Juan Martín del Potro, como el ave Fénix

FOTOTECA

Con alma de gigante, Juan Martín del Potro supo de batallas dentro y fuera de la cancha. Retrato del hombre que renace de sus cenizas.

Saque certero, derecha potente y una movilidad que asombra a propios y extraños. Es que, a juzgar por sus casi dos metros de altura, aquello no es moco de pavo para Juan Martín del Potro. “Delpo”, al decir el mundo tenístico; o simplemente “la torre de Tandil”. Grato homenaje a los bonaerenses pagos que lo vieron nacer allá por 1988 y que, a tope de orgullo, no le pierden pisada a la vida y obra de su hijo pródigo. Nosotros tampoco.

A pulmón

Pues bien, los primeros pasos de Juan Martín del Potro de la mano de una raqueta datan de su infancia. Con apenas siete años ya empezó a practicar tenis, y a todo pulmón fue que hizo camino al andar. Kilómetros y kilómetros a bordo del auto de papá, para arriba y para abajo, para donde se disputara algún torneo importante, que le permitiera asomar la cabeza y mostrar su temprano talento. Pesito sobre pesito, la travesía era posible no sin esfuerzo. Doce horas y moneda de ruta para jugar y volver a los pocos días, tras el descanso mínimo. Pero valió la apuesta, el trampolín para que Juan Martín del Potro se convirtiera en el tenista que hoy es. En el ser humano que también, más allá de las canchas.

Alma de gigante

Amistad, divino tesoro. Y para Delpo no es la excepción. Aunque, claro está, no resulta fácil ponerse en las suelas de sus zapatos: “si estás jugando por qué no estás contento”… A lo que Juan Martín respondía, “Estoy 500 del mundo y yo si no tengo chances de ganar un Grand Slam no me siento que sea yo”. Mieles de un crack asumido, y con razón. Porque peldaño a peldaño, Juan Martín del Potro llegó a la cima. Esa que, a fuerza de conquistas, fue elevándose cada vez más. ¿Hasta dónde podía llegar? Hasta donde muchos ni imaginaban, hasta donde él mismo se lo propusiera. Y el abierto de los Estados Unidos pasó de sueño a realidad en el año 2009. Sí, en su superficie preferida,  tras vencer en la final a un ídolo de poster aunque también de carne y hueso: el suizo Roger Federer; acabando así con la hegemonía de los cuatro fantásticos del tenis en el US Open. ¿Los tres restantes? Nada menos que Rafa Nadal, Andy Murray y Novak Djokovic. Pavada de cuarteto a la que Delpo se impuso en lo que fue su primer –y hasta ahora único- Grand Slam.

Esa maldita muñeca

Entre tanta luz no podían faltar las sombras, y a Juan Martín Del Potro le llegaron en el 2010, cuando sus muñecas comenzaron darle dolores de alma y cabeza, alejándolo del circuito profesional. Y el regreso fue inmejorable: los Juegos Olímpicos de Londres 2012 lo encontraron en el podio, aportando a la Argentina una medalla de bronce. Y cuando su ir y venir por entre las competencias más destacadas del circuito profesional parecía convertirse una vez más en su rutina… Las muñecas, otra vez las muñecas. Y esta vez, redoblaban la apuesta. Más de 300 días sin tenis, a pura duda, dolor y confusión. ¿Era aquel su injusto final? No. De todas las formas posibles, no. Una operación en la muñeca derecha y tres en la izquierda compusieron su raid quirúrgico. Y aquello no le salió gratis a Delpo, que acabó por los sótanos del ranking: antes de reaparecer en el circuito, en febrero de 2016, su nombre ocupaba el puesto 1045. El único ascenso posible: una remada a espíritu y raquetazo limpio. Y así sucedió.

Persevera y resucitarás

Un sueño. Cuando todo parecía perdido, la realidad fue un sueño. Cuando más de uno lo daba por acabado, Juan Martín Del Potro comenzó su casi dorado periplo por los Juegos Olímpicos de Río 2016 venciendo a Novack Djokovic. Y la historia terminó en plata al caer en cuatro disputados sets con Andy Murray. ¿Qué si tendría revancha? Desde luego que sí. Nada menos que en la final de la añorada Copa Davis, esa deuda pendiente del tenis argentino saldada por Delpo y compañía en lo que él mismo definió no solo como el mejor año de su carrera; sino como el mejor año de su vida. Cual ave Fénix, Juan Martín del Potro renació de las cenizas, y la vida lo colocó una vez más en su final más amada. Nueve años después, el Us Open se le escapó en manos del todopoderoso Djokovic. Pero, a sabiendas de todo lo vivido, el sabor lejos estuvo de ser amargo. Así fue como el 2018 lo encontró en su mejor posición: número tres del mundo. Inimaginable pero real.

 

La vida es una rueda, dicen. Y tal vez por ello las muñecas hayan vuelto a pasarle la factura de tanta apuesta, de tanto sueño. Vieja historia conocida para Juan Martín: la del dolor y los tratamientos inocuos, más también la de la resurrección. Tras lo dicho en estas líneas, cómo no esperarlo una vez más…

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