Caramelos Media hora, la historia continúa

FOTOTECA

De polémico sabor, su permanencia no se discute. Pero… ¿cómo nacieron los caramelos Media hora? Pase, revele y vuela a saborear.

Que si duran o no 30 minutos en la boca, que de dónde viene su sabor anisado, que cómo es posible su permanencia en el mercado si poquito y nada placenteros resultan al paladar. ¿Mero berretín de nostálgicos? Muy probablemente… Pero lo cierto es que detrás de los dimes y diretes que generan los caramelos Media hora, se esconde una historia mayor. Por cierto, muy poco indagada hasta aquí: ¿cuál es el origen de tan polémica golosina?, ¿quién ha sido, ni más ni menos, que el padre de la criatura? Pase y lea.

A papá

Los Media hora son una creación nacional, de eso no caben dudas. Aunque su mentor, como el de tantos “Eureka” cantados en suelo argento, ha venido desde el otro lado del océano. Don Rufino Meana, inmigrante español, oriundo de tierras asturianas, fue el ¿visionario? capaz de hacer de la menos atractiva golosina toda una pegada. La cosa comenzó a principios de 1900, en el porteño barrio de Chacarita, donde Meana instaló su fábrica de dulces. Y mire si le habrá quedado chica,  que a mediados de siglo decidió  comprar una estancia en Uribelarrea, partido de Cañuelas. Allí no solo amplió sus instalaciones sino también el abanico de dulzuras ofrecidas: caramelos de dulce de leche, de tres sabores y –haciendo uso de los tambos que proliferaban en la zona– hasta se atrevió a la leche condensada. Al decir de los vecinos, se estima que don Rufino montó tamaña fragua allá por el año 1952, pero la miel del éxito le duró poco, en tanto falleció para fines de década y sus hijos no recogieron el guante paterno.

Recalculando…

Como no podía ser de otra manera, con la muerte de Meana comenzó el pasamanos. Stani fue el primer gigante en meter las narices en el asunto, para transferir la firma al grupo de Cadbury y Adams. Luego sería el turno de Kraft Foods y, posteriormente, Mondelé, hoy padrino de clásicos como la Tita y Rodhesia, por lo que los caramelos Media Hora encontraron su buen cobijo. Al menos, el suficiente para marchar como relojito a las carameleras kioscos y golotecas. Todo muy orquestado hasta aquí, sí, pero… ¿qué ha sido del dulce coloso de Urbilarrea? A poco menos de mil metros de la estación ferroviaria, sobre la prolongación de la calle Carlos Vega, el antiguo galpón en el que don Rufino Meana trajinó de lo lindo aún resiste de pie. Lejos de los azúcares, maquinarias y envoltorios, el seno de los Media hora ya nada sabe de operarios. Reconvertido en vivienda personal, del tipo loft, cambió de manos por última vez en 2018, y con idéntica finalidad.

Desde luego, a cada visitante de Urbilarrea se le van los ojos hacia los viejos dominios de don Rufino Meana. Pues si el “detrás de escena” o envoltorio de los caramelos Media hora es un tanto desconocido, tras los muros de la antigua fábrica descansa, incluso, un nuevo ingrediente para la ya recurrente polémica mayor. Si su permanencia en la boca no llega a los 30 minutos, ¿a qué se debe su nombre? Dicen que dice, cual religiosa costumbre diaria, las máquinas de la fábrica se limpiaban media hora antes del cierre. Y sí, melazas, glucosas y colorantes remanentes, en grata compañía del anetol, daban vida a los famosos caramelos. ¿Misterios resueltos? Así como la propia permanencia de los Media hora, la historia continúa.

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