Pasaje de la Defensa, un boleto a todos los tiempos

FOTOTECA

¿Viajar a todos los tiempos en un solo lugar? En el corazón de San Telmo, el Pasaje de la Defensa lo hace posible. Ajuste cinturones…

Un patio más otro patio, más otro más. Esa parece ser la preciada secuencia que la impronta santelmiana esconde intramuros de sus construcciones cual tesoro de la primitiva Buenos Aires; la de aquellos espacios no construidos –pero sí pensados–  en torno a los que proliferó el fecundo gen de porteñidad. En peligro de extinción, a la sombra que proveen las moles de cemento y vidrio a la que la modernidad ha dado vida cual bestiales criaturas, la resistencia dice los patios presente en Defensa 1181. Sí, el Pasaje de la Defensa, un verdadero boleto a todos los tiempos. Después de usted…

Como joya al dedo

El Pasaje de la Defensa es también conocido en el barrio como la casa de los Ezeiza, pues en su propósito primero este verdadero caserón de dos plantas, más de una decena de habitaciones, pisos de madera, tres patios embaldosados y mármol de Carrara al por mayor ha sido nada menos que un regalo de bodas. ¡Menuda fortuna la de Elías y Eduarda Ezeiza! Y menuda familia lograron conformar, pues en el calor del hogar dieron a luz a sus seis hijos. Sin embargo, más temprano que tarde la familia dejó la casona por el azote que de la fiebre amarilla produjo en el sur porteño, allá por 1871, por lo que, desde entonces, la propiedad encarnó diferentes destinos. Más sin desprenderse jamás de las huellas que la han alzado como una verdadera casona de elite. Y para muestra, un mojón: sí, señores, el aljibe. Aquel en el que confluían todas las canaletas colectoras de aguas de lluvia. Todo un lujito para un tiempo en que el común de la gente debía acercarse a la costa rioplatense en la actual avenida Paseo Colón para hacerse del líquido vital.

La historia puertas adentro

Así fue como en 1892 se instaló en la propiedad un colegio de sordomudos. Y ya para el año 1910 una escuela primaria que funcionó hasta la década del ’30, cuando la familia Ezeiza se desligó definitivamente de la propiedad. ¿Y qué habrían de hacer los nuevos dueños en la babel que era Buenos Aires en aquella primera mitad del siglo XX? Efectivamente, alquilar las habitaciones por separado y abrir sus puertas de más tres metros de altura a los vientos de alta mar. Pues, sí, habemus conventillo. Uno más de los tantos en San Telmo, de todos cuanto han tenido idéntico nacimiento: el desmigaje de las señoriales casonas abandonadas, vacías, espectrales testigos de un acaudalado y pudiente Sur que comenzaba a conocer la otra cara de la moneda. Sin embargo, el Pasaje de la Defensa parece aún hoy sostenerse en la dualidad, en la convivencia de sus dos improntas. El patio Del tiempo, seguido por el Del árbol y por el De los Ezeiza componen una imponente trilogía a cielo abierto en la que los aires patricios aún se respiran; pero en la que el crisol inmigrante, tan arraigada su memoria al más oxidado San Telmo, a sus más desgastadas baldosas, también dice presente. Todos los tiempos son el mismo tiempo en el Pasaje de Defensa. Todos los viajes en un mismo boleto.

Resistiré

¿Qué si la amenaza de demolición no ha merodeado a su puerta? Como a buena parte del barrio, sí. Los últimos propietarios del Pasaje de la Defensa a poco estuvieron de convertir en polvo tamaño legado. Sin embargo, al ser declarada por la Municipalidad de Buenos Aires como patrimonio histórico (e incluirla dentro de la denominación de U-24 de protección), es que ha sobrevivido de pie. Ya en 1981 la propiedad fue adquirida por una empresa inmobiliaria que le ha destinado destino comercial, más manteniendo la esencia de su estructura y estilo. Desde entonces el actual rebautizo que, en letras doradas, se anuncia junto a las dos gigantescas puertas de madera que ciernen la entrada. Tras ellas y su vestíbulo, pura inmensidad en la que sentirse pequeño; así como en el entramado del extenso transcurrir de los años que en sus rincones descansa.

Un viaje a todos los tiempos en este tiempo. Un mundo por descubrir tras apenas cruzar su umbral: el de los años, el de una Buenos Aires que se niega a ser olvidada pues nos recuerda, toda evolución precisa de cimientos. Y en el Pasaje de la Defensa vaya si la historia florea su buen sostén.

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