Juan Duarte, por siete años locos…

FOTOTECA

¡Se supo divertir! Buen vino, mujeres y corrupción decoran el prontuario de andanzas del hermano de Evita. Excesos con sello oficial.

Simpático, entrador, desfachatado… Juan Duarte sí que supo hacer honor a su nombre: fue un verdadero “Don Juan”. Consentido por sus cuatro hermanas, especialmente por Eva, era amante de la buena pilcha, el billar, los prostíbulos y la bebida. Las polleras eran su debilidad y los negocios turbios su especialidad. Bajo el amparo de la Primera Dama más reconocida de la historia Argentina, Juancito hizo de las suyas. Y vaya si fueron varias…

En la alfombra roja

Corría el año 1935 cuando María Eva Duarte -esa que ni imaginaba convertirse en “Evita”- llega a Buenos Aires siguiendo sus desvelos actorales. Sí, esa gran ciudad a la que Juan -dejando atrás su pasado de vendedor viajante de jabones- había migrado con anterioridad. Y como “los hermanos sean unidos” es la ley primera; ambos no tardaron en entrecruzar sus caminos. Más precisamente, fue Eva quien le abrió a Juan las puertas de su mundillo cotidiano: gente del espectáculo, empresarios y hasta militares de alto grado. Un verdadero paraíso terrenal para Juancito, ese que a su juego lo llamaban: farándula y poder tras el escudo de la Señora Eva. Sí, cuando su hermana se convierte en esposa del General Perón, este pseudo dandi de industria nacional ya era inspector del Casino de Mar del Plata. Gigolós, apostadores furtivos y hasta damas cansadas de su correcta vida matrimonial desfilaban por las veredas de Juan; mientras la figura de Eva crecía en paralelo a los dolores de cabeza que su hermano le procuraba. Sin embargo, la escalada no se detendría: en 1946 Juan Duarte se convertía en secretario privado de Perón. Y tras sus noches de farra se iba derechito a la residencia presidencial, donde cambiaba alcohol por uno mates junto al General.

Billetera no mata galán

Como perro con dos colas, Juancito disfrutaba a lo grande de su generoso pasar: acompaña a Evita en su viaje a Europa allá por 1947, adquiere un departamento en la Avenida Callao con valet japonés incluido, compra una casa de campo de dos mil hectáreas en la localidad de Monte, y hasta dispone de un palco en el Tabarís y otro en el Hipódromo. ¿Más? La lista sigue con aviones, acciones, permisos de importación de coches extranjeros y una cantidad de bienes incontables. Sin ningún tipo de pudores ni disimulo, Juancito fue un verdadero pregonero de la noventosa “pizza con champagne”. Aunque, antes que burbujas, prefería las bondades del vino, y del bueno: una de las perlitas del departamento de Callao era su notable cava de vinos blancos y tintos. Toda una reliquia confeccionada en madera virapitá –noble variedad de origen misionero-, con auténticos herrajes de bronce. ¡Nada mejor que una copa de vino antes de dar comienzo a sus citas de dormitorio! Si había algo que a Juan le gustaba tanto como el tinto era el perfume de mujer. Y tras sus inversiones en la empresa Sono Films, varietés de aspirantes a actrices y reconocidas mujeres del espectáculo dejaron huella en sus sábanas.

La debacle inevitable

La cuestión es que las andanzas de Juancito con sus féminas terminaron cansando al entonces Presidente Perón. Lo que, sumado a las habladurías de corrupción y enriquecimiento ilícito por parte de ciertos funcionarios, agudizó la desconfianza que el General tenía sobre su cuñado. Como si poco fuera, la muerte de Evita no sólo paralizó al país en 1952; sino que dejó al “pebete” descarriado de los Duarte sin protección alguna. En medio de tanta revoltija, el mismísimo Perón salió a echar luz al asunto. El 8 de abril de 1953 se despachó con una fuerte revelación por cadena nacional: “Irá a la cárcel hasta mi propio padre si me entero que es ladrón”. Claro que, entre bambalinas, se sabía que Juan era el verdadero destinatario de tales palabras. Y el propio apuntado así lo entendió.

Crónica de un final anunciado

¿Qué sucedió aquella noche en el quinto piso de Callao 1953? Difícil responderlo. La última certeza es que un grupo de amigos del poder de Junacito compartió con él sus horas de crisis, en una velada a puro trago. Y sería la última. La mañana del día 9, el valet Irajuro Tashiro lo encontró muerto, con un tiro en la sien. En la mesa de luz, una carta dirigida a Perón develaba su voluntad de suicidio e incondicionalidad para con el General. El juez Raúl Pizarro Miguens dictaminó que se trataba de un suicidio; aunque la opinión pública hablaba de asesinato. Y la misma aura de misterio giró sobre su incalculable fortuna: el Juzgado a cargo de su sucesión sólo encontró $80.000, dos autos y un avión como único patrimonio del difunto. ¿Y todo lo demás? El interrogante sobre se abrió en las revistas de la época. Aunque, en estas líneas, nos encargamos de cerrar alguno. Al menos, el que recaía sobre uno de los bienes más representativos de Juancito: su cava. Confiscada del departamento de Callao, fue a parar a un depósito de la Revolución Libertadora; hasta que un comando oriundo de Mendoza, y vinculado a la industria vitivinícola, la rescata de la destrucción. ¿Ese sería su destino final? Claro que no… ¡la cava fue comprada por la pulpería! Testigo mudo de esta agitada historia, hoy nos recuerda los terrenales placeres de nuestro protagonista.

Buena bebida, dinero y amantes doquier. Un pantallazo de los siete años locos de Juancito en el poder. “A este muchacho lo perdieron el dinero fácil y las mujeres”, habría dicho el General Perón tras la muerte de su cuñado. Y motivos no le faltaban…

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