Uno puede recorrer los pasajes del viejo Palermo Viejo para tomar aire y relajarse -un día de semana, mejor, menos gente-. Pasear por sus callecitas estrechas y empedradas, rastros de terrenos chicos que recuerdan a Villa Alvear, un barrio obrero de fines del siglo XX, encargado por el conde Antonio Devoto y diseñado por el arquitecto Juan Buschiazzo.
Y uno puede, en esos caminitos, el Russel, el Soria, el Santa Rosa, cortos como un buen cuento, evocar aquello de que “en los pasajes mismos había cielo bastante para toda una dicha” (Borges, Elegía de los portones).
Si es vecino o visitante frecuente, quizá baste recorrer los pasajes con una perspectiva diferente a la usual. Ningún viajero debería olvidar que, muchas veces, alcanza con cambiar de asiento en el colectivo para disponerse a encontrar algo distinto en lo cotidiano. Algo que, como no se sabía o no se observaba, resulte nuevo.
Buschiazzo planificó también el Mercado de San Telmo, otra postal de una zona porteña donde conviven lo antiguo, lo moderno y lo reciclado , igual que en parte de Palermo.
Mercado San Telmo. Restaurantes a aire libre. Foto: Juano Tesone, archivo
Cerca del Mercado hay una casona de estilo colonial cuidada. El francés Gregorio Fabre contó que cuando llegó con su mujer lo único que sabía era que quería respetar su historia. Eso hasta que descubrió un libro sobre pulperías de Carlos Moncaut. Con arqueólogos, hallaron ahí parte de una pared de 1720, un aljibe que pasó un siglo enterrado bajo una glicina y cuchillos hechos con huesos que decidieron exhibir, junto a otros tesoros, en la pulpería que abrió en 2005.
Pulperia Quilapán. San Telmo. Archivo Clarín
Andar por las calles de siempre con ojos de viajero –dispuesto a disfrutar y con data sobre el lugar- permite reconectarse con el placer de descubrir. Y llevarse un modo diferente de mirar es un gran destino para un viaje.
