Fritz Mandl, a todo trapo

FOTOTECA

Rico, afamado y polémico, el fabricante de armas austríaco Fritz Mandl dejó una joya edilicia por estos pagos: su castillo en La Cumbre.

Si hay lujo, que se note. Así lo habrá pensado el austríaco Fritz Mandl, uno de esos personajes que, de tanta rimbombancia, nunca parecen bajarse del escenario de la vida ni aún sin vida. Heredero de la mayor fábrica de municiones de su país natal –en la cual llegó a contar con más de 20.000 trabajadores–, dio abastecimiento bélico durante la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial. Pólvora y más pólvora de la que también detonó en su vida sentimental: dueño de un corazón agitado, se casó nada menos que cinco veces. Y su aspaviento fue tal que hasta llegó a hacer cumbre en La Cumbre. Sí, sí. Fortuna mediante, Fritz Mandl reformó un castillo de este lado del océano, en las alturas de las sierras cordobesas.

A troche y derroche

Hijo de padre judío y madre católica, Fritz Mandl asomó al mundo en el 1900, en la ciudad de Viena. De ojo afilado, sagaz, su tercera década de vida lo encontró al mando del negocio familiar: la fabricación de armas. Una empresa a la que las latencias bélicas del viejo continente le cayeron como anillo al dedo. Vendió armas a Francia, Suecia, Alemania, Hungría, Polonia, Suiza, Italia… Porque clientes eran clientes, sin bandos de por medio que pincharan la moral; por lo que la billetera de Fritz Mandl se engrosaba a todo dar. Y el muy presumido no se andaba con chiquitas. Dicen que dice, lucía siempre un clavel rojo en la solapa, fumaba exclusivamente cigarros Havana y los trajes a medida eran una suerte de berretín que lo llevó a componer una colección: según la revista Time, ésta alcanzó el número de 278 allá por 1945. Y las féminas caían rendidas a sus botamangas. Cinco mujeres cinco fueron las que, matrimonio mediante, tuvieron carácter oficial, pues amantes las tuvo doquier.

Corazón re-partido

Apenas 21 años tenía Fritz Mandl cuando contrajo matrimonio por primera vez. Una aventura que duró tan solo seis semanas. Pero tropezón no es caída, y nuestro Fritz Mandl se levantó a lo grande: su segunda esposa fue la codiciada Hedy Lamarr. Pionera del cine erótico, sus encantos traspasaron para la pantalla grande para aterrizar en el lecho de nuestro protagonista. Considerada la mujer más bella de la historia del cine, protagonista ella de su primer desnudo, no tardó en convertirse en la obsesión de Fritz Mandl. Obligó a sus padres a entregarla en matrimonio, intentó sin éxito destruir todas las cintas de aquella película y la convirtió en una suerte de presidiaria: encerrada en su mansión, Hedy Lamarr solo podía salir con él a cenas y viajes de negocio. Despojada entonces de su mundo artístico, Hedy acabaría, sin embargo, por encauzar su talento en la ingeniería; el cual, con el transcurrir de los años, la llevarían a concebir la teoría del espectro ensanchado, lo que hoy en día podría entenderse como la antesala del wifi. Para entonces, la bella Lamarr ya había logrado huir exitosamente de las garras de Fritz Mandl y continuar con su vida bajo las luces de Hollywood.

Rendirse, jamás

El caso es que Fritz Mandl siguió haciendo de las suyas en el terreno sentimental, y tras dos matrimonios más con (Hertha Schneider y Gloria Vinelli), llegaría el quinto y último con Monika Brueckelmayer, quien había sido su secretaria en la turbulenta vida de negocios que llevaba. Porque el que juega con fuego… Fritz Mandl no pudo así evitar la quemazón cuando los nazis llegaron a Viena, en tanto tomaron su fábrica y confiscaron sus propiedades. Conflicto en el que acabó por ceder el control operativo de su empresa a cambio de 170 mil libras esterlinas y 1.240.000 marcos alemanes. ¿Y qué fue entonces de él? Procuró un puerto seguro con su padre, su hermana Renée, su banquero privado (a quien había rescatado de un campo de concentración), su amante Hertha Schneider y 700 toneladas de oro en lingotes que iba a depositar en el Banco Central. Sí, allá por octubre de 1938 Fritz Mandl desembarcaba en Buenos Aires.

Aunque por negocios previos no era la primera vez que Fritz Mandl visitaba la París de Sudamérica, fue a partir de entonces que los flashes y las páginas de los diarios comenzaron a hacerse eco de su figura.  Especialmente, en la esfera de la alta sociedad. Para 1941, vivía en un piso sobre la avenida Alvear, contaba con una casa un Mar del Plata,  una propiedad a orillas del Nahuel Huapi y un castillo en La Cumbre, reformado a gusto, placer y capricho. Sin embargo, la posguerra no le sentaría bien a este hombre de exuberante fortuna. Imposibilitado de reiniciar su fabricación de armas en una Buenos Aires ciertamente convulsionada, acabó por regresar a Europa para remontar las fábricas ya  recuperadas. Moriría en Viena, en 1977, más a estela y mojones presentes. Las cumbres de La Cumbre así lo aseveran.

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