Juan Carlos Parodi, de todo corazón

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Juan Carlos Parodi, eminencia de la medicina nacional, operó al Papa Francisco cuando aún era un sacerdote y él, un prometedor cirujano.

Corría el año 1980 cuando un médico clínico requirió su presencia. Y él, cirujano de 38 años, no dudó: un sacerdote humilde, sin recursos y en grave estado de salud precisaba de su ayuda. ¿Qué si fue capaz de ayudarlo? Claro que sí. Una noche dejó de lado toda otra ocupación y acudió al auxilio del jesuita, un tal Jorge Bergoglio, para entonces, futuro sumo pontífice. ¿El cirujano? Un pichón de  eminencia que ya dejaba entrever sus dotes de humanidad. Se trató de Juan Carlos Parodi, nuestro protagonista de la fecha.

A corazón cerrado

Aquella noche de auxilio, nadie hubiera imaginado que el jesuita enfermo sería el mismísimo Papa Francisco; pero tampoco que aquel cirujano de profesión y vocación sería Juan Carlos Parodi: graduado de Medicina de la Universidad del Salvador, con posgrado y todo, en la Universidad de Illinois, Chicago. ¿Fin del currículum? Apenas el comienzo de una auspiciosa carrera que habría de convertirlo en un “distinto”. Padre de una técnica quirúrgica endovascular para el tratamiento de aneurismas, traumas y disecciones de aorta, no tardó en acaparar las miradas del mundo de la medicina. Pues la mínima invasión que implicaba dicho método revolucionó todo lo conocido hasta entonces para el tratamiento de tales afecciones. ¿De qué iba -y aún va- la endoprótesis? De cambiar la arteria aorta sin que ninguna riesgosa operación sea precisa; sino una mera intervención con anestesia local, tras la que el paciente se retira caminando. Algo así como “armar un barco dentro de una botella”. Sin embargo, tal hallazgo no fue asunto sencillo. Salió a la luz en 1990 -año en que por primera vez aplica la técnica en un paciente-, aunque Juan Carlos Parodi ya lo venía trabajando desde 1976. Eso sí, todo a pulmón, como se dice. Nada de apoyo por aquí, ni por allá, más que el dinero salido de su propio bolsillo. Recién consumado el debut fue que la medicina internacional se hizo eco del método, adoptándolo con éxito en los casos que así lo requieran, pues, al decir del propio Parodi, la cirugía convencional aún continúa brindando excelentes resultados.

Juan Carlos Parodi, un hombre de mundo

Lo cierto es que Juan Carlos Parodi y su endoprótesis recorrieron el mundo: el orgulloso padre de la criatura enseñó el método en Europa, Latinoamérica, Estados Unidos, China, Japón, Israel, Australia y Sudáfrica, entre otros destinos. ¿Qué si algunas vez los billetes movilizaron tal cruzada? Nada de eso, “jamás lo pensé con fines económicos. Lo pensé después de tener dos casos seguidos de pacientes que tuvieron serias complicaciones”. ¿Cómo no difundir, entonces, tamaño hallazgo? Así, con su preciado método a cuestas, ese que tuvo a Parodi como único merecedor de los laureles, Juan Carlos sembró nuevo conocimiento a lo largo y a lo ancho del planisferio. Y la cosecha habría de llegar no de la mano de internacionales reconocimientos (Parodi se ha convertido en un cirujano multipremiado); sino de múltiples vidas sanas y salvas, agradecidas. Sí, como aquel memorioso sacerdote a cuyo socorro corriera Parodi una noche de 1980, cuando la endoprótesis era aún un sueño en plena gesta; y el pontificado de Bergoglio algo más remoto aún.

El reencuentro

Que lo había operado, Juan Carlos Parodi no recordaba mucho más. Ah, sí, que la cirugía había sido un éxito y que, a modo de agradecimiento, le había regalado un libro dedicado. Porque, por más que el sacerdote insistió en pagarle, Parodi rechazó toda recompensa económica. Lo cierto es que, allá por el 2014, un año después de que Bergoglio se convirtiera en el Papa Francisco, al flamante cirujano le otorgaron una audiencia con el Santo Padre, quien, ni bien tuvo enfrente a su salvador, soltó: “Juan Carlos, estás igual que cuando yo te vi esa noche que sentí que me moría. Vos me salvaste la vida” . Y las gracias no terminaron allí, pues, frente a un azorado Parodi, continuó: “Sí, vos me salvaste la vida porque yo tenía una gangrena de vesícula, que todo el mundo sabe, es altamente mortal. Esa misma noche me operaste; nunca voy a olvidarme de tu cara, porque cuando vi tu cara empecé a sentirme mejor, mejoré”.

Dos potencias se saludaron, sí. O, mejor dicho, dos realidades. Y ufanamente argentinas. El destino lo hizo posible, en 1980 y en 2014. Porque, por suerte, no sólo el diablo mete la cola. Juan Carlos Parodi y Jorge Bergoglio bien pueden dar fe de ello.

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