Tortas fritas: a la hora del mate, siempre listas

FOTOTECA

Inmejorables compañeras del mate, las tortas fritas son un clásico rioplatense. En verano o invierno, la lluvia invita a su degustación.

Listas en un periquete, nobles a más no poder…Pues sólo harina y agua les bastan para convertirse en perfecta compañía de unos buenos verdes. Así, como vienen, recién saliditas de la sartén, espolvoreadas con azúcar, y hasta con un toque de dulce de leche, a pedir de golosos. Las tortas fritas son ese clásico rioplatense que no reconoce estación del año, aunque sólo frecuenta las rondas de mate de tanto en tanto, en alguna que otra ocasión. Pues estas bombas calóricas no son dignas de atraco; más sí dueñas de una sabrosa costumbre a uno y otro lado del charco. Con amigos, en familia, en solitario…Cuando la tentación mande.

Caídas del cielo

En las tardes de sol, más que bienvenidas son. Pero si llueve…mucho mejor. Pues al mal tiempo, buena cara, y mejor sabor. ¿De dónde habrá salido el hábito de preparar tortas fritas durante los días lluviosos? ¿Tal vez por el simple hecho de que, lluvia mediante, uno poco asoma las narices al mundo exterior?  Quién sabe…aunque un dato no menor parece echar algo más de luz al asunto: se dice que los gauchos, grandes bebedores de mate en las verdes pampas, recurrían al agua de lluvia para preparar la masa. De allí la costumbre de hacer tortas fritas los días de lluvia, y su inseparable amistad con el mate. Sin embargo, no se trata de ningún invento pampeano. No, no. Una vez más, nuestras protagonistas de la fecha hallan su origen en el viejo continente.

De Europa, con sabor

Para que se dé una idea de su remoto origen, las gauchas tortas fritas acusan raíces germanas. ¿Qué tal? Luego, la ocupación centroeuropea que efectuaran los árabes hizo que éstos adoptaran tal receta. Y que ellos mismos la incorporaran en tierras españolas. Así fue como la germana suppa (“pan mojado en líquido”) se convirtió en la castellanizada “masa frita”. Aquella que no tardó en cruzar el océano de la mano de los conquistadores. Sí pues, las tortas fritas también se hicieron la América. Y habida cuenta de su simpleza y humildad, a prueba de bolsillos flacos, acabaron por hacer buenas migas con los paladares nacionales. Tanto así, que ya son un verdadero clásico local.

Para variar

¿Harina y agua, tan sólo? Así es. Claro que de los primitivos y básicos ingredientes, siempre se puede abrir paso a mejoradas versiones. Y he aquí donde el leudado impone sus condiciones. Cierto es que las tortas fritas no llegan a ser pan, por lo que la levadura no resulta un ingrediente vital. En este sentido, el uso de harina 0000, o la incorporación de polvo de hornear a la harina pueden ser suficientes para que nuestras protagonistas adquiera un poco de volumen, más sin perder su aspecto de “disco plano”. Luego, el sabor también mete la cola. Pues, a la hora de preparar la masa, no falta quien le agregue sal, azúcar, leche, huevos, un poco de leche, manteca o grasa. ¿Qué si hay una versión absolutamente válida? Cada “chef” con su librito, por lo que las tortas fritas aceptan más de una variante. Incluso, a la hora de la cocción: ¿grasa o aceite? La fritura también queda a su criterio.

Doraditas por fuera, tiernas y esponjosas por dentro. ¡Esas son las tortas fritas! Redonditas y con hoyuelo, una especie de ombligo presente en su centro. ¿Mero detalle decorativo?  Nada de eso, la pequeña perforación de la masa evita que las tortas fritas acaben “infladas” de aire. Aunque, casi, casi, el secreto ha nacido por inercia. Es que, en las cocinas de antaño, nada de pinzas con las que girar los discos de masa ardiendo en la sartén. Un pinchazo de tenedor facilitaba el “vuelta y vuelta”, y de paso cañazo, contribuía con la correcta cocción. Pues si de algo saben las tortas fritas, es de sencillez. La misma por la que, lluvia tras lluvia, y mate de por medio, siempre vuelven al ruedo.

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