Juguetes porteños, una historia a puro chiche

FOTOTECA

De su fabricación casera a la industria nacional. Los juguetes porteños y un nostálgico repaso por lo mejor de su evolución.

Con “la ñata contra el vidrio”. Así solía quedase más de un gurrumín. Aunque, lejos de tratarse del Cafetín de Buenos Aires que evocaba Santos Discépolo, la dueña de todos los asombros y deseos no era más que una vidriera de juguetería. Es que, antiguamente la compra de juguetes era un lujito que muy pocos podían darse. De allí que la imaginación fuera lo que entrara en acción a la hora del entretenimiento: los juguetes hechos en casa fueron, entonces, los predilectos de los porteños. Latas, madera, cartón…todo valía a la hora de inventar un compañero de diversiones. ¡Qué tiempos aquellos en que el juego de la bolita copaba los patios de las casas! O por qué no las veredas… ¿Y las piedritas del dinénti? Sí que había que ser ágil para cazarlas al vuelo. Aunque si de habilidades hablamos, el balero supo ser el rey. Claro que, en la larga historia de los juguetes argentos, más de uno supo calzarse la corona.

Desde alta mar

Lo cierto es que, tras tanta destreza, ya vendría el tiempo de darle un descansito a los músculos. A mediados del siglo XX llegarían los juegos para disfrutar sentados. De los soldaditos de plomo y muñecas a los instrumentos musicales y juegos de mesa. La comodidad crecía y la posta del ingenio la tomaban los propios fabricantes, quienes comenzaron a diseñar juguetes mucho más imaginativos y con una buena dosis de fantasía a cuestas. Pero… ¿Quiénes fueron esas mentes creadoras? Una vez más, los inmigrantes. Viejos conocidos de la historia argentina, los recién llegados trajeron consigo las técnicas e ingenio necesarios para sentar las bases de una industria juguetera nacional. Uno de ellos fue nada menos que Pedro Bellotti, quien allá por 1880 instaló su taller en la calle Castro Barros para dar origen a una de las primeras fábricas de juguetes de las que se tenga registro en el país. Todo comenzó con la fabricación de unos simpáticos caballitos de madera…y terminó con una buena dosis de velocidad: la marcha de los equinos fue, con el correr de los años, sucedida por el rodado de triciclos, monopatines, bicicletas, patines y autitos. Sin dudas, la juguetería nacional pedía pista.

Inolvidables

Ya en el siglo XX, la industria gráfica también aportó lo suyo. Por lo que el papel y el cartón fueron parte de los chiches predilectos: aparecieron así las muñecas troqueladas, rompecabezas, máscaras, cornetas y hasta teatros en miniatura. Mientras que, a partir de 1935, el metal tomaría la posta. ¿Se acuerda de los simpáticos camioncitos de hojalata? Para el auge del plástico habría que esperar unos añitos más. Mientras tanto, las niñas se entretenían con sus muñecas de porcelana. ¡Qué desembarco el de la Marilú, allá por los años 50! Ama y señora de todas las vidrieras, cautivaba con su cabello y sus ojazos prontos a cerrase de sólo acostarla. ¡Y así se hacía notar en los bolsillos! La Marilú costaba sus buenos pesos, por lo que no era para cualquiera. Aquella que la tuviera era la envidia de toda la cuadra. ¡Si hasta boutique propia tenía la doña! Es que sus vestiditos eran dignos de princesa, y tan exclusivos como su portadora.

De colección

¿Qué si aún restan más clásicos para el inventario? ¡Claro que sí! Los juguetes a pila Saxo, los revólveres a cebita Rodeo y los autitos de colección Galgo son algunas de las tantas creaciones nacionales que componen un “chicherío” digno de toda nostalgia. Mención aparte para el didáctico Cerebro Mágico, ese que irrumpió allá por 1948, y el siempre vigente Estanciero: una versión local del internacional Monópoli. ¡Quien no se habrá quedado en bancarrota de tanto pagar impuesto en propiedades ajenas! ¿Y por qué sería que el banquero siempre contaba con algún billete bajo la manga? Al menos, hasta que alguien hacía saltar la perdiz de la trampa. Entonces, a barajar y dar de nuevo. Porque si algo bueno tiene esta historia de juegos y juguetes, es que siempre puede volver a empezar. Niños -y grandes-, agradecidos.

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