Pasando facturas

FOTOTECA

La irreverencia panadera hizo de las facturas un pecado. ¿Gula, glotonería? Nada de eso: pura ironía argentina, y de la mano de un italiano.

Crujientes o esponjosas. Con membrillo, pastelera o dulce de leche. ¿Qué más da si recién salen del horno o son una yapa del día anterior? Las facturas -calóricas delicias de harina, manteca y azúcar- son argentinidad pura en la merienda o el desayuno. Con el mate o el café con leche. Las bondades de su sabor son conocidas por todos; pero no así el por qué de los nombres con los que fueron bautizadas. Esos que son, paradójicamente, toda una blasfemia.

De importación

¿Quién sería el responsable de tanto pecado? Nada menos que Errico Malatesta, un anarquista fugado de Italia que vivió en Argentina entre 1885 y 1889. Sí, apenas cinco años le bastaron para generar toda una revolución gastronómica. Aunque contó con un cómplice: su compatriota Ettore Mattei, quien crea en 1887 la Sociedad Cosmopolita de Resistencia de Obreros Panaderos. Nada menos que la primera institución de resistencia argentina. ¿De qué la jugó Errico? Fue quien organizó la primera huelga de panaderos -de 10 días de duración y con victoria incluida-; al tiempo que redactó los estatutos del combativo sindicato.

Apunten, disparen

Pero la historia no terminaría allí. Por aquellos años el sindicato se haría sentir con fuerza puertas afuera de las cocinas. El periódico El Obrero Panadero circuló sin pausa y caló hondo en una sociedad que, sin sonrojarse, se acopló al juego de las ironías. Así, las facturas entran en escena con sus escandalosas denominaciones. ¿Los apuntados? El ejército, la policía y la iglesia. Nadie quedó fuera del “homenaje”, y cada cual tendría su memorable representante en el mundo repostero.

El sabor del pecado

La irreverencia fue protagonista a la hora de convertir a las deliciosas facturas en armas de combate: los vigilantes se encargaron de ironizar a la figura policial; mientras que los cañoncitos de dulce de leche y las bombas hicieron lo propio con los militares. Por su parte, los sacramentos y bolas de fraile –también llamados suspiros de monjas– fueron puro escándalo para la fe católica. Aunque el tiempo se apiadaría de ellas y, con el correr de los años, las famosas bolas también serían llamadas berlinesas.

Finalmente -como pasa muchs veces- la cotidianidad ganó terreno y el escándalo se mandó a mudar. Brilla por su ausencia cada vez que el amigo panadero prepara la docena a gusto y piacere de sus clientes: un cañoncito de dulce de leche, dos sacramentos, tres vigilantes… Imposible no adoptar aquella irreverencia anarquista. ¿O las facturas no son acaso un pecado de dulzura? Sí, y toda una revolución de sabor para los paladares.

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