Benjamín Solari Parravicini, afinando la profecía

FOTOTECA

¿Fue Benjamín Solari Parravicini el Nostradamus argentino? Lápiz mediante, su arte no fue ningún verso. Pase, lea, crea o reviente.

Claro está, sobre gustos, no hay nada escrito. Pero… ¿qué hay del futuro? Para Benjamín Solari Parravicini, más que escrito, el mañana pareció estar dibujado. Porque dicen que dicen, las profecías no existen. Pero que las hay…

Señor pintor

Como tantos otros talentosos, Benjamín Solari Parravicini mostró esa clase de “don” mamado desde la cuna. Asomó al mundo en 1898 y transcurrió su niñez con lápices y hojas en mano, todo con cuanto esbozaba un futuro prometedor. De hecho, una serie de exposiciones tanto a nivel local como internacional le valieron premios con los que fue consolidando un prestigio que le permitió llegar hasta la dirección del Museo de Bellas Artes de la Municipalidad de Buenos Aires. Su trabajo le valió la felicitación del presi Marcelo T. de Alvear y hasta contar con el mismísimo rey Alberto I de Bélgica entre las filas de sus compradores. ¿Extraordinario, verdad? Solo que para el bueno de Benjamían Solari Parravicini todo aquello no serían más que minucias. Pues el destino en el que él tanto creyó, y que en carne y papel supo canalizar, le tendría preparado un transcurrir mucho más trascendental; una naturaleza digna de elegido.

Fenomenal

El caso fue que su talento no fue vano, pues, amén de todos los reconocimientos cosechados, para Benjamín Solari Parravicini el arte no fue más que un medio con el que hacer palpable su otro mundo, ese que solo se le reserva a unos pocos: el que todavía no ha acontecido. Como chispazos de inspiración, el “porvenir” sacudía los sentidos de Benjamín a modo de mensajes que, materializados en dibujos y escritos, acabarían por ser sentencia a futuro. Todo comenzó en el año 1932, cuando, tras una cena con amigos, despertó en medio de la noche con el impulso de escribir. ¿Qué cosa? Frases “dictadas” por un algo o alguien incorpóreo, silencioso, que solo él era capaz de percibir desde sus pensamientos. Y se rindió al misterioso suceso: escribió lo “dictado” no sin miedo, por lo que concluida la acción destruyó lo hecho y comenzó a rezar, creyéndose poseído por el diablo. Pero la cosa no terminó allí, sino que el fenómeno se reiteró días después. Parravicini sintió entonces que su mano estaba más allá de su control y voluntad, más allá de sí: dibujaba, escribía frases de significado encriptado, misterioso, sin asidero para entonces. Sin embargo, lejos de deshacerse de ello, lo guardó en un arcón que conservaba de su antigua casa familiar. Sin saberlo, era aquel el comienzo de un acopio con sabor a reliquia.

El enigma del enigma

La pregunta del millón es ¿qué fue de aquel arcón? Y he aquí otro misterio a tono con el propio Parravicini. Legado a su amigo Pedro Romaniuk antes de morir, resulta que la mañana en que don benjamín murió dos policías se llevaron tal arcón de su domicilio. ¿Razones? A decir de los oficiales, “por orden del oficial”. ¿De quién? Imagina bien: un nuevo enigma para este boletín. Sin embargo, lo importante no era el arcón sino el contenido. Y éste apareció de manera insólita, cuando una mujer anónima, tras ver a Romaniuk en un programa televisivo, entendió que unas carpetas que su marido le había dejado al morir no podían más que corresponderse con las que éste poseía de manos del propio Parravicini. Y sí, he allí las pictografías del Nostradamus argentino, sin saber cómo es que su marido se había hecho de ellas. Sin saber qué tan premonitorios mensajes conservaba consigo.

Creer o reventar

Benjamín Solari Parravicini despertó una mañana en medio de un sopor que olía a algas, tras lo que supo que Alfonsina Storni se había ahogado en el mar. Benjamín Solari Parravicini supo decir que un “Ruido entre ruidos ensordecerá las alturas. La Bomba F., el mapa de Japón y el punto exacto del tsunami y del megaterremoto de Japón”, e Hiroshima fue un hecho… Corría el mes de septiembre del 2001 cuando, ya con suficientes pruebas sobre la mesa de la realidad, con tanta profecía cumplida, los pictrogramas de Benjamín Solari Parravicini, tan extendidos en el tiempo que hasta fueron capaces de trascender su existencia, volvieron a encarnar una triste constatación: La libertad de Norte América perderá su luz. Su antorcha no brillará como ayer y el monumento será atacado dos veces”. Acompañada por un dibujo de la estatua de la libertad partida a la mitad, con dos edificios derrumbándose a cada lado, en medio del humo, la nota estaba fechada en 1939. Las Torres Gemelas ardían, ardían del mundo, 61 años después.  

Que Benjamín Solari Parravicini haya muerto en diciembre de 1974 resulta, a estas alturas, una anécdota. Dueño de una vida que lo ha trascendido, pues el tiempo y la realidad, en esas incomprobables “escrituras” que son el destino, la han trascendido a ella misma, Benjamín Solari Parravicini no solo fue un dotado para el arte. O tal vez, sí. Tal vez así y solo así pudo ser capaz de encarnar la profecía mayor, la propia: un destino de profeta.

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