Julieta Lanteri, la conquistadora

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Admiración, aplausos y victorias a pura vehemencia y sudor. Todo ello conquistó Julieta Lanteri, la primera sufragista mujer en Sudamérica.

Decidida, vehemente, plena de conciencia social, mujer de armas tomar (y de las buenas), mujer… Con todo lo que ello significaba para los confines del siglo XIX y principios del XX. Sin embargo, lejos de apichonarse, Julieta Lanteri hizo camino al andar. Desde su espíritu de lucha y conocimientos, sus luchadas conquistas marcaron un antes y un después en la proclama femenina ante una sociedad que cerraba oídos y puertas a su paso.

Yo, mujer

Italiana de pura cepa, nacida un 22 de marzo de 1873, Julieta Lanteri arribó a la Argentina con tan solo seis años. Tras vivir un tiempo en la gran ciudad se instaló con sus padres y su hermana menor en La Plata, allí donde ya marcaría la senda a transitar: culminó sus estudios de bachiller en el Colegio Nacional de La Plata, una institución para entonces exclusiva para varones. Apenas la primera “rebeldía con causa” de Lanteri, pues la historia continuaría en los pagos porteños, a los que regresó para estudiar medicina en la Universidad de Buenos Aires. Algo fuera de lo común para las mujeres, aunque no por ello imposible para Julieta. De hecho, ya recibida, hasta aspiró a una labor académica en la misma institución, solicitando la adscripción a la cátedra de enfermedades mentales. Y fue aquello un nuevo round en su lucha, pues dicha especialidad no estaba dentro de las “asignadas” al sexo femenino, como sí la obstetricia, por ejemplo. Solo que, lejos de fatigarse, Julieta Lanteri tenía el impulso de los primeros pasos, pues restaba aún un largo trajinar en la cruzada que fue su vida toda.

Cruce de caminos

Estudio y política fueron caminos más que conciliables para Julieta, en tanto allá por 1904 fundó junto a un grupo de mujeres la Asociación Universitarias Argentinas. ¿Adivina con quién? Nada menos que Elvira Rawson y Cecilia Grierson fueron de la partida. Y resultó aquello un germen para, dos años más tarde, concebir el Centro Feminista de Librepensamiento y la Liga Nacional de Mujeres Librepensadoras. De hecho, ya en 1908 Lanteri y compañía comenzaron a cocinar junto a un congreso femenino para el Centenario de la Revolución de Mayo, y sería aquel de carácter internacional. Tuvo lugar entre el 18 y 23 de mayo de 1910, en el salón de la Sociedad Unione Operai Italiani, al que acudieron mujeres de Sudamérica y Europa cuyos debates concluyeron en más de una contundente demanda a los Estados y la sociedad toda: independencia económica y acceso a la ciudadanía política por parte de las mujeres; educación mixta, laica e igualitaria para ambos sexos; igualdad salarial y de derechos civiles; divorcio y abolición de la prostitución. Aunque la proclama iba más allá del ámbito femenino. Ya lo decía Julieta: “no admito amos ni quiero ser patrona. Todos somos iguales. No quiero propiedades ni quiero matar para conservarlas. La tierra entera es nuestra patria”.

Voz y voto

La admisión a la cátedra de enfermedades mentales tuvo sus reveces para Julieta Lanteri. Que resulta que ella no era ciudadana argentina. Y que entonces cuando lo fue, en el 1911, el caso es que era mujer. Sí, hemos dicho, el verdadero impedimento camuflado. Y aunque, incluso asesorada legalmente, no pudo más que resignarse; la ciudadanía le abría a Julieta la posibilidad de otra conquista no menor: la asistencia a las urnas, la primera de todas las que vendrían para las mujeres de la posteridad. Tras lograr la inscripción en el padrón de la Capital Federal, el 26 de noviembre de 1911 se convirtió en la primera sufragista de Sudamérica, la primera mujer en votar. Lo hizo para elecciones a concejales municipales, lo hizo 37 años antes de que el voto femenino fuera legalmente ejercido, en 1948. Solo que se trataba de Julieta Lanteri, quien, incluso, no solo fue sufragista sino candidata, convirtiéndose en la primera mujer en aspirar a una banca como diputada en Argentina, en representación del Partido Feminista Nacional, aunque las leyes no le permitieran, de hecho, acceder al cargo fácticamente.

Llama eterna

La licencia por maternidad, el subsidio por hijo y la igualdad entre hijos legítimos e ilegítimos fueron algunas de las luchas que encarnó desde su plataforma. Sí, Julieta Lanteri era cosa seria, jugaba fuerte, pisaba más fuerte aún. No cabezas, sino territorios certeros, aquellos que defendía a toda convicción y sin temores de por medio. De hecho, su fuerte militancia ha puesto sobre la mesa la teoría de que su muerte no fue accidental, sino por encargo. Julieta Lanteri fue atropellada por un auto que, marcha atrás, se montó en la vereda que intersecta Diagonal Norte y Suipacha. Su conductor era nada menos que un afiliado de la legión cívica, partido único durante el gobierno de facto. Fue en febrero de 1932, a los 59 luchados años de Julieta y con tantísimas victorias en su haber. Y aún aquellas que no han podido ser, desde luego que han marcado un camino, sentado las bases de lo que ya no tendría retorno.

Unas mil personas acompañaron el funeral de Julieta Lanteri, pero su llama chispea aún en nuestros días: “Arden fogatas de emancipación femenina, venciendo rancios prejuicios y dejando de implorar sus derechos. Éstos no se mendigan, se conquistan”. Y vaya si Julieta Lanteri ha hecho honor a sus palabras.

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