Literatura argentina: diez clásicos entre líneas

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Porque pluma nacional abunda, y de la buena, he aquí una selección de diez clásicos de la literatura argentina. Pase, lea y relea.

Que las selecciones son crueles, no hay ninguna duda. Pues siempre habrá quien quedé afuera sin merecerlo. Que hay algo de arbitrariedad en el asunto, también. Pues el criterio de selección nunca hallará pleno consenso. ¿Por qué entonces nos metemos en estas yerbas? Pues porque, a la hora de la lectura, más vale que sobre y no que falte. ¿Anda con ganas de leer un clásico de la literatura argentina? Si es que no se decide por uno, aquí le acercamos diez.

El gaucho Martín Fierro, José Hernández (ida y vuelta): gaucho emblema de la literatura argentina es don “Fierro”, a quien José Hernández dio vida durante dos peregrinares. La ida y la vuelta, la “defensa” del territorio nacional y la persecución, el desencuentro y la soledad. Frontera de por medio, sus caminos desandan el corazón de las pampas, con todas sus vicisitudes, aprendizajes y pesares a cuestas.

Don Segundo Sombra, Ricardo Güiraldes: una sombra, sí. Pues, a decir del autor, el don Segundo de Güiraldes es más un ideario de persona que un personaje en sí mismo. Aprendizaje fáctico, experiencia hecha al andar… Los caminos de don Segundo y Fabio Cáceres en la ruralidad de su mundo son, de alguna manera, una enseñanza, un pasaje por el que Güiraldes invita a transitar desde sus líneas: el viaje que es la vida y los valores que la pluma del autor en él imprime.

Los siete locos, Roberto Arlt: ¿acaso el límite entre la cordura y la locura es más delgado de lo que pensamos? En un meollo de envolvente fatalismo, pesar, frustración, perversión y delirio, los personajes de Los siete locos, con Erdosain a la cabeza, revelan que, aun bajo la rutinaria luz del sol, es posible dar con la más profunda oscuridad.

El Aleph, Jorge Luis Borges: ¿será que el mundo es en verdad muchos mundos?, ¿todos cuantos puedan caber en las diferentes miradas del ser humano? En El Aleph, el tamiz de la realidad son las propias experiencias de su narrador: un Borges de ficción atravesado por la muerte de un amor no correspondido.

La invención de Morel, Adolfo Bioy Casares: cuando la alucinación absorbe el mundo real, deja entonces de ser alucinación para convertirse en cuanto hay. De aquello va la historia para el fugitivo protagonista de La invención de Morel, cuya soledad en una isla desierta es tan contundente como ficcional. Una obra fantástica, en el más literal de los sentidos.

El túnel, Ernesto Sábato: un túnel oscuro y solitario es aquel por el que nos conduce el Juan Pablo Castel de Ernesto Sábato. Ni más ni menos que una analogía de su propia mente, aquella que lo convierte en un asesino capaz de justificar su propio crimen.

Operación masacre, Rodolfo Walsh: porque lo hechos admiten tantas versiones y sensaciones como protagonistas los vivan, Rodolfo Walsh relata en Operación masacre los fusilamientos que, allá por 1956, se ejecutaron en José León Suárez bajo el marco de la corriente dictadura, desde las perspectiva de sus víctimas. Cuando la realidad se pone al servicio de la literatura, y viceversa.

El beso de la mujer araña, Manuel Puig: una cárcel bonaerense es el sitio que reúne, en el contexto de un gobierno de facto, a un activista político y un homosexual. Allí donde no hay salida, donde los miedos se hermanan sin distinción de portador, Molina y Arregui son las activas voces de una conversación envolvente…

La furia y otros cuentos, Silvina Ocampo: como quien no quiere la cosa, pero con toda la intención, Silvina Ocampo pone sobre la mesa, y entre sus líneas, universos corrientes que, desde sus personajes, se revelan a pura sutileza; más con la mayor de las contundencias. Silvina se ofrece entonces como la voz de la“s” experiencias“s”.

Triste, solitario y final, Osvaldo Soriano: ¿qué será de la vida de los más entrañables personajes de ficción cuando la historia acaba? Así es como en Triste, solitario y final, Stan Laurel (de la serie Laurel and Hardy o  El gordo y el flaco) recurre a los servicios de Philip Marlowe (detective novelesco, creado por el escritor Raymond Chandler) para que investigue el por qué de su ocaso laboral. Un retruco al cine norteamericano, de la pluma de un argentino que se entromete, con toda la autoridad de su pulso, a modo de personaje en su propia historia.

 

¿Y usted, por cuál irá primero? Vaya sabiendo, de la indecisión no nos hacemos cargo. A fin de cuentas, eso es obra y gracia de la literatura argentina, de tanto talento germinado. Con la mayor de las modestias, recogemos, desde estas líneas, un puñado de todo cuanto le espera tras cada portada. La elección y el disfruto son todos suyos…

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