Piringundín, tango y juerga sin fin

FOTOTECA

Ni salón de baile, ni café… o todo junto. El piringundín hizo del tango su mejor ritual. Juerga de la buena entre guapos y malevos.

Los domingos y festivos, anda el vulgo enardecido; esperando que el reloj marque las cinco de la tarde, pa’ marchar derechito al baile. Meta pito y matraca, hasta que a las ocho de la noche, o a las doce, el dueño del rancho ponga fin a tanta alharaca. Así que ya lo sabe, ni en el patio del conventillo ni en la vereda, si anda en busca de tanguitos y minusas, véngase al piringundín, que no encontrará juerga más buena. Siempre y cuando alguna trifulca no empañe tan animada fiesta…Y entonces, sí, ¡sálvese quien pueda!

Toda una guapeada

No se vaya a asustar con lo que digo, paisano amigo. Aunque sepa que no es ningún grupo, pues de tanto duelo de guapos, más de un piringundín ha conocido el luto. Usted comprenderá… compadritos y malevos son amigos de la casa. Y cómo no… ¡si el 2X4 suena que te suena sin pausa! ¿Gusta de bailar? Más le vale no caer con los bolsillos vacíos, que mientras espera por la compañía de alguna afanosa señorita, bien puede sacarle lustre a la pista con cortes y quebradas; más no sin aportar los debidos morlacos. Claro que no se trata de un dineral, ni mucho menos. Habida cuenta de la circunstancia, sólo es cuestión de centavos. ¿O acaso cree que el piringundín es lugar de fifís? Nada de eso, su umbral siempre fue travesado por hombres de arrabal. ¿Acaso donde cree que ha nacido esta especie de salón de baile con aires de café? Sí, en el marginal y despreciado sur, a la vera del Riachuelo, allí donde se gestara el propio tango que supo impregnar sus paredes.

A plano abierto

Si la calle Necochea hablara…Hasta llegó a conocérsela como “la calle del pecado” y todo. Y motivos no faltaban: gente del barrio, mujeres de la vida y errantes marineros frecuentaban cuanto piringundín allí se hiciera presente. Con decirle que a ella se le adjudica el nacimiento de unos de los primeros y más célebres reductos: allá por 1860, en la esquina de Necochea y Suárez, guitarreaba de lo lindo un tal Ángel Villoldo. Mientras que en Necochea y Pinzón tenía su boliche el padre de un tal Juan de Dios Filiberto (compositor del tangazo que bautizara a una de las más famosas calles boquenses: “Caminito”. ¿Le suena?). Y ojo que aquí no termina la nómina de “ignotos” ejecutantes del 2X4. No, no. Eduardo Arolas y Rosendo Mendizábal fueron otros de los autodidactas que iban y venían por el entramado barrial. Pues las calles Almirante Brown, Pedro de Mendoza, Brandsen y Olavarría también supieron de piringundines y sus patotas bravas.

Piringundín en expansión

Lo cierto es que, así como el tango habría de filtrarse por el resto de la geografía porteña, lo propio harían los piringundines. Sin ir más lejos, a la recova de Leandro Alem y la calle 25 de Mayo, vecino barrio de San Telmo, rápido parecieron llegar los portuarios aires de La Boca, con su pecaminoso 2X4 a cuestas. ¿Cómo? A pura algarabía y desparpajo, entre humo de cigarros baratos y alcohol, mientras una orquesta de señoritas (mujeres de la vida que oficiaban de tal y a las que algún castigado disco les colaboraba en el ficticio montaje) musicalizaba veladas repletas de altibajos. El tango nació picante, sí, pero allá por los años ’20 bajó sus decibeles a pura nostalgia y melancolía. ¡Ayyy, la soledad! Cruel sentimiento que no reconocía raza ni religión, tampoco entre las cuatro paredes del piringundín. ¿Será que tampoco conocía de clases sociales? Sepa que para nada raro resultaba ver, por aquellos lares, a algún que otro grupito de “niños bien”; salidos ellos de las faldas de la aristocracia, ávidos de los pecaminosos secretos que el piringundín y sus incesantes tangos ponían sobre el tapete cada tarde-noche.

¿Qué cómo fue que tal reducto ha llegado a desparecer? La “limpieza” experimentada por el tango y la vertiginosa realidad transformadora de una cosmopolita Buenos Aires acabaron por diluirlo en el tiempo, más no así a borrar su recuerdo. A fin de cuentas, ni salón de baile, ni cabaret, ni café. No, señor. Piringundín hubo uno sólo. Y al sentir de más de una nostálgica alma tanguera, a mucha honra.

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