he vagado tanto… Aunque lo cierto es que, gracias a las costumbres rurales que el ejercicio de la medicina en pueblos de la provincia le permitió observar y conocer, la relación entre el campo y la ciudad ha sido otra de las constantes de su obra.

Con todos los honores

El caso es que el talento de Baldomero no tardó en ser reconocido a lo grande. En 1938 ganó el Premio Nacional de Poesía y, en 1949, el Gran Premio de Honor de la SADE. Sin embargo, los homenajes no terminarían allí; más, ésta vez, del propio poeta para el máximo exponente de su ciudad musa: ¿Dónde tenía la ciudad guardada/ esta espada de plata refulgente/ desenvainada repentinamente/ y a los cielos azules asestada?/ Ahora puede lanzarse la mirada/ harta de andar rastrera y penitente/ piedra arriba hacia el Sol omnipotente/ y descender espiritualizada./ Rayo de luna o desgarrón de viento/ en símbolo cuajado y monumento/ índice, surtidor, llama, palmera./ La estrella arriba y la centella abajo,/ que la idea, el ensueño y el trabajo/ giren a tus pies, devanadera. Con este soneto presente en al sur del Obelisco, Baldomero Fernández Moreno sella la poética de su porteñidad.

¿Qué si todo fueron luces para éste porteño de pura cepa? Desde luego que no. Su hija Dalmira murió a menos de cumplir un año y lo propio ocurrió con su hijo Daniel a los diez. La depresión tocó entonces las puertas de Baldomero, ensombreciendo también su poesía, tal como lo demuestra la póstuma publicación del libro Penumbra. Sin embargo, aún en su ausencia, la mirada de Baldomero Fernández Moreno sigue increpando a una ciudad furiosa, apresurada, tan necesitada de su sencillez, de la profundidad de su simpleza. Así que ya lo sabe, anda a paso tranquilo, observe y no deje de observar; pues no hay mejor homenaje que a don Baldomero se le pueda dar.

 

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