Biocombustibles, un debate pendiente

FOTOTECA

Etanol o biodiesel se presentan como alternativas renovables a los derivados de fósiles para reducir la emisión de monóxido de carbono.

No hace más de veinte años que empezamos a escuchar hablar de biocombustibles, una palabra compuesta y nada habitual en las conversaciones cotidianas. Poco a poco se fue popularizando a partir de menciones en medios de comunicación, ámbitos de negocios y espacios académicos. No obstante, aún hoy en día el concepto encierra mucho de incógnita. Y sin embargo, los biocombustibles existen nada menos que desde la invención del automóvil.

Nada nuevo bajo el sol

En 1900, Rudolf Diesel utilizó aceite de maní para hacer funcionar el vehículo que presentaba en una exposición mundial. Ante cientos de miradas descreídas, declaró que el uso de aceites vegetales como combustible podría llegar a considerarse tan importante en el futuro como el petróleo. Por la misma época, también Henry Ford consideró mover sus famosos modelos T con etanol.

Sin embargo, capitalismo mediante, el descubrimiento de inmensos depósitos de petróleo mantuvo la nafta y el diesel muy baratos durante décadas, lo que relegó a los biocombustibles. Pero el aumento de precio y la sobre explotación de la energía derivada de fósiles, junto a la preocupación por el calentamiento global, volvieron a cambiar prioridades, necesidades y ambiciones. Y de ese modo es que pasó a primer plano la posibilidad de generación energética a partir de materia prima de origen agrícola.

Granos y semillas para llenar el tanque

Derivados de cultivos, los biocombustibles se clasifican en tres grandes grupos: biomasa, que puede ser quemada para generar energía, por ejemplo, la leña; biodiesel de semillas oleaginosas, por ejemplo de soja o canola; y etanol, que se obtiene con la fermentación de granos, pasto, paja o madera. Existen distintas formas para fabricarlos, generalmente se usan reacciones químicas, fermentación y calor para descomponer los almidones, azúcares y otras moléculas de las plantas.

El biocombustible que más se promociona en Argentina es el biodiesel. Según la Ley N° 26.093, aprobada en 2006, está vigente un régimen promocional de 15 años para favorecer la producción de biodiesel, etanol y biogás. Dicho régimen establece exenciones impositivas para quienes los producen y porcentajes mínimos de etanol y biodiesel que deben incluir todas las marcas de nafta y gasoil que se ofrecen en el país. Puertas adentro de la Pampa Húmeda y zonas ricas para la agricultura como las provincias de Córdoba y Santa Fe, la producción de biocombustible se relaciona además con el crecimiento exponencial de los cultivos de soja en el país en las últimas décadas.

Otras apuestas

Con menos difusión y probablemente menor apuesta económica detrás, existen proyectos para estudiar la producción de biocombustible de modo no tradicional. Un ejemplo en este sentido es la investigación que se lleva a cabo en el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria sobre el aprovechamiento de gas metano generado por vacunos. A grandes rasgos, la idea es convertir a los vacunos en “biodigestores vivientes” a partir de los gases que utiliza el organismo del animal.

Aunque se puedan obtener biocombustibles a partir de varios recursos naturales y de ese modo intentar reducir la emisión de dióxido de carbono, el principio de solución parece ser también parte de la misma lógica que genera el problema. Ocurre que los procesos de cultivo, fabricación de fertilizantes y pesticidas y producción de la materia prima en combustibles, requieren mucha energía. Puesto que gran parte de la energía usada en la producción procede del carbón y el gas natural, muchos investigadores coinciden en que los biocombustibles no sustituyen el petróleo que consumen. A ello se le suma la necesidad de millones de hectáreas de tierras para cultivos, lo que implica un avance de la frontera agrícola en desmedro de la preservación de los ecosistemas naturales.

Para pensar lo complejo

“Una sociedad se define no sólo por lo que crea, sino también por lo que decide no destruir”, afirmó hace muchísimos años Eduard Osborne Wilson, mentor del concepto de biodiversidad y uno de los científicos más respetados en el mundo contemporáneo. Si nos atenemos a su premisa, las alternativas ante el agotamiento de los hidrocarburos y la amenaza en expansión del calentamiento global, no deberían pasar sólo por la generación de otro tipo de energías. Hay mucho que podría hacerse, desde todo el mundo y en múltiples ámbitos, si nos animáramos a ensayar nuevas formas de relacionarnos en sociedad y habitar las ciudades. Por mencionar sólo algunos ejemplos, ¿porqué no fomentar políticas públicas que desalienten el uso individual de automóviles, favorezcan el uso de bicicletas y desarrollen el transporte de carga ferroviario?
Quizás, con probar…

Abrir chat
Hola 👋
¿En qué podemos ayudarte?