Hermanos Podestá: Pepino y circo

FOTOTECA

Los hermanos Podestá cruzaron el charco y harían una revolución circense. Risa y drama con acento rioplatense, porque circo se dice criollo.

Payasos, malabaristas, acróbatas, domadores de leones… ¿Quién más se suma a la lista de coloridos personajes que componen nuestras memorias circenses? Con su colección de piruetas importadas, el circo desembarcó en numerosas infancias adoptando un modelo de concepción europea. Claro que algunos bisabuelos, y hasta tatarabuelos, han podido disfrutar de una verdadera yapa: provista por las bondades de la imaginación rioplatense, a la tradicional función de risas y destrezas la sucedía una segunda presentación. Era el turno del teatro y sus más reconocidas obras nacionales. Así, en una secuencia a pura fusión, carpa y escenario supieron convivir armoniosamente bajo el título de “Circo Criollo”. Desde estas líneas, levantamos el telón de su genial historia y sus inigualables precursores: los viejos y queridos hermanos Podestá.

Abran carpa

Pero mejor empecemos por el principio de la historia. ¿Cómo y cuando llega el circo a nuestro país? Fue allá por 1827, cuando el inglés Santiago Spencer Wilde promueve el llamado Parque Argentino. Ubicado en las actuales Florida y Córdoba, fue el reducto donde se presentaban los circos extranjeros que llegaban al país; así como los primeros espectáculos circenses con artistas nativos. En 1869 sería el turno de la tanada: arriba el Circo italiano Chiarini; al tiempo que el genovés Pablo Raffetto reparte sus dotes de acróbata, payaso y luchador entre Buenos Aires y Montevideo. Y lo cierto es que tanta ida y vuelta, a uno y otro lado del charco, daría sus frutos. En 1877 Rafetto se encuentra con los hermanos Podestá: jóvenes uruguayos a los que contrata, por seis meses, para realizar una gira por el sur de la provincia de Buenos Aires. Es que, como dice el dicho, “la sangre tira”…

Verde el 88

José “Pepe” Podestá, Pablo y Gerónimo -al igual que sus menos afamados seis hermanos- no sólo compartían con Rafetto su faceta artística; sino sus raíces. Eran hijos de los genoveses Pedro Podestá y Teresa Torterolo, quienes estaban radicados en Montevideo por motivos políticos. Así, la vecina orilla fue cuna de una prole que daría que hablar. Después de mucho recorrer por el interior de Argentina y Uruguay con sus bondades circenses a cuestas, los Podestá desembarcan en el Circo Humberto Primo de Buenos Aires. Allí donde Pepe daría vida a su más popular y querido personaje: “Acepto, estudio, trasnocho, salto, brinco con maestría. Y el público, casi chocho, me llama desde aquel día Pepino el 88”. Así presentaba Pepe a su creación: baile, música, humor y una constante interacción con su público era aquello que distinguía a Pepino. Criatura nacida casi por accidente, cuando a Pepe le tocó reemplazar a un payaso enfermo. Con una chaqueta de su padre fabricó un improvisado traje, ese en el que -parche va, parche viene- terminó dibujando un número: el 88 que agregó a su nombre.

Entre la risa y el llanto

Sátiras políticas y geniales composiciones de estereotipos sociales marcarían un precedente en pesos pesados de la comedia y el monólogo: de Florencio Parravicini a Enrique Pinti, pasando por Tato Bores. Sí, Pepe podía ser un “chico bien” o un compadrito. Su creatividad y ductilidad en escena no tenía reparo alguno. Y así fue como, poco a poco, la actuación se fue filtrando en las presentaciones circenses de los Podestá. En otras palabras, el clan charrúa abrió “las lonas” de su carpa al género teatral; convirtiéndose así en pioneros del Circo Criollo. Tras el humor y la acrobacia, los hermanos engalanaban la función con una segunda parte a pura dramatización. La pantomima de la novela Juan Moreira fue su primera incursión en la materia, enseñando al público la historia de un gaucho perseguido por la ley. Aunque pronto, los Podestá cambiarían mímica por palabras para transformar su pantomima en una dramática pieza teatral con todas las letras. ¿Dónde fue el estreno? En Chivilcoy, Provincia de Buenos Aires, allá por 1886. Y sería sólo el comienzo: a Juan Moreira le siguieron el Martín Fierro, Pastor Luna y Hormiga Negra.

Desde entonces, Don Pepe Podestá no detendría su marcha: trabajó hasta los ’70 años, rodeado por sus hijos y nietos. Todos ellos, integrantes de la compañía teatral Podestá. Ese apellido que pregonó un género con loables consecuencias: el circo criollo preservó y la payada, revalorizó y difundió danzas autóctonas (entre ellas, el Pericón) y resucitó tradiciones aún cuando la inmigración atentaba con hacer lo contrario. Luego, la década del ’30 haría de las suyas; y el arribo de compañías extranjeras influyó en el ocaso del criollismo circense. ¿Una antesala del famoso pan y circo? Por suerte, la historia nos regaló un Pepino.

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