Último tango en Armenonville

FOTOTECA

Tango y cabaret con sello aristócrata. Lujo de importación al servicio del arrabal y la bohemia. Historia de un gigante de la noche porteña.

Catedral de tango y meca de la trampa para los porteños cajetillas. Sí, señor. La farra del 1900 estaba en el Armenonville, reducto bacán si los había. Y no era para menos: discípulo del Pavillón d’Armenonville de París, musa inspiradora de su nombre, el Armenón -tal como lo llamaban sus habitués- guarda en su memoria las noche de cabaret más refinadas de Buenos Aires.

A lo grande

En la avenida Alvear y Tagle existía/en el año catorce un cabaret de lujo/era el Armenonville donde el tango encendía las venas/con sus filtros y misterioso embrujo. Una Buenos Aires fervorosa por el primer Centenario de Mayo encontró en el Armenonville el punto de ebullición de sus noches veraniegas. Tal como lo afirman los versos de Enrique Cadícamo, la esquina de Tagle y la vieja avenida Alvear (hoy del Libertador) fue testigo de las más encendidas noches porteñas. Aunque en el estío de 1911-1912, aquel que protagonizó la apertura del Armenón, el termómetro aún se mantenía templado. A puro lujo y refinamiento, Bonifacio Lanzaveccia y Manuel Loureiro no se anduvieron con chiquitas a la hora de montar este noctámbulo reducto. Con la fisonomía de un chalet inglés, el edificio cobijaba alcobas en su planta alta y un salón de baile en la planta baja. Alrededor del escenario, mesas y sillones invitaban a degustar la clásica cocina francesa y los champagnes importados; mientras la araña con caireles de cristal hacía resplandecer los espejos desplegados en las paredes. ¿Qué ocurría puertas afuera? Puro verde. Los impecables jardines sólo se interrumpían por la blancura de pérgolas y glorietas que, en sintonía con la extensa terraza, cobijaban las aristócratas e impolutas veladas bajo las estrellas. Toda una monada.

Enmascarado

El niño bien, de smoking bailarín y biabista/la mantenida criolla convertida en Margot/que en brazos del mishé y bailando en la pista/iba soñando entre las brumas del cliquot. Desde el ex presidente Marcelo T. de Alvear y su esposa Regina Pacini, hasta el finoli Jorge Newbery -pionero de la aviación argentina- y el mismísimo Macoco Álzaga; el Armenonville era un desfile de “gente bien”. Aunque habría una presencia capaz de marcar un antes y un después en la vida del Armenón: Roberto Firppo fue presentado allí en 1913, momento en que estrena “Alma de bohemio”, su tango más famoso. Así, con el 2×4 golpeando las puertas de este -hasta entonces- restaurante de categoría con entrada de carruajes incluida, los aires de cabaret no tardarían en copar el ambiente. Más no fuera, de etiqueta y con recato. Los cafiolos lucen smoking y se embriagan con burbujeante champán francés; al tiempo que brabucones y cazadores de señoritas encuentran su discreto refugio tras los rojos cortinados de terciopelo que separan los reservados. El tango se viste de gala, abandona su semblante orillero y la elite lo adopta en su propia salsa: sin tener que mezclarse con la chusma ni recurrir clandestinamente a vulgares piringundines.

Se vino el morocho

Viejo Armenonville/eres el pasado lejano/qué apagados quedaron los aplausos de aquel debut de Gardel-Razzano… Pero el año 13 aún depararía más sorpresas, y de las buenas. Ya en su desenlace, Francisco Taurel (estanciero con altas amistades políticas) organiza una juerga con la presencia de Carlos Gardel y José Razzano. Corría la madrugada del 29 de diciembre cuando el dúo, a puro repertorio en la celada planta alta del Armenón, comienza a cosechar más de un caloroso aplauso. Tanto así que, tras aquella noche, la dupla Gardel-Razzano fue contratada, haciendo su ovacionado debut oficial el 1 de enero de 1914. ¿Con cuanto retribuyeron a estas emergentes figuras? Con 70 pesos por noche, pavada de número para ese entonces. ¡Si Carlitos llegó a pensar que aquella cifra era la paga de dos semanas! “Por esa plata hasta soy capaz de atender el guardarropas y lavar los platos”, había confesado el morocho una vez aclarada la confusión. Tan sólo una anécdota en el exitoso camino que comenzaba a transitar este formidable dúo; el mismo que recorrería el Armenonville durante su fugaz paso por la escena porteña. ¿Fugaz? Sí, este lujo de cabaret desaparecería apenas transcurrida una década de aquella singular noche.

Demolido en 1925, ya no quedan rastros del viejo y zorro Armenón. Aquel que tendría su sucesor en Salguero y Figueroa Alcorta: el Armenonville II, quien se transformaría luego en Les Ambassadeurs (hoy también desaparecido). ¿Qué las segundas partes nunca fueron buenas? Tal vez. Aunque tal noctámbulo templo debía darse el lujo de sobrevivir. A fin de cuentas, el show debía continuar. Y vaya si así lo hizo…

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