Jarra pingüino, una tradición que da la talla

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Infaltable en las populares mesas argentinas, la jarra pingüino es tradición con fundamento. ¿A qué debemos su existencia? Pase y devele.

Su presencia sobre el mantel fue símbolo indiscutido de una época; más también de una mesa: la compartida, la popular, la del familión, la cuadra y el barrio. Por qué no las orillas… Es que, aún en su discutido origen, parece que la jarra pingüino nació de la mano de inmigrantes italianos allá por los años 30; y más que a pedir de boca, a pedir del mismísimo vino.

A vino partido

El caso es que, para entonces, sin ley de envasado en origen a la vista, el vino se fraccionaba sin demasiados recaudos. Éste era trasladado a granel hasta los epicentros de consumo (léase Buenos Aires, Córdoba, Rosario…) para luego comercializarse en envases de litros varios: 200, 20, 5. Todo dependía del cliente en cuestión. Cantineros y pulperos a la cabeza, muchas veces eran éstos mismos quienes se encargaban de fraccionar la bebida en cuestión, por lo que el pasamanos hacía de las suyas con la calidad. Algo que, para entonces, no desvelaba demasiado a los bebedores. Vea usted, que un vendedor de vinos fraccionara el producto en damajuanas, vaya y pase… El tema era cuando la fracción debía ser lo suficientemente pequeña como para ser llevada a la mesa. ¿Cómo hacerlo sin embotellamiento, intentando preservar aromas y, por qué no, aspirando a cierta elegancia? Jarra pingüino al acecho…

Lo que importa es lo de afuera

Cierto es que, más allá del sabotaje de calidad que implicaba la fracción, el vino en cuestión ya no era, de por sí, la finura en sí misma. Se trataba de vinos gruesos, más bien populares. De allí que la estrella no haya sido cualquier jarra zoomorfa; sino la jarra pingüino. ¡Pues crea usted que las hubo de motivos varios! A las primitivas jarras de manija de mimbre, le siguieron más de una especie animal: patos, elefantes y, sí, el superviviente y triunfador pingüino. ¿Qué si se debió a una cuestión de mera simpatía? Ni tanto. Aunque su pico “vertedor” se llevaba todas las miradas y sonrisas, la cosa iba más allá: empilchado como ningún otro (¿o acaso olvida que el pingüino vive de frac?), su presencia emulaba a los más elegantes mozos. Sí, aún en las más populares cantinas y pulperías. Sí, aún tratándose de vinos “medio pelo”. Y vaya si la jarra pingüino era bien recibida… Tanto así, que no tardó en traspasar las fronteras de los negocios para entrar en las casas, alcanzando su pico (valga la alegoría) en la mesa familiar allá por los años 50 y 70.

 

Ni muy, muy; ni tan, tan, la jarra pingüino original atesoraba la precisa cantidad de un litro de vino. Aunque su aceptación y popularidad –aquella que la mantiene aún de pie en estaños, almacenes, alacenas y demás etcéteras– hizo que, con el tiempo, aparecieran jarras de un cuarto, medio y tres cuartos litro. ¿Acaso procura la suya? Siéntese a nuestra mesa, nomás. Que en la pulpería Quilapán, el vino de la casa se sirve como tradición manda: en jarra pingüino pa’ que brinde toda la paisanada.

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