Nombrando al desconocido

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Fulano de tal, Menganito y demás formas gramaticales argentinas de denominar al otro.

¿A qué nos referimos los argentinos cuando aludimos a “fulano”, “mengano”, “zutano” o “perengano”? Es probable que hayamos repetido estas palabras de manera sistemática, sin preguntarnos cuál es su origen o por qué se usan.

NN a la vista

El diccionario define el término fulano como “persona indeterminada o imaginaria”; en el lenguaje coloquial, sería aplicable a toda persona del sexo masculino. Quien utiliza esta denominación para referirse a un individuo, por lo general lo hace de manera desenfadada, y por alguno de los siguientes motivos: desconoce al sujeto, lo conoce pero no recuerda el nombre o simplemente evita mencionarlo. La última opción deja escapar un dejo de desprecio. De la boca de la abuela, vecino o almacenero, alguna vez seguramente escuchamos expresiones tales como: “allá va el fulano” (claro que sabía quién era), “vino un fulano y preguntó dónde comprar cigarros” (no tenía idea de quién era) o “Marita está saliendo con ese…fulanito” (está claro: no recordaba el nombre).

Orígenes

Fulano proviene del árabe fulān (derivado de la frase Fulan Ibn Man Kan, “un tal hijo de quien sea”); Mengano tiene un origen similar, con raíz en el término árabe man kān (“quien sea”). Ambos suelen ir juntos en la fraseología argentina, en expresiones del estilo: “Preguntale a Fulano y a Mengano”. Aunque Zutano es menos común, se emplea con frecuencia; se estima que deriva de las expresiones “¡zut!” o “¡cit!”, antiguamente utilizadas para llamar a un desconocido. Sobre Perengano hay más teorías que certezas: quizá sea el resultado de una combinación entre el apellido Pérez y Mengano.
Cada una de estas cuatro denominaciones tiene un equivalente femenino, siendo el primero -fulana- el más usado. La diferencia con su par masculino es el tono semántico, de connotación negativa por estar emparentado con el concepto de prostituta (“al final, era una fulana más…”). Del mismo modo, ninguna “señora” se sentiría halagada si la llaman “mina”, término muy vinculado a la mujer liberal y deseada, completamente alejada del concepto de esposa. Ejemplo muy bien graficado en la letra de tango “Atajáte”, de la premiada poetisa lunfarda argentina Martina Iñíguez:

“¡Ché, fulano
que buscás medio perdido
saber dónde estás parado.
Que de pronto
te bancás la contingencia
de los tiempos que han cambiado.
Hoy las minas ya no agachan
la sabiola ante el gavión
y son ellas las que tumban
a su amor sobre el colchón”.

El idioma autóctono nunca muere

Afortunadamente, términos de uso cotidiano como macho, mina, fulano, mengana, zutanito, vienen sobreviviendo a las múltiples variables que fueron afectando al lenguaje a partir del impresionante desarrollo que experimentaron las comunicaciones los últimos años. Cientos de nuevas adaptaciones, abreviaturas y apodos transitan desde el ciberespacio hacia la oralidad de las nuevas generaciones argentinas. En este marco, da la impresión que denominaciones de tipo coyuntural (“chabón”, “capo”, “maestro”) podrían pasar de moda; en cambio, las que nos definen socialmente (“jefe, la cuenta por favor”, “esa mina me robó el corazón” o “es culpa del fulano ése”), jamás.

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