Estatua de la Libertad, mi porteñita querida

FOTOTECA

¿Y si le decimos que la primera Estatua de la Libertad es la porteña y no la neoyorquina? Aquí, una historia sin derecho a réplica.

Porteña hasta la antorcha, así resulto ser la Estatua de la Libertad. Sí, sí, leyó bien. Pues antes de que ésta se erigiera inmensa, cual vigía sobre la Gran Manzana, la original hizo pie sobre las Barrancas de un Belgrano que aguardaba aún por su mote de “barrio”. ¿Es entonces la estatua neoyorquina una réplica? Ni muy muy, ni tan tan. Pero pase nomás, que desde estas líneas, tan intrincada historia le habremos de contar.

Hermana mayor, tamaño menor

Situada frente a la estación de tren Belgrano C, la plaza Barrancas de Belgrano comprende tres manzanas de un terreno tan fértil como pendiente. Delimitada en su conjunto por las calles La Pampa, Sucre, Esteban Echeverría y Avenida Juramento; poblada por ombúes, tilos, ceibos, robles y demás etcéteras entre su total de sesenta y siete especies vegetales, lo cierto es que esconde una joyita que hasta ha sorprendido a más de un vecino. Llegando a la esquina La Pampa y Virrey Vértiz, allí está ella: la Estatua de la Libertad porteña. La primera de todas. Casi que una muestra de su afamada sucesora, pues, obra del mismo escultor, el francés Frédéric Auguste Bartholdi, alcanza apenas unos tres metros frente a los noventa y tres de la colosal norteamericana, inaugurada un 28 de octubre de 1886. Ahora bien, de qué tanto antes data la nuestra es el misterio que aún sigue dando vueltas, aunque con algunas muestras que parecen aclarar el panorama. Veamos…

Adelantada

Si bien supo instalarse de la versión de que la Estatua de la Libertad porteña se inauguró tan solo 25 días antes que la estadounidense –un 3 de octubre de 1886– parece ser que no fue así. Pues el hecho de que su instalación data en verdad de 1875 comenzó a cobrar fuerza a la vez que pruebas capaces de respaldar tal fecha. Eso sí, motivos, no tanto… Y quién fue él o la responsable de su financiación, menos que menos. Todo comenzó de la mano del también francés Francis Beaumatin, miembro del Club de Amigos de la Estatua de la Libertad, luego de dar con una foto de la estatua argentina en una revista allá por 1990. Sorprendido ante el hallazgo, el franchute decidió entonces contactar al Ministerio de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires para mayores referencias, desde donde consultaron la obra del escritor tucumano Alberto Octavio Córdoba a cerca del barrio de Belgrano. Y he allí la fecha en cuestión: 1875. Es decir, once años antes que su gigantesca hermana menor. Aunque en este caso, mucho menor…

Devanando el misterio

Ahora bien, lo que aclara por un lado, deja enigmas por el otro. Vea usted, de acuerdo al Archivo General de La Nación, la Estatua de la libertad porteña fue comprada por la Municipalidad de Buenos Aires. Pero… ¿a quién? ¿Directamente al mismo escultor? Donada su melliza a Estados Unidos de parte de Francia al cumplirse el centenario de su independencia, no podemos desconocer que por aquellos últimos años del siglo XIX la fiebre parisina en Buenos Aires hacía de la suyas aun sin que los primeros “regalos” por nuestro centenario de 1910 hubieran asomado siquiera sus narices. Y habida cuenta de que los viajes a Europa, las temporadas de teatro francés, e incluso las exposiciones de pintura francesa, eran los hábitos que imperaban en la alta sociedad, algún particular bien pudo haber golpeado las puertas de Bartholdi para luego vender la obra a la Municipalidad.  ¿Y si ésta hubiera encargado la obra directamente?

Ni de aquí ni de allá

Bien vale recordar, el paisajista francés Carlos Thays, otro amigo de la casa de quien ya le hablamos, fue quien estuvo a cargo de parquizar de la plaza Barrancas de Belgrano en 1892. Sí, al igual que los grandes espacios verdes de Buenos Aires de la época. Con lo cual, pensar que un compatriota suyo pudo haber sido convocado para la confección de la estatua, tampoco es descabellado. Claro que ni en 1875 ni en 1886 el barrio de Belgrano era aún parte de la actual ciudad de Buenos Aires, sino que lo sería recién en 1887. Por lo que cuanto ocurría en sus dominios para entonces no era asunto de la Municipalidad. Así la historia, las misteriosas razones de la Estatua de la Libertad porteña se pierden en el laberinto de los años. Tal como su visual por entre la frondosa vegetación de las arboledas que pueblan las barrancas. ¿Qué la llevó a estar de pie allí? ¿Por qué el “adelanto” que habría de celebrar una libertad ajena?

Hecha de hierro fundido y pintada luego en color bronce, siempre a merced de la fiereza del sol y la humedad, pasó así del óxido en su versión rojo ferroso a la del verde carbonatado. Acaso como una criatura camaleónica, indescifrable no solo en su origen y significado, sino también en su imagen, en su presencia. O quizá dueña de un libre albedrío que no es sino el que sus rotas cadenas pregonan, y de toda certeza parecen desligarla.