Coyuyo, la seda del monte

FOTOTECA

¿Sabía usted que Catamarca es cuna de una seda ancestral? Allí donde la desolación abunda, el arte también. He aquí la historia del coyuyo.

En el bosque espinoso del monte Ascasti hay capullos doquier, pero las manos de quienes los trabajan son solo dos. Porque el tejido de coyuyo, la llamada “seda del monte”, es un preciado tesoro allí en Santa Gertrudis, Catamarca, bien vale acudir a su rescate. Y en eso anda doña Pabla Romero de Quiroga, la última tejedora que, maravillosas piezas textiles mediante, despunta la herencia de su arte: una verdadera pasión.

 

Una cuestión de identidad

¿Capullos de coyuyo? Así como lo oye, y por más juego de palabras que la expresión implique. “Coyuyo” es el nombre de la mariposa productora de esta seda silvestre catamarqueña, cuyos capullos son recogidos y procesados para convertirse luego, y no sin el talento y la sabiduría de doña Pabla, en tejidos excepcionales, únicos en la región. ¿Acaso puede haber símbolo identitario más poderoso por aquellos pagos? Definitivamente, no. Se trata de la expresión cultural de una comunidad, de un arte ancestral, capaz de sobrevivir al tiempo aunque sin escapar de sus vicisitudes. Así pues, factores económicos y sociales han hecho estragos sobre la práctica del tejido de coyuyo. Por lo que la técnica corre riesgos de extinción. Claro está, la única mujer del país que aún la practica bien sabe de ello. Y de buen gusto ha aceptado la ayuda necesaria para salvar la práctica a la que ha dedicado su vida entera.

 

Operación rescate

Un interesante proyecto busca proteger al tejido de coyuyo y su preciada técnica. Impulsado por la diseñadora textil Martina Cassiau y su equipo de trabajo, a fines de 2016 ha recibido el espaldarazo de la Unesco: fondos provenientes del área de Patrimonio Cultural Inmaterial. Así pues, nacieron las llamadas “chicas tejedoras”, un grupo de mujeres a las que la buena de Pabla enseña todo sobre el coyuyo y su delicada práctica de hilado y tejido, utilizando los husos y telares tradicionales. Una tarea que, por cierto, lejos está de ser moco de pavo. Y para muestra un botón: una bufanda insume entre 250 y 300 capullos. Y más de un mes de trabajo… He aquí el meollo del coyuyo y toda la sabiduría que éste conlleva.

 

Manos al coyuyo

Los capullos de coyuyo, creados por unas orugas capaces de alcanzar los 11cm de largo con sus alas abiertas, se recogen en verano. Una tarea de larga data… Los pueblos originarios fueron los primeros en dar con ellos, así como en conocer la técnica que hoy lucha por sobrevivir. Con doña Pabla Romero como última heredera de tales conocimientos, y más de 80 años sobre el lomo, no hay quien la suplante en su labor. Es ella misma quien se encarga de todo el proceso: desde la recolección de los capullos hasta la puntada final. Entre una tarea y otra, la secuencia es puntillosa: hierve los capullos con cenizas hasta que se deprenda el hilo y forma con ellos copitos de seda. Luego separa las cenizas de los copos, los seca y recién ahí comienza el hilado.

 

El producto final es de una belleza admirable, y completamente autóctona: los textiles de coyuyo no se tiñen; sino que mantiene su color original. Marrón claro algunos, otros más oscuros y algunos blancos. Lo que no tiene matices es el incalculable valor que cada pieza lleva consigo. El de una historia, el de cientos de historias. El de generaciones y generaciones. El de una identidad que dice presente allí donde parece que nadie oye. Allí, en el desolado monte…

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