Una Manzana, todas las Luces

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Fundada por los Jesuitas, la Manzana de Las Luces fue escuela, universidad, y parlamento. Ah… y con iglesia incluida ¡Viva el iluminismo!

Perú, Bolívar, Alsina y Moreno. ¿Cuatro calles cualquiera? Nada más lejos de ello. El perímetro determinado por su traza alberga historia de la buena y, como si poco fuera, bajo un curioso titular: Manzana de las luces… ¿Será una cuestión de luminarias? Al parecer, así lo fue para el periódico Agros, allá por 1821. Sólo que de lamparitas no iba el asunto. El iluminismo de la mente fue el responsable de tal bautismo. Ese que aún hoy puja por sus derechos de autor. ¿Fue el mentado periódico quien instaló dicha denominación? ¿O fue el primer rector de la -allí fundada- Universidad de Buenos Aires? Quien sabe. Lo que sí sabemos es que dicha institución sería apenas un mojón de la vasta intelectualidad que se diera cita en el solar: allí también funcionó la primera Legislatura de América Latina y, aún más atrás en el tiempo, la escuela donde se formaron los próceres más importantes de la historia nacional. Menudo pasado el de estos muros. Aunque lo cierto es que, si de sabiduría hablamos, ésta se hizo presente allí desde los comienzos; y de la mano de los Jesuitas.

Con sello Jesuita

Buenos Aires aún asomaba al mundo como una gran aldea cuando los Jesuitas desembarcaron en su puerto, allá por el año 1608. Trabajadores como pocos, ni bien les fueron donados los terrenos de la actual Manzana de las Luces, en 1661, estos buenos hombres no tardaron en poner manos a la obra ¡Y qué obra! Se trató de un complejo formado por una iglesia, la Parroquia San Ignacio de Loyola -aún en pie-; un colegio cuyo solar coincide con el actual Colegio Nacional Buenos Aires, dependiente de la Universidad de Buenos Aires; un huerto y una procuraduría. El arquitecto Juan kraus estuvo a cargo de la construcción del templo; mientras que su tocayo Prímoli haría lo propio con la Procuraduría de las Misiones: edificio de dos plantas levantadas a puro ladrillo, con bóvedas de cañón corrido y un gran patio central. ¿Cuál era su función? administrar y vender los productos provenientes de las misiones situadas en las provincias. Aunque tamaña construcción no habría de estar destinada sólo a depósitos. Había un sector para alojamiento de aborígenes, una botica y hasta una escuela. Completito, completito.

Chau, chau…adiós

Todo marchaba sobre rieles hasta entonces; o, mejor dicho, hasta que el Rey de España pegara un volantazo de aquellos en el año 1767. Carlos III decide expulsar a los jesuitas de sus colonias. ¿Demasiada instrucción, autonomía y espíritu de comunidad para los habitantes de las misiones? Así parece…Lo cierto es que los bienes, hasta entonces administrados por la orden jesuita, pasa a manos de la corona. Fue entonces la Junta de Temporalidades quien se instala en la Manzana para encargarse de ellos. Por su parte, la escuela siguió su curso pero bajo el nombre de Real Colegio San Carlos. Sí, aquel por el que pasaran unos cuantos revolucionarios. ¡Y en el más literal sentido de la palabra! Los pupitres del San Carlos vieron desfilar a la generación que gestara la Revolución de Mayo de 1810. Ideas y más ideas revoloteaban por los rincones de esta multifacética Manzana. Esa que no se cansaba de destilar intelecto: en 1780 albergó a la Imprenta de Niños Expósitos. La primera que existió en la ciudad y donde se imprimiera el primer periódico editado en Buenos Aires: el llamado Telégrafo Mercantil.

Que pase el que sigue

Cargadito y diverso resulta el inventario de historias que cobija esta legendaria Manzana. Ese es que no iría a resultar invisible a los ojos. Basta dar una recorrida por el lugar encontrar fachadas superpuestas y hasta una cocina convertida en despacho. ¿Una cocina? Si, en 1782 el Virrey Vértiz ordenó levantar cinco Casas de Renta destinadas a viajeros. Aunque luego sería el presidente de la Cámara de Diputados quien allí comenzara a “cocinar” decisiones políticas. Es que parte de las casas serían demolidas para construir la Sala de Representantes de la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires, la cual sesionó en la Manzana desde 1822 hasta 1884. ¿Y donde funcionó la presidencia de tal institución? Efectivamente, en lo que fuera la cocina de las casas. ¡Y ojo que aquí no termina la historia! La mencionada sala de Representantes fue testigo de sulfuradas sesiones y trascendentes juramentos. De hecho, el año 1862 encontró allí a Bartolomé Mitre -uno que había pasado por las aulas del San Carlos- realizando su juramento presidencial. Aunque la primera jura del recinto estaría a cargo de Bernardino Rivadavia, primer presidente argentino. Mientras que Juan Manuel de Rosas haría lo propio como gobernador bonaerense, en 1829 y 1835. 50 años más tarde, sería el turno del Concejo Deliberante porteño, quien sesionara allí durante aproximados 35 años. Hasta que, finalmente, y tras tanto desfile de próceres, unos cuantos aprendices se sentaron en las bancas: la sala funcionó como aula magna de la facultad de Arquitectura de la Universidad de Buenos Aires. Y vaya si tenía precedente allí la educación superior. La Manzana ya había abierto sus puertas a la UBA en 1821, convirtiéndose en el solar donde comenzara a funcionar. ¡Poné los fideos que estamos todos!

44 son mejores

Para completar el lindo crisol de instituciones que albergara este histórico sitio basta mencionar que allí también nació la primera Biblioteca Pública, creada por Mariano Moreno en 1810. Y la lista se completa con el Museo de Historia Natural, la Academia Nacional de Historia y Ciencias Exactas, las facultades de Ciencias Exactas y de Ingeniería de la UBA, el Banco Provincia de Buenos Aires…y ya casi nos quedamos sin aliento para seguir enumerando. ¿Sabe acaso cuantas instituciones funcionarían en el predio con el correr de los años? Nada menos que 44. Claro que, nada ni nadie es perfecto. Y tras tanta historia de inmaculado intelecto, hubo lugar para deslices ¡Si lo sabrán los túneles subterráneos que descansan bajo la manzana! ¿Qué si también hubo historia bajo tierra? Claro que sí. Esa que no sólo ofrece relatos sobre la defensa de Buenos Aires y un contrabando conocido a voces; sino sobre algunos jovencitos que, mucho antes de convertirse en próceres, escapaban de sus clases en San Carlos por aquellas subterráneas vías. Por cierto, transitadas por adorables ratas. ¿De dónde cree que salió el viejo y famoso dicho de hacerse la rata? Ahora ya lo sabe…aquello y muchas otras historias más. Esas por las que imposible es no querer darse una vuelta a la Manzana.

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