Golf, palo y al hoyo

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Importado por ingleses, el golf supo escribir su propia historia en suelo argentino…y con alguna que otra perlita a cuestas. Pase y lea.

Exponentes como Ángel Cabrera o los hermanos Romero han llevado el golf nacional a la escena y consideración mundial. Pero… ¿alguna vez se ha preguntado cómo empezó la historia? Aquí se la revelamos, con yapa y todo.

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Porque primero lo primero, bien debemos mencionar que el golf nació y creció en Escocia, allí donde se gestaran los primeros clubes y el primer campo de golf permanente. Por ende, el debut de los primeros torneos formales también se sucedió en aquellos pagos. Aunque la fiebre golfística no tardaría en contagiar a la vecina Inglaterra y, posteriormente, al resto del mundo. Sí, sí, a la austral Argentina también. ¿Qué como ha llegado hasta aquí? Sobre rieles, y en el más literal de los sentidos. La llegada del ferrocarril trajo consigo a trabajadores ingleses, dispuestos a poner manos a la obra ferroviaria y a despuntar el vicio del golf. Así fue como, a fines de 1899, un grupo de británicos que andaba de vacaciones en Mar del Plata no tuvo mejor idea que constituir una comisión capaz de concebir una cancha de Golf. Y del dicho al hecho, hubo corto trecho, porque la cancha estuvo lista en el año venidero. Y con ella, el famosísimo Mar del Plata Golf Club (¿lo recuerda? Nada menos que aquel en cuyo honor el bueno de Leloir bautizó a su creación culinaria: la salsa golf). Pronta la cancha, sólo faltaba quien llevase las riendas del asunto, y el elegido fue Don Juan Dentone, considerado el primer profesional de golf en Argentina. Claro que los ingleses no habrían de dejar a Dentone a la buena de Dios: le enseñaron a jugar y enseñar el juego, a ocuparse de los caddies (asistentes de los golfistas durante la práctica del deporte) y hasta a construir canchas. Ah, también a lidiar con las cuestiones administrativas. Por lo que Don Juan, un alumno ejemplar, pasó de aprendiz a maestro, y comenzó a formar nuevos profesionales. Pichones que no tardaron en nutrir de honores a la historia del golf nacional, esa que también tendría su peculiar y colorido episodio en la fatua capital argentina.

Harrod’s golf

Imagínese usted, Buenos Aires, principios de siglo XX, toda la pompa toda, cosmopolitismo doquier, y total apertura a cuanta novedad made in Europa se sucediese; inclusive, el incipiente golf, claro. Y la distinguidísima tienda Harrod’s (prima de la recordada Gath & Chaves), no pudo menos que estar a la altura de las situación. Abrió sus puertas en 1913, apenas tres años después de los grandilocuentes festejos por el primer Centenario de la Revolución de Mayo (cuyo espíritu se mantuvo largo y tendido), en el auge de la belle époque porteña, y con un evento sin igual. ¿Adivina? Un torneo de golf, efectivamente. Bien a tono con la inglesa procedencia de la firma. Por lo que, vea usted, Harrod’s no se anduvo con chiquitas: pidió 140 palos a la escocesa fábrica D & W Auchterlonie, fundada en 1901 por los exitosos golfistas Willie y David Auchterlonie, proveedora oficial del club St Andrews, cuna del golf escocés. Pavada de proveedor, vio…El caso es que el torneo se celebró entre los posibles mejores clientes, quienes se hicieron de una pieza de lujo: un palo de golf de 112 cm de largo, con grip -o empuñadura- de cuero e hilo de algodón, hecho a mano por campeones internacionales, por pedido exclusivo de la única sucursal que la londinense Harrod’s ha tenido en el mundo.

¿Qué cómo nos hemos enterado de tal historia? Para darle una respuesta, mejor cambiamos la pregunta: ¿Quién ha sido uno de los selectos participantes del torneo de Harrod’s? Un concejal porteño, también cónsul argentino en Europa y, para más detalles,  abuelo de un parroquiano de la Pulpería Quilapán. Quien nos ha compartido los detalles de la joyita que, aún hoy, 103 años después, y por legado familiar, conserva en su haber. ¿Vio que la historia venía que yapa?

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