Farmacia La Estrella, dos siglos de turno

FOTOTECA

La farmacia más antigua de la ciudad lleva 180 años sin bajar la guardia. Recetas magistrales, homeopatía y una historia abierta las 24hs.

Poco menos de 25 años debieron pasar, desde la Revolución de Mayo de 1810, para que Buenos Aires tuviera su primera botica. Aquella que abrió sus puertas en el año 1834… Y ya no las cerraría. Sí, sí. Con ustedes: la farmacia más antigua de la ciudad.

Una tienda estelar

Todo comenzó por obra y gracia de Bernardino Rivadavia, quien -ante su preocupación por la salud de la población- decide convocar el bioquímico Pablo Ferrari. ¿Con que objetivo? Instalar en Buenos Aires la farmacia “estrella” de toda Sudamérica. Y, en el literal sentido de la palabra, así fue. Claro que mucho tuvo que ver en ello don Silvestre Demarchi: primer cónsul italiano del país (aunque de nacionalidad suiza), a quien le fuera transferida la farmacia en 1838. El caso es que este buen hombre fallece apenas pasados los 15 años del traspaso, quedando la tienda en manos de sus hijos Demetrio, Marcos y Antonio (¡Nada menos que el yerno de Facundo Quiroga!). Para entonces, La Estrella ya era una droguería con mayúsculas. Instalada en las calles Victoria y Saavedra, se convirtió en la primera fábrica de productos químicos del país. Además de ser, por más de 25 años, la única que importaba drogas al por mayor. Ya en 1885, los hermanos se asocian con el bioquímico Domingo Parodi y construyen el actual local: la emblemática esquina de Defensa y Alsina.

Farmacias eran las de antes

Todo un monumento del casco histórico ha resultado ser La Estrella. Siempre allí, de pie y firme a todo acontecimiento por el que traspasara una Buenos Aires que ya es parte de su propia memoria. Hasta superó a estoicas puertas abiertas la epidemia de fiebre amarilla que en 1871 azotara a la ciudad. Tragedia en la que el mismísimo Demetrio Demarchi actuó con distinguida solidaridad, lo que le valió una condecoración de gobierno italiano. Aunque en el firmamento de La Estrella aún restaban muchas más luces: la fabricación de productos químicos y farmacéuticos de las más variadas especialidades era moneda corriente allí. Sin olvidar sus recetas magistrales, aquellas propias de los boticarios. Siendo un as en Homeopatía, La Estrella se despachó con unos cuantos productos que alcanzaron el estrellato: la píldora para la tos Parodi, la limonada Rogé y el tónico Hesperidina. ¿Problemas de indigestión? El jarabe Manetti era la solución. Y por si algo más faltaba, aquí se usó por primera vez en el país y con fines medicinales el algodón cosechado en Chaco. ¿Acaso no le suena el algodón Estrella? Aunque si de fama hablamos, ésta no se remitió solamente al vasto inventario de productos. La estrella era un predilecto escenario para las tertulias de los sábados en la tarde… ¡y hasta pasada la medianoche! Distinguidos parroquianos copaban mostradores y trastiendas. Y, entre frascos y píldoras, con balanza de por medio, se sucedían chismes y fervientes discusiones. Es que la farmacia era eje de debate de la política del país. Tanto así, que Pellegrini, Roca, Mitre e Irigoyen han desfilado por su recinto. ¡Qué clientela!

La salud, todo un arte

El paso del tiempo hizo que los protagonistas de aquellas pláticas y veladas dejaran su paso a los ajetreados transeúntes que hoy circulan por las veredas de La Estrella. Aquella que -cambios de firma mediante- no sólo mantuvo sus puertas abiertas; sino su tradicional estilo. Basta echarle un vistazo al mobiliario y distinguida decoración para develar que no se trata de una farmacia cualquiera. Provenientes de Italia, estanterías y armarios de nogal, cristales de Murano, mármoles de Carrara, mayólicas, detalles en hierro forjado y pisos venecianos componen la postal del lugar. Y allí no termina la visual recorrida: un cielorraso poblado de ángeles y pinturas encuadradas cual galería de arte dejan cabeza para arriba a más de uno. Allí en las alturas, un fresco de Carlos Barberis nos muestra a la triunfante Farmacopea frente a la ya vencida enfermedad, yaciente a sus pies. Pura retórica y de la buena para esta memorable esquina porteña.

De más está decir, ingresar unos minutos en ella no tiene desperdicio, más no sea para comprar unas aspirinas. Aunque sus empleados saben, lo que más demandan sus clientes es una simple fotografía. Rápido y eficaz curativo para curiosos y cazadores de historias. De esas que la Estrella aún tiene en stock. Porque 180 años no son nada. ¡Salud!

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