Yo-yo, vaivén sin final

FOTOTECA

Un juego que con sencillez genera pasiones y competencias.

Dos círculos de madera subiendo y bajando al ritmo de una mano que fuertemente toma un cordel y lo despliega: eso es un yo-yo en movimiento.
En su origen puede haber nacido como un arma de caza pero trascendió hasta nuestros días como uno de los juguetes más clásicos de nuestra infancia.

Un nacimiento imperial

Gracias a una imagen inserta en un jarrón del Museo Nacional de Atenas en la que se observa a un pequeño niño jugando con una esfera colgante, es que se puede considerar el nacimiento del yo-yo en el año 500 A.C. o al menos puede pautarse esa fecha como el momento en que se tuvo noticia de su existencia.
Más adelante, en el siglo XVIII en India y en Francia aparecerán otras representaciones artísticas que darán cuenta de la existencia de este juguete que trasciende territorios y conecta épocas. En Francia, durante el reinado de Luis XVII este juguete actual se llamó con el de L´emigrette. Esta forma de denominación de debió a la circunstancia de su uso: cuando los aristócratas franceses huyeron bajo los ataques de las clases bajas. Al ser un juguete fácil de transportar fue el elegido como compañero del exilio infantil.

Un yo–yo en cada casa

El momento en que el yo–yo se convirtió en un indudable juego masivo puede indicarse en 1860, momento en que llega a Estados Unidos. Allí, Pedro Flores, se subió al movimiento del yo–yo y en ese ascenso y descenso instaló su propio progreso. Fue él mismo quien fundó una fábrica de este juguete tan autónomo y quien registró el nombre con el que se lo conoce hoy en día. El concepto yo–yo es de origen filipino y puede traducirse como “ven-ven”.
Si bien la fábrica se inició en 1929, tuvo un marcado progreso comercial que ni siquiera el crack del 1930 detuvo, en parte porque se presentaba como un juguete económico y sus versiones más baratas no costaban más de 15 céntimos de dólar.

El profesionalismo del yo–yo y sus versiones argentinas

Alrededor de los años 70 estalló el furor por el yo-yo en Argentina. Dos eran los modelos predominantes y que aún pueden conseguirse en las jugueterías: Las competencias callejeras y escolares se armaban entre el Bronco y el Russell. Si bien ambos eran de plástico, el Russell era un modelo más sencillo frente al Bronco que se presentaba más estridente con sus luces.
Lo cierto es que no tardaron en aparecer los virtuosos del yo–yo y comenzaron vertiginosas competencias con los trucos más atractivos.

Lo que comenzó siendo un juego de niños tiene la capacidad también hoy de cautivar público de variada edad que con empeño aún hoy intenta dominar las dos tapas girando alrededor de una, a veces indomable, cuerda.

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